
Se trata de una instalación compuesta por más de un centenar de obras de distintos formatos, principalmente bastidores y telas, endurecida con una mezcla de cola vinílica, blanco de Creta y óxido de Zinc, para ser pintadas de acrílico blanco y polvo de mármol, un color que es una constante en el último periodo de la extensa obra del artista riosecano.
Lo explica el propio autor: “Esta obra es la aplicación de un sistema deconstructivo sobre la base de la desaparición de la imagen en la obra de arte; es como desmontar el edificio construido y, por así decir, reconstruirlo examinando sus componentes para eliminar lo superfluo lo innecesario”.
El centenar de obras, que se alternan con las grandes piezas de la época dorada de la escultura riosecana y que dan vida al museo de San Francisco, quieren significar “esa ropa lavada y colgada al sol, aquella a la que cuidadosamente se han quitado las manchas para que luzca su esplendor”. Y es que Chuchi Capa quiere que el espectador tenga un encuentro con “una imagen sin imagen, un rastro evocador, una presencia a través de la ausencia”. Un blanco inmaculado como un “rastro de los monjes de Zurbarán, el paño de la Verónica, el Santo Sudario, o las evocaciones silentes como en San Juan de la Cruz”.

Por su parte, Miguel García Marbán, director del Museo, ha explicado que Pliegues del silencio coincide con la llegada del visitante 100.000 al espacio museístico. “Esta muestra es una forma de reinventarse y de descubrir que el propio espacio del museo puede convertirse en una gran sala de exposiciones. El museo es algo vivo y un lugar de creación de cultura”, ha expresado García Marbán, quien ha recordado la coincidencia de la celebración del 400 aniversario de otro gran artista riosecano, Mateo Enríquez.
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