Yo nací en el cine Omy

Muchos riosecanos guardaremos en nuestra memoria, como un tesoro, esa carrera hacia el gallinero del cine Omy, esa lucha por sentarse en el último banco corrido...

Gonzalo F. Blanco

Ida de Pawel Pawlikowski

Si hace unos días iniciaba la colaboración en la Voz de Rioseco con una invitación a leer Dóndes estabas el día del fin del mundo de Luis Ángel Lobato, hoy principio, también, por una invitación a todos los lectores: la de ver cine en el cine. Invitación con sus dificultades debido a que en nuestra ciudad no hay exhibición regular de películas desde hace “demasiados” años, y que ejercer esta invitación -para aquellos que estén dispuestos-, supone trasladarse a Valladolid o a Palencia con todos los inconvenientes y peleando contra la tentación de la pereza que dijo el clásico. Y contra la cartera, pues el cine dejó de ser un espectáculo barato hace tiempo. Cierto y touché.

Cuando la escritora y columnista Leila Guerriero  inició su colaboración regular en la prensa se presentó a los lectores recordando un artículo de Julio Camba de 1913, donde el escritor se presentaba a los lectores diciendo: “Entrar en un periódico es para uno como entrar en el seno de una familia desconocida. Es un asunto de educación básica: cuando uno llega a un sitio nuevo, a la mesa de un bar, lo primero es presentarse, saludar”. Mi saludo, por otra parte, no puede ser más que cinematográfico: Yo nací en el cine Omy. No tanto a la vida -que fue en las Casas Nuevas-, como a la imaginación… Muchos riosecanos guardaremos en nuestra memoria, como un tesoro, esa carrera hacia el “gallinero” del cine Omy, esa lucha por sentarse en el último banco corrido, contra la pared, cerca del ojo del proyector, y esa espera tensa hasta el momento en que las luces de neón del escenario avisaban del inicio de la película. Muchas veces he vuelto a esos momentos con la imaginación y, hasta donde he podido, con el arte. Años después continuaría la aventura en el cine Marvel, sala en la que varias generaciones recibiríamos nuestra parte de educación sentimental, en ese papel que ha tenido el cine de educador universal, según frase de Francisco Bejarano.

Ir al cine, a la sala de un cine, presenciar y sentir cómo se pagan las luces y cómo empiezan a sucederse en una pantalla un torrente de imágenes y una historia, ha sido comparado con la experiencia del sueño, de dormirse y empezar a soñar -Buñuel-, con nuestros recuerdos mitológicos de las cavernas o los subconscientes del seno materno… En mi caso, por aportar no tanto una opinión como una convicción, ir al cine no es tanto regresar a la infancia… como seguir en la infancia. Mis impresiones cuando se apagan las luces en una sala de cine de hoy, un día cualquiera de 2014, son las mismas de una tarde remota de algún domingo de 1964.

El gran hotel Budapest
El gran hotel Budapest

Por eso, una vez presentado cinematográficamente -otras presentaciones no vienen a cuento-, solo queda hablar de cine y de… intenciones. Esta sección solo pretende repasar una vez al mes la cartelera e invitar a ir a ver las películas en el cine… o donde el espectador considere, claro está. Hoy día se puede ver casi todo el cine en internet -bien es cierto que es “otra forma” de ver cine- y leer todas las críticas generadas por los estrenos. Por eso la función de esta crítica es que el lector de La Voz, de un rápido vistazo, se haga una idea de las películas que están en pantalla en ese momento y una aproximación critica a ellas que le pueda orientar en la elección.

Como la presentación ha sido larga, solo me cabe reseñar sucintamente un conjunto de películas muy interesantes y que merece la pena verlas y perderse en ellas:

Ida de Pawel Pawlikowski, película rodada en un inmaculado blanco y negro, retrata la búsqueda de un pasado terrible por parte de una joven sobrina y de su tía -sus padres fueron asesinados por los nazis y por polacos colaboracionistas necesarios- en una Polonia gris, sin esperanza, en los años sesenta del siglo XX, no tan difíciles de entender para los españoles que hayamos vividos esos años sesenta en nuestro país.

El gran hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel) de Wes Anderson es una delicia de película. Una película para disfrutar, realizada desde la memoria imaginaria de un tiempo de Europa -el período de entreguerras- en la que la aventura, la educación y la belleza eran posibles. Un mundo imaginario, insisto, de un enorme atractivo, con hoteles exquisitos, montañas mágicas, y hombres y mujeres cercanos a los héroes y heroínas del cine clásico de Hollywood. Con un elenco de grandes actores y un homenaje sorprendente a uno de los escritores que mejor retrató esos años: Stefan Zweig, el autor de Carta de una desconocida llevada al cine por Max Ophüls.

Cuando el viento se levanta (Kaze tachinu)

Cuando el viento se levanta (Kaze tachinu), de Hayao Miyazaki es una película de animación de portentosa factura y fuerza visual: el terremoto que destruyó Tokio en 1923 estremece por su verismo y, a la vez, por evitar cualquier catastrofismo inane. La historia de los sueños de un niño, luego joven y adulto, que soñaba con diseñar aviones, y del amor de ese ingeniero por su amada -a los que une el viento y Paul Valéry en dos momentos de su vida-, es tan bella como trágica. La lectura que hace Miyakazi sobre el cumplimiento de los sueños íntimos en una realidad destructiva, sea para construir una pirámide o para construir un avión Zeta de guerra, es cuando menos polémica, pero atendible.

Y para finalizar una referencia a La imagen perdida (The missing picture) del director camboyano Rithy Panh, que ya no está en las pantallas desafortunadamente -toda regla tiene su excepción. Es una película documental sobre los recuerdos de un niño camboyano durante el “experimento” jémer para devolver al hombre a la naturaleza, resultando en cambio un regreso a la barbarie, la opresión, el hambre y la muerte. El niño ahora cineasta quiere hacer una película sobre sus experiencias, pero de esos años tan terribles no hay imágenes, o las que hay son las que rodaron los jémeres rojos como infame propaganda. Por eso Rithy Panh recurre a representar las imágenes de su memoria con figuras de barro inanimadas a los que da vida su narración y su voz. “El cine es fuerza visual”, dice el poeta Pere Gimferrer en uno de sus ensayos: aquí la hay. Contra todo tópico. Estremecedora. No se la pierdan.

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