Un San Juan de 1918 en Medina de Rioseco


Teresa Casquete

Existen numerosas pruebas de la afición taurina que tuvieron los riosecanos durante siglos y una de ellas es que la escusa más mínima servía para organizar un festejo de este tipo. Coronaciones de reyes, nacimientos de príncipes, visitas reales, elevación de santos a los altares, caídas de primeros ministros, festividades varias, el Corpus, San Juan, Castilviejo, San Ponciano… El archivo municipal guarda un curioso documento del siglo XVI, en el que el Ayuntamiento de Medina de Rioseco demandaba al de Villabrágima, por haber convertido en filetes un toro escapado de nuestra ciudad durante las fiestas. Y allí mismo también pueden consultarse las partidas dedicadas a los festejos taurinos de cada año, o la extensa documentación que recoge los datos de la construcción de la Plaza de Toros.
En 1918, la afición no había decrecido en absoluto. El mundo estaba inmerso de pleno en la Gran Guerra y España, gracias a su neutralidad, gozaba de una prosperidad económica muy importante. Y los riosecanos de aquel año quisieron celebrar sus fiestas patronales, como era tradición, con una corrida de toros, fiestas que por aquel entonces tan sólo duraban 3 días. El mismo lunes 24, día de San Juan, Saleri III, Mariano Montes y Torquito II, despachaban seis morlacos de la ganadería del Marqués de Villagodio, que pastaban en los vecinos prados del Aguachal. Como bien aclara el cartel, el evento fue amenizado por una «brillante banda de música» y los precios fueron «económicos» para todo el mundo, salvo para los «niños de pecho», que tenían entrada gratis, siendo la entrada más cara de 4 pesetas.
Años después, en 1927, y como también se recoge en el archivo municipal, y más en concreto en el libro de actas de ese año, el Ayuntamiento esta vez denunciaba a un grupo de jóvenes de la localidad, por «haber espantado los toros que traían los vaqueros a caballo, al haberlos esperado en la entrada de la plaza de toros con trompetas y tambores, que hicieron sonar al llegar dichos animales, espantándolos, con el consiguiente peligro para los propios vaqueros y para la población en general al salir huyendo cada uno por un lado». Como podemos comprobar al Ayuntamiento de entonces le faltaba un poco de sentido del humor y a aquellos abuelos nuestros, alguna neurona.
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