Para quienes no hemos pasado aún el medio siglo de vida nos resulta curioso encontrarnos con programas, carteles y viejas fotografías semanasanteras, donde se muestran unas celebraciones muy alejadas del ambiente festivo de la actualidad. Y es que la Semana Santa riosecana, hasta el “boom” turístico, no pasaba de ser una celebración religiosa, familiar, podríamos decir que de andar por casa.
Los desfiles de gremios sólo tenían su recorrido desde el ayuntamiento hasta la iglesia desde la que partía la procesión y casi sin público. Los refrescos y las cenas se realizaban con apenas unos pocos hermanos y con total austeridad en las viandas. Las bandas de tambores y los aplausos aún no se habían inventado y en su lugar se escuchaban los rezos de las hermanas que acudían con el rosario en la mano a “alumbrar” la procesión.
A veces algún turista venido de lejos, aparecía con un extraño aparato de fotografía que concentraba las miradas curiosas de todos los riosecanos que le rodeaban. Los negocios de la Rúa, apagaban luces y aparatos musicales al paso de la procesión, y los niños no podían ni jugar ni cantar el Viernes Santo porque según les advertían los mayores “había muerto Dios”.
Esta Semana Santa, aunque añorada por algunos, hoy sería impensable e inviable. Decía el famoso personaje de la novela “El Gatopardo”, que algo tiene que cambiar de vez en cuando para que todo continúe. Por lo que hay que reconocer que si nuestras procesiones y celebraciones pasionales gozan hoy de fama internacional y han alcanzado el auge y la vitalidad que tienen en estos momentos, es gracias a ese punto de vista turístico, cultural, tradicional, artístico y festivo que tanto se ha potenciado en las últimas décadas. De no existir éste, hoy la Semana Santa riosecana estaría relegada a un evento religioso más, quizá estaría incluso al borde de la extinción o ya habría desaparecido. Aunque ello no debe de servir de excusa para olvidar su origen cristiano y su trasfondo religioso, sin el que nuestra Semana Santa no tendría ni sentido ni existencia.
Hoy en nuestro rincón del ayer, reproducimos para nuestros lectores como era aquella Semana Santa, en concreto la del año 1934, en la que las procesiones y actos estaban organizados y amparados por el Comercio y la Industria de la ciudad. Donde los primeros actos del Viernes Santo comenzaban nada menos que a las 6 de la mañana y la iluminación eléctrica de las calles procesionales suponía una novedad. Bastantes “forasteros” se desplazaban hasta Rioseco en el tren para contemplar nuestras procesiones, entre los que figuraba en esos años el archiconocido escritor Miguel de Unamuno. Y es que en esos convulsos años de la II República, muchas procesiones de Semana Santa estaban prohibidas e incluso en algunos lugares como la mismísima Sevilla, se había prendido fuego a iglesias y pasos procesionales, perdiéndose para siempre una riquísima colección de obras de arte. En Rioseco las cosas fueron un poco diferentes. Aunque algunos exaltados de la política pedían la destrucción de los pasos o incluso su venta, el Ayuntamiento riosecano de entonces, con sabiduría y buen criterio había logrado, un año tras otro, evitar la orden del gobierno de prohibir los desfiles procesionales escudándose en la excusa de la “tradición ininterrumpida” y la “herencia familiar”. Sin embargo al año siguiente, 1935, no pudo ser, y las procesiones riosecanas, por única vez en toda su historia, no pudieron celebrarse, puesto que la orden gubernativa era tajante y las razones, evitar tumultos y posibles desórdenes públicos por coincidir el Viernes Santo, con la festividad de la proclamación de la República, pudo frente a la de la tradición y la herencia.