Tres pinturas contemporáneas narran el camino al Calvario


Texto extraído del Catálogo de Passio

Con motivo de la conmemoración de su cincuenta aniversario en el año 1991, la cofradía de Jesús del Vía Crucis de Zamora encargó la representación plástica y poética de cada una de las catorce estaciones que componen el Vía Crucis a un autor contemporáneo zamorano.

Fernando Pennetier ilustró la séptima estación, Jesús cae por segunda vez, acompañada por los verso del poeta Miguel Gamazo. En primer plano y ocupando gran parte de la composición se encuentra Cristo con las rodillas en el suelo vencido por los tormentos sufridos y el pase de la cruz. El fondo del cuadro es una sucesión de casas con miradores que, al igual que el resto de la obra, no obedece a una representación real sino a una construcción mental concebida en su taller con los recuerdos de muchos años, como es la Semana Santa zamorana, de cuya escenografía, recogimiento e intimidad está impregnada en alto grado esta obra.

Jesús cae por segunda vez. Fernando Pennetier.
1990. Técnica mixta. 49×69 cm.
Cofradía de Jesús del Vía Crucis. Zamora.

Dentro del mismo certamen de la cofradía de Jesús del Vía Crucis de Zamora, Antonio Pedrero  crea una obra para la sexta estación del Vía Crucis, apoyada por el poema de Jesús Hilario Tundidor, en el momento que el personaje tradicional de Verónica muestra el lienzo con el que acaba de limpiar el rostro ensangrentado de Cristo en su camino al Calvario.

Para ello, el pintor zamorano no narra el encuentro sino el momento en que la Verónica muestra ya el paño con la faz de Cristo. Además lo hace con una figura rotunda y fuertemente caracterizada de la Verónica, de rostro y manos arrugadas y mirada entristecida, inspirada en esas mujeres de la comarca zamorana de Aliste. Esta rotundidad volumétrica contrasta con la plasmación expresionista de la impresión de la faz de Cristo sobre el paño, cuya blancura queda manchada por las tonalidades rojizas de una sangre que chorrea desbordando el marco del propio paño acentuando la autonomía formal, expresionista y aterradora, de la imagen.

Verónica y Santa Faz. Antonio Pedrero.
1991. Técnica mixta. 71×55 cm.
Cofradía de Jesús del Vía Crucis. Zamora.

José Manuel Díaz-Caneja (1905-1988) nació en Palencia y su infancia estuvo ligada a Tierra de Campos, vivencia que con el tiempo se convertiría en trasfondo de su pintura. Durante su permanencia en la prisión inicia su particular exilio interior y alcanza su madurez artística. Por los años treinta había sido cubista y abstracto y en los años cuarenta se había decidido por el camino figurativo atemperado.

Será a partir de 1950 cuando se consolida la voluntad constructiva de su pintura. Espontáneamente surgen en sus pinturas volúmenes recortados que contrapesan el organicismo telúrico. La Verónica, como otras composiciones pintadas en los años de reclusión, incluye figuras humanas de forma excepcional. En este cuadro profundamente sentido, de Cristo camino del Calvario y encuentro con la Verónica, las figuras aparecen como recortadas a tijera, pero no son un elemento superpuesto sino que se integran en el paisaje por planos en transparencia, son una fusión, la proyección de su situación personal en el paisaje interiorizado. En este momento se inicia lo que será la trayectoria de su pintura, una progresiva tendencia hacia el silencio.

La Verónica. Juan Manuel Díaz-Caneja.
1949. Óleo sobre lienzo. 83,1×62,3×3 cm.
Fundación Díaz Caneja. Palencia.

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