Tres películas para esperar, sosegados, el fin del mundo


Gonzalo F. Blanco

inter2Tres películas de tres grandes cineastas. Tres películas largas, de larga duración…, pero no importa, podrían durar eternamente. Tres películas con tres estilos diferentes, de tres grandes maestros, muy distintos entre sí, pero que coinciden en ese espacio de la creación que solo tiene una regla: llegar siempre hasta las últimas consecuencias en lo que se cuenta y cómo se cuenta. Son Christopher Nolan, David Fincher y Nuri Bilge Ceylan. Las películas: Interstellar, Perdida y Sueño de Invierno.

-Interstellar, de Christopher Nolan –Memento, Origen-, es un acontecimiento cinematográfico y, como todos los acontecimientos largamente esperados, que nacen con una clara voluntad de grandeza -aparte de entretenimiento-, suelen suscitar a la vez el mayor entusiasmo y cierta decepción. Si algún lector ocioso ha seguido estas reseñas en meses anteriores habrá observado que la palabra “hipnótico” se repite con asiduidad para describir la impresión de este espectador ante algunas películas: hipnosis, por ejemplo, inducida en la sala de cine ante la contemplación de una película como Interstellar. Como comenta Luis Martínez, detrás de Nolan -y de este veedor- está la búsqueda constante de esa primera impresión que debió producir en los espectadores de 1895 la entrada de una locomotora….en el patio de butacas de una barraca (La llegada del tren, de los hermanos Lumière).

inter3Interstellar de Nolan cuenta la odisea de unos astronautas que viajan en el espacio con el objetivo de conseguir salvar a una humanidad que agoniza en una Tierra polvorienta; una sociedad futura que está regresando a pasos agigantados a sus comienzos tecnológicos y culturales: cultivo de los campos y abandono de la ciencia y de la idea de progreso científico. Los astronautas -en sus papeles protagonistas interpretados por Matthew McConaughey y Anne Hathaway-, embarcados en la nave Endurance, buscan planetas alternativos a esta Tierra en estado crítico donde asentar a una humanidad condenada a la extinción. Las dimensiones del espacio les obligan a utilizar los efectos espacio-temporales producidos por un agujero de gusano. En la película se explica muy gráficamente el fenómeno: entre dos puntos de un folio una línea recta es el camino más corto, salvo que doblemos el folio, pongamos en contacto los dos puntos y lo atravesemos con un lápiz. ¡Hete aquí, un agujero de gusano!

Pero toda odisea para regresar a Ítaca o para salvar a la humanidad, no pude dejar de tener también un componente más personal y a la vez universal, como es el dolor producido por la separación de una hija -Jessica Chastain, en el papel de hija adulta- y un padre -Matthew McConaughey-, en forma de desamparo y de rabia en la hija -que permanece en la tierra- y de desolación y responsabilidad en el padre -que parte a un viaje cuando menos arriesgado. Amor como una fuerza más del universo que no sé si encaja en las teorías de la astrofísica y la mecánica cuántica, pero sí en la de las emociones fílmicas.

Interstellar pertenece al género de la ciencia ficción, verbigracia, pero a la vez carece de género, como Metrópolis de Fritz Lang, 2001: Una odisea en el espacio de Kubrick, o Gravity de Cuarón, al ser cada una de estas películas un género en sí mismas. Por simplificar, si hay una rama donde predomina la aventura y la creación de mitología, en esta predomina la cosmovisión y el halo científico, pero sin olvidar el humor, el espectáculo y las emociones (Y aquí nos topamos con Hitchcock, Spielberg o Ford).

Cineasta de intención visionaria, of course, Nolan nos regala una vuelta de tuerca cinematográfica, que amalgama ciencia futura, filosofía nietzscheana, fin de la historia… y un gran sentido de la poesía visual: ese planeta Tierra sofocado por el polvo y la arena, esa ola gigantesca sobre un mar en el que se camina, ese agujero de gusano psicodélico o ese “lugar” llamado teseracto que se parece a una biblioteca borgiana colgada sobre el vacío y donde, a la vez, se suceden pasado, presente y futuro…

perdidaPerdida (Gone Girl), de David Fincher (Seven, Zodiac, The Game), cuenta, como sabemos, la desaparición repentina y extraña de una mujer joven, bella, feliz, ¡maravillosa!…En apariencia, al menos. Los mismos adjetivos pueden aplicarse al desolado (¿o no tanto?) marido. Aunque pronto surgen las dudas sobre su dolor o, al menos, sobre la pertinencia de su conducta ante la desaparición: ¿se duele lo suficiente? Lo que flota en esta primera versión contada por el marido es la posibilidad de que “si no siente lo suficiente” será porque, sencillamente, miente. Los indicios de la policía se acumulan en otra dirección que no es la de la mera desaparición. Y aquí aparece la segunda voz, la de ella -Rosamund Pike está portentosa-, la de la presunta desaparecida, destrozando todo el entramado de pareja ideal -pijos, “intelectuales”, sobrados de pasta- que nos habían contado en flash backs -un tanto empalagosos, la verdad-, y que se descubren pura farfolla, pura mentira.

Y desde aquí avanza una historia tenebrosa, retorcida, sobre las cloacas de la condición humana entreveradas por dos fenómenos muy actuales: el striptease inducido por los medios de comunicación y por las redes sociales sobre cualquier fenómeno social. O cómo un bobalicón selfie no es una inocente autofoto nunca.

El cine de Fincher, como el de Hitchcock -espero no tomar en vano su nombre otra vez- nunca es lo que parece. El maravilloso ligue y matrimonio entre los personajes de Ben Affleck y Rosamund Pike no es lo que parece, ni su convivencia en un pueblo apartado, atosigados por la falta de dinero. Tampoco es lo que parece la desaparición, o el posible asesinato… La realidad, o eso que llamamos realidad, no es nunca lo que parece -dice Fincher-, ni la bondad o la maldad. Fuerzas oscuras crean seres retorcidos, comportamientos dementes, ocultos provisionalmente detrás de fachadas de simpatía y honorabilidad. Y unos maestros, como Hitchcock o Fincher, saben levantar las alfombras de nuestras conductas aparentemente inocentes y, a la vez, estremecernos y “entretenernos” con la contemplación de nuestras miserias.

En el trasfondo de esta historia, con un desarrollo narrativo y un montaje prodigiosos capaces de desarmar al espectador con sus giros inesperados,     -además de grandes interpretaciones-, hay un retrato cruel del matrimonio como ámbito de amor y convivencia. El final del film es de lo más atroz que alguien haya podido imaginar.

sueno-Sueño de invierno, de Nuri Bilge Ceylan (Erase una vez en Anatolia), nos lleva a un escenario formado por el paisaje fantasmagórico de Capadocia y por la inocente nieve que cubre ese paisaje durante sus inviernos inhóspitos. Sobre este escenario un exactor -reciclado de hostelero de una encantadora posada y de intelectual contestatario-, busca refugio para el último tramo de su vida. Le acompañan una joven y bella esposa y una hermana divorciada. Como en Perdida, las llamadas instituciones “matrimonial y familiar”, inventadas          -entre otras causas- como refugios contra las inclemencias de la vida humana, resultan un cascarón de apariencia externa amable pero endebles y con la pulpa carcomida. Shakespeare, Chejov y Bergman, se presentan -en espíritu- para diseccionar a estos personajes que huyen de la peste cuando ya son portadores de la peste. La peste no es otra que la condición humana y el deterioro insondable de las cosas humanas en el tiempo.

Si lo bello y lo sublime se han puesto al servicio del cuchillo diseccionador de alguien -en sentido metafórico- ha sido en esta película de Ceylan.

Al enviar esta crónica compruebo que ya no está en los cines Broadway en V.O.S. No es lo mismo, pero véanla de todas formas en sus casas. Palabra.

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