Tres Crucificados de los grandes maestros


Texto extraído del Catálogo de Passio

Cristo Crucificado de Juan de Juni
En las muchas figuras del Crucificado talladas por Juan de Juni a lo largo de su vida profesional existe una notable diversidad, fruto de la creatividad del genial artista pero a la vez una serie de rasgos comunes que definen su lenguaje personal al interpretar esta iconografía, uno de las cuales sería representar al Señor, ya muerto. Este Crucifijo de la Expiración es una pieza singular entre los demás porque el escultor lo muestra aún vivo aunque próximo a expirar. Como en otros crucifijos de Juni, la expresividad prima sobre la corrección anatómica. El paño de pureza más recogido que en otras ocasiones, deja al descubierto un cuerpo potente y lleno de tensión incrementado por el violento giro de la cabeza hacia arriba. La policromía a pulimento, propia de última época, muy clara y brillante, hace que resalten más los regueros de sangre de las distintas heridas del Salvador.

El Cristo Crucificado de Gregorio Fernández ha sido reconocido como una de sus obras más delicadas y perfectas, tanto por la gran calidad del estudio anatómico, como por el concentrado y sereno equilibrio dramático que emana de su composición general. Debido a su tamaño inferior al natural, aumenta la impresión de ternura que causa su contemplación, haciéndole especialmente atractivo sus proporciones y la belleza de sus formas. El adelgazamiento del cuerpo, la cabeza pequeña pero exquisitamente trabajada en el detalle de sus facciones y cabellos, la ausencia de corona tallada y la encarnación mate aunque sin excesiva insistencia en las manifestaciones de su pasión, hacen aún lamentar más la pérdida de la Cruz original cuyo inferior tamaño proporcionaría a la figura su auténtica escala.

El Cristo Crucificado de Salvador Carmona se sitúa en la hornacina trilobulada del segundo cuerpo de la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, propiedad de la Cofradía de la Vera Cruz que se hallaba concluido a finales de 1754 y fue costeado, al igual que las figuras que lo integran, por el sacerdote natural de esta villa pero residente en Madrid, don Pedro Muñóz de Segundo. De cuerpo proporcionado y blando modelado, su hermosa cabeza ladeada hacia el hombro derecho, sobre el que cae su abundante cabellera, ofrece una expresión serena aparentando sus ojo entreabiertos el desfallecimiento final ocasionado por la lanzada en el costado. Las facciones del rostro son similares a las de sus otros cristos, y tampoco falta el detalle de la ceja izquierda atravesada por una espina.

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