Todas las historias de mayo inspiradas en esta imagen

La Voz publica todos los microcuentos de su concurso en el capítulo del mes de mayo. Tan sólo una de estas historias pasará a la gran final de diciembre

Foto: Fernando Fradejas

Los concursantes del Certamen de Microcuentos No te enrolles que organiza lavozderioseco.com han afilado bien sus lápices en este mes de mayo para escribir sus historias basadas en la sugerente fotografía de Fernando Fradejas. Estos son todos los microcuentos recibidos [publicados por orden de llegada] y de los cuales el jurado elegirá uno para que pase a la gran final que se celebrará a finales de año con los ganadores elegidos durante todo el 2012. Mucha suerte para todos ellos.

Llagas
Estaba oscuro. Solamente la luz de una vela iluminaba tímidamente la habitación. No sabía dónde estaba. Miró a su alrededor. La pequeña llama le dejó ver lo que parecía un viejo cabecero lleno de polvo. Las paredes eran de adobe y las vigas del techo estaban carcomidas.
Tomó aire pero la humedad del ambiente se incrustó en sus pulmones. El aire estaba muy cargado de polvo. El olor a viejo lo inundaba todo.
Intentó moverse pero le fue imposible. Estaba en una silla, atada de pies y manos. Intentó zafarse de las cuerdas que le amarraban los tobillos y las muñecas pero el dolor del roce de la soga en las llagas de la carne era insoportable.
Gritó. Gritó hasta quedarse afónica pero a nadie pareció importarle. Sabía que nadie iba a ayudarla. Se resignó. Solo podía hacer una cosa. Esperar.
Adhara

Desván
Hoy he subido al desván de la vieja casa en la que viví cuando era niño y, en un polvoriento cajón, he encontrado mi antiguo diario infantil. Como estaba casi en blanco, he cogido un lápiz y he comenzado a escribir en él los recuerdos e ilusiones de mi infancia, que entonces no escribí. Ha sido como automedicarse un testamento.
Gaugamela

Paredes
«De la puerta del desván todavía emanaba un olor mestizo, entre pólvora y vinagre, era un efluvio pesado, como cargado de polvo. Las capas de pintura se agolpaban sobre la madera quebradiza en un intento de no morir asfixiadas. El barniz caía en catarata inerte desde el dintel al cemento del piso sorteando el pomo frío y dorado al que el tiempo había desprovisto de su brillo original.
Un escuadrón de mosquitos orbitaba en torno a la polvorienta bombilla desnuda que presidía la antesala donde residía el pórtico moribundo. El frío era intenso y punzante, las ventanas habían sido tapiadas hace décadas pero pequeñas grietas filtraban el aire gélido y enquistado.
Unas puntas oxidadas soportaban serviles el peso de las telarañas. El silencio era ensordecedor para José que había perdido la cuenta de las veces que había muerto en ese agujero infesto. Tiritaba y apretaba junto a su pecho un retrato ajado, una niña sin infancia que le obligaba a agarrarse a la vida con el lazo de luz que recorría su habitáculo los días de estío.
Quinientos treinta y dos días después de su primera muerte el pomo giró.»
Pablo

El secreto del desván
Cuando me llamaron y me dijeron con esa voz tan ronca pero a la vez tan serena » es usted la heredera», no me lo podía creer, volver a ese lugar para mí era algo horrible, habían pasado muchos años pero todo seguía en mi mente intacto; esa casa significo mucho en mi niñez, pero esa persona se encargó de teñir de negro todos los momentos bonitos vividos en ella.
Dios mío el desván de mi abuela, tantos juegos, tantos recuerdos….pero algunos fríos y empañados como aquellas noches oscuras que resquebrajaban mi alma.
Yo no sabía lo que hacía, pero el sí; solo recuerdo que no me gustaba, me parecía repugnante, a lo cual él me decía, «no pasa nada es un juego y es nuestro secreto, solo nuestro…»el secreto del desván».
Cuando cumplí 16 el murió, era mi sangre, pero me alegré, nosotros nos mudamos a otro pueblo y allí intenté olvidar, derramé tantas lágrimas…, mis padres nunca supieron, yo callé, y él se llevó el secreto a la tumba, pero la abuela…, creo que siempre lo intuyó.
Ahora miro y veo esa capa de polvo que todo lo cubre…»Todo no».
Ladywoman

Desván de recuerdos
El pequeño Luisito subió al desván de la casa de sus abuelos aprovechando que le habían quedado solo esa noche, aunque su madre le tenía totalmente prohibido subir ahí arriba. “Ahí arriba hay monstruos disfrazados de hombres buenos”, decía para evitar que subiese.
El desván era un viejo cuarto de madera, con el techo cayendo en perpendicular hacia las ventanas. Los listones de madera roída chillaban ante el peso de Luisito, que se aproximaba a un gran armario que había justo al fondo de la sala. Abrió el armario y encontró una pequeña caja metálica. Quitó el polvo que la cubría y levantó la tapa; allí sólo había unos cuantos documentos mecanografiados que databan del 1940. En uno de estos ponía en letra grande: Informe de ajusticiamiento de Luis Márquez Ruiz.
Luisito salió corriendo del desván llorando. Ahora lo entendía todo, el por qué nunca conoció a su abuelo, las extrañas circunstancias de su muerte y sobre todo entendió el significado de lo que su  madre le decía: el desván es habitado por monstruos disfrazados de hombres buenos que prometieron un futuro mejor, y del futuro nunca se volvió a saber nada.
Y es que la inocencia tiene significados maleables…
Eduhendrix

Círculo Polar
Hasta aquí me lleva mi azarosa búsqueda. Quince años sin subir al desván, sin atender el llamamiento interior. Intuía que el armazón de la cama de mis padres, donde fui concebido, debía estar aquí, envuelto por la pátina del tiempo con el papel de regalo de las telarañas. Tengo la idea  fija desde que me casé, hace ya unos cuantos meses, de que engendraría a mis hijos en ese mismo tálamo y  mi felicidad no será completa, ni mi matrimonio consumado plenamente, hasta que la barnice y la instale en mi propio dormitorio.

Han pasado otros quince meses desde que reamueblé mi alcoba con la cama y acabo de volver de la clínica con mi mujer, donde le han practicado una inseminación in vitro. A veces la realidad se impone a las premoniciones y entonces no sabemos qué decir, pero hubiese sido bonito que mis hijos pudieran haber escrito un relato parecido a éste con otro final. Por eso les ocultaré lo acontecido y les adornaré la historia como si en realidad se hubiesen cuajado en ella.

En el bautizo de los gemelos mi padre me confiesa que a mí me concibieron en un viaje a Portugal

Bámbola

Mi desván mágico
Aquel desván era mi pieza mágica. Un cuchitril para perderme en él. Mi cubículo de colores de Rubik. Un escondrijo donde no ver a nadie, un chiribitil donde invitarme a dormir; mi sotabanco para hablar a solas, mi buharda donde estar sin ti. Un bohío donde subir a pensar, una guarida cuando quiero huir, un refugio de calor interior, una barraca llena de tesoros que ya no recuerdas ni que están ahí. Un camaranchón, un chamizo, una covacha, una huronera donde puedo existir.
Jimena de Andrín

¡¡¡ NO !!!
¿Por qué?
¡¡¡ otra vez, no !!!
No lo entienden, no me comprenden…
Polvo, arañas, suciedad, ¿fantasmas tal vez?
Las escaleras que crujen ¿se romperán ésta vez? Sigo siendo pequeño. Me aturde sólo pensar que debo subir.
¿y por qué yo? ¿les hace gracia mi miedo? ¿quizás lo ignoran?
… y la luz, al girar la manecilla de madera sobre ésa piedra blanca, se produce el milagro (¿no estará llena de nudos por dentro de tantas vueltas?) sólo un tenue resplandor, el polvo parece más amarillo, como dorado; y allí colgadas… en el varal, pendiendo de hilos…
_”¡¡¡ Angelín !!! ¿vas a bajar las uvas, o tendré que subir yo?”
_Si mamá, ya voy, ya voy.
Tenadillo

Sin mí pero contigo
Sonríe, porque sólo así sabré que me querías. Mírame a los ojos sin parpadear y habrás ganado, por primera y última vez, no dudes que me reiré allí donde esté, porque el dolor sólo será un recuerdo olvidado. Te lo prometo. No pienso alejarme de ti, de esas primeras madrugadas en aquella cama, de los paseos por tu querida Ciudad de los Almirantes o de tus abrazos, cuando no pretendían ser un milagro para buscarme una sonrisa. Quizás me cansé de buscar la salida, me olvidé de cómo fui cuando te enamoraste o no encontré esa fe para recuperarme. Pero lloramos por mi demasiado tiempo. Regálame así tu sonrisa hoy, la que un día olvidé para mí y hoy habré recuperado. Júrame que seguirás regalándome tus sueños. Sonríe, cariño, porque siempre viviré contigo.
Y él sonrió, mientras bajaban el cuerpo sin vida de aquel viejo desván donde una soga y una carta la despedían.
Melpomene

A las 5 del 10
Estimada Sra. de Guzmán,
Por fin la investigación ha dado sus frutos  tras agitados días de chatos y vermús que me van a costar no menos que una cirrosis. Tiene usted una familia de lo más variopinta pero con un poco de licor y escogidas anécdotas del pasado que pícaramente usted me narró, he logrado recuperar los preciados documentos; no bajo la tabla del desván que me indicó, sino en la contigua.
Sin ser curioso le diré, Sra. de Guzmán, a la vista de su elegante caligrafía, que sería interesante renegociar algunos puntos de nuestro acuerdo, sobre todo ese puesto de gerente en la telefónica, que quizás su marido me podría gestionar.
Nos veremos en el Café Gijón a las cinco de la tarde del día diez, como acordamos.
Me he tomado la molestia de reservarme una habitación en el Hotel Real Miraflores. En la pensión Doña Pepa a la que me mandó usted, con toda su buena intención, hay chinches y los suelos están muy fríos; espero no le moleste mi decisión.
Un saludo cordial,
Inspector Aurelio Tejadilla
Flora Martínez

El desván
Desde antes de la muerte de sus padres no había subido al viejo desván, no sabía lo que podría encontrar; pero ya era hora de averiguarlo. Con cuidado subió por la escalera  plegable llena de telarañas. Lo primero que vio fue una serie de muebles viejos, cabeceros de cama, puertas de armarios… ¿Cómo no tirarían sus padres aquello? Decidió apartarlos y… encontró un agujero bastante grande que perforaba la pared, introdujo la mano y, sorprendido, sacó una caja misteriosa atada con unas cuerdas. Se sentó con cuidado en una silla vieja y empezó a desatar la cuerda que envolvía el paquete. Asombrado, descubrió un gran número de fotos, en las que aparecía su padre, solo o acompañado por una mujer que no era su madre, los dos muy jóvenes. Allí estaba parte de la vida de su padre que desconocía. Las observó todas con sumo interés, y se quedó meditando: ¿qué haría ahora que había descubierto el gran secreto de su padre? Entonces una a una volvió a colocarlas todas de nuevo en la caja, la cerró, ató y la introdujo nuevamente en el agujero, tapándolo con los muebles viejos. El pasado quedaba guardado pero no enterrado.
MCA

Añoranza
Añoranza. Era lo único en lo que podía pensar en mi cama. Eran las tres de la mañana de una noche lluviosa, en el mes de Noviembre. Estaba en mi casa de la infancia, de la que me había tenido que ir por razones del trabajo de mi padre, en ésa en la que había vivido tantas cosas. Sumida en mi desesperación por no poder dormir, decidí subir al desván, a intentar recordar tiempos pasados.
Emprendí mi camino, subiendo las escaleras por las que tantas veces me había caído y que parecían crujir más que nunca. Cuando llegué al final de las escaleras, levanté la trampilla que comunicaba la casa con el desván y, de un pequeño salto, entré.
Estaba tal y como lo recordaba, quizás con una cantidad mayor de polvo sobre tantos recuerdos. Sin embargo, no me importaba, simplemente quería recordar. Cogí mi vieja bicicleta, mi ropa de niña, y al final, el sueño venció. A la mañana siguiente, me desperté con una sonrisa. La añoranza había desaparecido, y entendí la razón por la que la sentía: había madurado.
Prim

La faja
El desván era un lugar independiente, excusado de bayeta y plumero, en él se esfumaba la tabla del siete y la regla de la maestra estallando en la yema de los dedos, por eso y los tesoros que encerraba, era el paraíso. Cuando sucedió el extraño caso de la faja menguante agradecí tener un refugio donde ocultarme. La tita Aurelia era ya bastante mayor, nadie, y ella menos que ninguno, pensaban que se casaría. Pero lo hizo. Compró una faja para sujetar sus generosas carnes y se sometió a dieta, según ella rigurosa. Llegó la hora de vestir a la novia, ésta intentó embutirse en la faja y…siete mujeres hubieron de sumar esfuerzos para lograrlo. Para entonces la risa, que aguantaba como podía escondida debajo de la cama, escapó sin yo querer de mi boca. En la puerta de la iglesia todos habían olvidado el incidente, todos menos una, que me lazó una de esas miradas de madre: “Ya hablaremos tú y yo más tarde”. Pero se le olvidó, todos lo olvidamos. Hasta hoy que he vuelto,  para hacerme cargo de la herencia, y al subir al desván me estaban esperando su mirada, y el recuerdo.
Hortensia de Invierno

El aroma de la rosa
Subimos al desván y allí estaba el cabecero de la cama.
–              ¿Este es el viejo cabecero del que me habló, Don Julián?
–              Si Fermín este es. Tú sabrás lo que te darán por él.
–              Esta muy viejo y ya no sirve para nada, Don Julián.
–              Pero si no está roto, algo te darán por ello. Por Dios Fermín llévatelo sino mis hijos no me lo perdonarían. Les prometí que lo vendería todo.
–              Pero, ¿Por qué?
–              Cuando murió mi maravillosa mujer, Carmen. Yo no soportaba su ausencia y caí en una profunda depresión. Me llevaron a médicos y psicólogos y todos llegaron a la conclusión que debía de deshacerme de todo lo que pudiera relacionarme con mi mujer. Y mis hijos lo han llevado al pie de la letra.
–              Pero, ¿todo? Eso es muy difícil.
–              Si Fermín, es muy difícil de separar el aroma de la rosa. Y eso es lo que me curó.
–              No entiendo nada Don Julián.
–              Es muy sencillo Fermín. Cuantas más cosas se iban, mas recuerdos venían a mi cabeza y más feliz me sentía de haber compartido mi vida con Carmen.
Macmas

Nuestro viejo desván
Momentos vividos
que no volveran…
Recuerdos sentido
que vienen y van.
Objetos de un pasado
que ya tuvieron su historia
y al final han acabado…
quedando en nuestra memoria.
Porque la vida transcurre
apenas en un momento,
por eso aquí se me ocurre
hacer este “Microcuento”.
Dedicado con nostalgia
poniéndole mucho afán,
para darle su importancia
a “Nuestro Viejo Desván”.
Que guarda celosamente
aquellas cosas queridas…
y de forma permanente
los pasajes de unas vidas.
Romántica

Un dedo en el desván
El padre, la madre y los siete hijos estaban en paro. Sin subsidio. Para colmo, el padre sufría un cólico de riñón extremadamente agresivo. Diez días llevaba. Los médicos eran tajantes: no se podía hacer nada. Ni operar, dada la alta calentura. Su vida peligraba. Sólo quedaba esperar un milagro.
Subieron al desván y bajaron el dedo milagroso. Fue lo único que quedó de la Virgen Guapa, la patrona, cuando le cayó aquel rayo, en la romería de la Ermita del Coscorrito.
Y se hizo el milagro. Expulsó diez piedras enormes.Y, lo más sorprendente: eran diamantes de treinta y dos quilates, de máxima pureza.
Pancho Puskas

Oro entre el polvo:
Querido nieto:
Te escribo estas palabras para que cuando las leas me recuerdes.  Y también para contarte un secreto, el cual quiero compartir contigo. Como bien sabes, siempre he sido un apasionado de la literatura y la escritura; es por ello que en aquel abandonado desván del piso guardé el que probablemente fuera mi más preciado objeto.  Para otros no tendrá nada de valor, pero para mí era un pasatiempo en aquellas frías y largas tardes invernales. El placer de escribir una historia en un pequeño espacio. Sí, es mi libro, ese que nunca se publicó, ese que nadie leyó, ese que ni siquiera pude terminar. Ahora quiero que seas tú el que lo complete con esa mente privilegiada que Dios te ha dado y que lo publiques. Desde el cielo te daré la fama, viajaré con cada hoja del libro. Sin más, me despido de ti, sabiendo que en la portada del libro saldremos juntos, y ni la muerte nos separará. Hasta luego.
Pererín

En el desván de la abuela
Encontré en el desván de la abuela la foto de aquél mendigo de raído pantalón, abrigo estrecho y recosido, sombrero de quincallero, larga vara y alpargatas, gran contador de historias, peregrino de caminos, mendigo que no pedigüeño.
Sería principios de enero, que fue antes de por San Blas, cuando se llegó hasta nuestro pueblo al oficio de pedir, cantautor de copla y verso, conocedor de familias, viajero de casa en casa, esquivo de puerta en puerta, huraño de sus dolencias, transportador de noticias, recogedor de miserias…
Pasó la noche en el pórtico, el cura no le abrió la iglesia y tuvo de compañía al marrano San Antón.
Miraron el firmamento y vieron un millón de estrellas contemplaron los Torozos al reflejo de la escarcha, grande y redonda de enero.
No fue mala compañía, buena es la filosofía de vivir sin molestar, comer de la caridad, descansar cuando apetece, ir sin prisas y dejar que vayan pasando los días, que vayan surgiendo otros cuerpos, nuevas historias, nuevos cuentos, nuevas ganas de vivir.
No esperaron a oír al gallo, se miraron y entendieron…
Y escaparon fugitivos por Torozos.
¡Buscaron la Carre Urueña!
Anggeeli

La escritora del desván
Durante el día, recluida en su inapreciable esquina entre polvo y muebles vetustos, hilaba figuras geométricas para no levantar sospechas. En cambio en las madrugadas, mientras los demás dormían, se escurría de puntillas por las estancias del caserón hasta llegar a la biblioteca. Al principio devoraba los libros con avidez, memorizándolos de cabo a rabo. Más adelante aprendió a vivir en la piel de sus personajes predilectos; a colarse en las historias sin ser vista y modelarlas a su gusto. Llegó a convertirse en reina. Vivía en un palacio de esmeraldas, con surtidores de oro y jugosos insectos revoloteando por todas partes.
Nadie en la familia recordaba la manera en que llegó a sus estanterías aquel ejemplar diminuto, de torpe caligrafía. Tan solo el pequeño Néstor, perspicaz como ninguno, descubrió en el desván, en mitad de una tela de araña, la estilográfica extraviada meses atrás por su padre.
Samuel Aladino

Algo para restaurar
¿Cuánto tiempo ha transcurrido?, cuarenta años, casi cincuenta. Aún recuerdo la tarde que subí este cabecero al desván. Lo hice junto a mi padre, quien me dijo que en aquella cama había nacido y había muerto el abuelo, cosa muy rara en este mundo, pues prácticamente nadie muere en el mismo lecho donde nació.
Miro el nogal tallado y pienso que esta cama tiene tanto linaje como mi apellido, pero al igual que él, hoy está ajado y desencolado por el paso del tiempo. La familia ya no es aquella de la que tanto oí hablar.
Me detengo frente a ella y me olvido a lo que subí al desván de la abandonada casa. Con la mirada busco algún otro recuerdo de la infancia, pero nada de lo que hay reconozco. Sólo es el cabecero del abuelo de mi padre lo que me lleva a la niñez. Mirándolo, veo a mis tíos, a mis hermanos, a mis primos y sin saber el por qué me pongo a llorar.
La voz de mi hijo me saca de mi ensimismamiento y con su interrogante, sé a lo que subí al desván.
– ¿Has encontrado algo para restaurar?
Jovito

Esperanza
Llevaba una semana lloviendo sin parar. Un día gris, oscuro. Decidí subir al desván, lo que no hacía desde aquel infausto suceso. Abrí el viejo arcón en que reposaban nuestros recuerdos. Sus libros, nuestras cartas, las fotos. Acaricié su ropa y sentí su olor, su piel, sus abrazos, sus besos, su ternura .Y escuché su voz, como siempre, reposada: “ solo se vive una vez ,y la vida es maravillosa, única e irrepetible”
Cerré el arcón y el desván. Bajé  a la calle.  Un sol espléndido y un día precioso.
Teodorita

share on: