Sobre el supuesto linaje judaíco de los Enríquez


Gonzalo Franco Revilla

El escudo de los Enríquez, en la fachada de Santa Clara

La expulsión de los judíos de los reinos hispánicos fue ordenada por los Reyes Católicos en un edicto publicado en Granada el 31 de marzo de 1492. La medida fue acogida en toda Europa como un evidente signo de modernidad, e incluso existe una carta a los reyes enviada por la Universidad de la Soborna, la de máximo prestigio de la época, felicitando a la corona por haber tomado la medida.

Aunque en el mismo Edicto de Granada, que indica la amplitud de la orden  que incluyó los reinos de Castilla y Aragón y sus dominios y territorios, como los italianos (Sicilia), pertenecientes a la corona de Aragón, para el reino de Nápoles, conquistado en 1495, existirá un edicto posterior de Fernando II.

Durante mucho tiempo la bibliografía ha incidido en la importancia de la reina sobre el rey en la toma de la decisión, influida por algunos de sus principales consejeros como el padre Hernando de Talavera que estuvo a su lado durante 29 años. Estudios recientes  han dado la vuelta a esta teoría e indican que fue el Rey Fernando quien más interés puso en la expulsión, aún cuando los judíos habían prestado muchos y buenos servicios a la corona de Aragón durante el reinado de su padre Juan II.

También en la corona de Castilla su contribución había sido destacable: sobre  las finanzas del reino por medio de préstamos y ayudas, sobre la buena marcha del comercio y en llevar con diligencia y esmero la burocracia real.

En la corte y en los medios aristocráticos no había existido antisemitismo en el siglo XIV ni en siglo XV, aunque entre las clases populares eran mirados con rencor y desconfianza, y en diferentes épocas se habían vivido episodios de persecuciones y asesinatos de poblaciones judías en lugares concretos de los dos reinos. Quizás en ese empeño del rey influyera una manera de lavar las raíces judías de su linaje. Según algunos testimonios y documentos a los que vamos a referirnos la madre del rey, Doña Juana Enríquez, hermana del Almirante de Castilla, perteneciente a la más importante nobleza castellana, emparentada con los Trastámara, tenía ascendencia judía por parte de madre, lo que biológicamente afectaba a Doña Juana esa ascendencia era mínimo, pero algo de sangre judía quedaba.

El sepulcro de los Reyes Católicos en la catedral de Granada

No solo es el caso de doña Juana sino también de su hermana Doña María cuyo hijo era el Duque de Alba, así que también la Casa de Alba recogería esa mancha en su blasón. Según un memorial anónimo de la mitad del siglo XVI, el bisabuelo de la madre del rey Fernando, D. Fadrique, maestre de Santiago, uno de los numerosos hijos bastardos de Alfonso XI y de Doña Leonor de Guzmán (miembros de la futura dinastía reinante de los Trastámara), se casó con Doña Paloma, una mujer judía nacida en la población sevillana de Guadalcanal, cuyos descendientes según testimonios de la época procrearon en abundancia “de manera que en Castilla casi no hay señor que no descienda de Doña Paloma” según decía un romance de la época.

Uno de ellos sería un tal Martín de Rojas, que solía acompañar al rey Fernando en sus jornadas de caza de altanería. En una de éstas, el halcón soltó una vez una garza que había apresado y se fue tras una paloma: “El rey que  vio volver a Martín con las manos vacías, le preguntó por su halcón. Martín de Rojas le contestó: Señor allá va tras nuestra abuela”. Porque este Martín era también descendiente de la misma Doña Paloma.

En 1481, Fadrique Enríquez, primo del rey Fernando, es protagonista de un suceso acaecido en la corte. Ante damas principales y bellas, ante nobles y caballeros y ante el cardenal primado Pedro González de Mendoza, un joven noble Don Ramiro Núñez de Guzmán entre chanzas e insultos, le recuerda a Fadrique sus antepasados judíos. La reina Isabel enterada del suceso ordena confinar a ambos en sus dominios. A Ramiro Núñez, hombres emboscados le dan una soberana paliza, por orden de Fadrique, la reina indignada pide al padre, el Almirante, que le entregue al joven rebelde, a lo que este responde: “Señora, no le tengo, ni sé dónde está”. La reina pide que en el acto le sean entregadas las fortalezas de Simancas y de Rioseco.

Fernando de Pulgar, cronista oficial del reino nos cuenta todos estos sucesos en un manuscrito fechado en 1535 que se conserva en la Biblioteca Nacional, donde aparece un fragmento del romance que se cantaba en los reinos sobre estos sucesos (sic): “cavalleros de Castilla, no me lo tengais a mal, porque hice dar de palos a Ramiro de Guzmán, porque me llamó judío delante del Cardenal”. Fadrique Enríquez dijo en la discusión a su rival: “¡Vete, para allá escudero”!, y así insultado respondió: “¡Vete, tú judío!”, aludiendo según el ilustre historiador Menéndez Pidal a una tatarabuela de “casta hebrea”. Con estos datos, elusiones y silencios que preceden hay base de sobra para afirmar que tanto los Enríquez, como Fernando el Católico eran, por parte de madre, de ascendencia hispano-judía, y que el hecho era un secreto a voces en los siglos XV y XVI. Lo que pone de relieve el absurdo de que existieran estatutos de limpieza de sangre en unos reinos en donde los reyes y algunos de sus principales nobles: los Almirantes, la Casa de Alba, carecían de esa limpieza, como bien se encargó de anotar el ilustre historiador Américo Castro, a quien debo la inspiración de este trabajo.

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