Santo Cristo de Burgos del Siglo XVII


Santo Cristo de Burgos
Anónimo Castellano Siglo XVII
Óleo sobre lienzo.
Museo de San Francisco.
Procede del Convento de San José de Madres Carmelitas.

Entre las imágenes del Crucificado que el arte ha hecho famosas ocupa lugar preeminente las representaciones del Santo Cristo de Burgos. Su devoción ha sido y es la más extendida por toda España e Hispanoamérica, debido sobre todo al desempeño de los agustinos y al de muchos fieles que dejaron atrás su tierra para emigrar al Nuevo Mundo.

La curiosa tradición de su origen, la fama de sus milagros y sus rasgos iconográficos propios le han otorgado tal celebridad y universalidad que, todas las imágenes tituladas “de Burgos” estarán relacionadas entre sí con el Crucificado de la Catedral de Burgos, teniendo todas más o menos su mismo patrón iconográfico.

Su devoción nace en el siglo XIV con la imagen que se veneraba en una capilla del Convento de San Agustín en Burgos, donde permaneció hasta Enero del año 1836, año en que los frailes agustinos fueron expulsados a raíz de la Desamortización de Mendizábal. A raíz de tal suceso la imagen pasa a pertenecer a la Catedral de Burgos, lugar donde empezó a ser refrendada por gentes venidas de todas partes por la fama de sus milagros, y por muchos peregrinos, al encontrarse Burgos en la ruta del Camino de Santiago. Fue visitada por peregrinos ilustres como los Reyes Católicos, Felipe II, Santa Teresa de Jesús, Carlos II ó Felipe V. Incluso fue reflejada en un grabado del año 1790 que representaba el primer sorteo de la Lotería de Navidad.

Sobre el origen de la talla la tradición cuenta que un mercader de Burgos pasó a Flandes, ofreciendo traer a los padres agustinos, grandes amigos suyos, algún recuerdo devoto. Al regresar halló en el mar un cajón en forma de ataúd, dentro del cual había una caja de vidrio, y en ella una imagen de Cristo, con los brazos sobre el pecho, una llaga en el costado, y en manos y pies los agujeros de los clavos. Llegando a Burgos, hizo el mercader entrega del precioso hallazgo a los agustinos. Se le atribuyó tan peregrina efigie a Nicodemo, pues así venia consignado en la caja que lo contenía.

La imagen es una talla excepcional del Gótico Naturalista realizada en madera recubierta de auténtica piel de ternera, que le confiere el aspecto y tacto de la piel humana. La cabeza se mueve a ambos lados como los brazos, que si se desclavan caen como desfallecidos. Posee barba y cabello de pelo natural. Hasta la última restauración de 1997 llevó cinco huevos, ahora solo tres, quizás porque así aparece en la mayoría de las copias que se han hecho en pintura. Bajo el faldellín largo el artista representó el cuerpo completo de Cristo. Se trata de uno de los pocos casos conocidos en donde el cuerpo ha sido representado en su integridad, ya que usualmente se talla el paño de pureza para evitar al artista tener que lidiar con el desnudo. El faldellín es de diferente color según la liturgia del día.

El cuadro del Convento del Carmen, un óleo sobre lienzo, presenta el mismo patrón iconográfico con que se definen casi todas las copias del Cristo de Burgos. Es un Cristo de tres clavos muerto en la cruz en una composición vertical, con los brazos casi perlendiculares al tronco y la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. Tanto el rostro como la llaga de la lanza abierta en el costado tratan de mostrar más angustia que dolor físico. A sus pies tiene tres huevos de avestruz formando una composición triangular. La presencia de los huevos tiene una lectura mucho más profunda que ha dado lugar a varias teorías. La teoría divulgada popularmente en la Catedral de Burgos no es otra que la ofrenda de un devoto por una gracia concedida. Teoría que se aleja de otras de significado más iconológico donde el huevo es signo y símbolo universal de la vida, siendo un anuncio anticipado de su Resurrección ó simplemente un símbolo alusivo a la fragilidad de Cristo en la cruz. La imagen se completa con un faldellín de pliegues simétricos que caen desde la cintura hasta la mitad de las piernas, rematado en su borde inferior por un ancho y delicado encaje de finas y menudas puntillas. En casi todas las copias que conocemos en pintura, el faldellín aparece de color blanco, precisamente el color de Pascua de Resurrección.

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