Richard Ford, un turista inglés del siglo XIX en Rioseco


Teresa Casquete Rodríguez

España se puso de moda, en siglo XIX y entre los viajeros extranjeros, como destino turístico, repleto de arte, historia y monumentos desconocidos y lleno de historias románticas, con reyes moros, princesas cautivas, bandoleros y tesoros escondidos.

Es a mediados de este siglo cuando el británico Richard Ford, recala en Medina de Rioseco. Había nacido en 1796 en Londres, y 1830 decidió trasladar su residencia a España, por consejo médico, debido al precario estado de salud de su mujer. Durante los años que vivió en nuestro país se convirtió en un auténtico enamorado de todo lo español, hasta el punto de que a su regreso a Inglaterra, se construyó en este país, una vivienda neomudéjar, repleta de libros y recuerdos de su estancia hispana, dedicándose con ahínco a promocionar la cocina española entre sus conocidos.

En 1844 escribió el libro Manual para viajeros por España y lectores en casa, que tuvo un enorme éxito en las Islas Británicas, hasta el punto de llegar a ser uno de los libros con mayor número de reimpresiones.

En la sección VIII de esta obra, dedica dos páginas completas a nuestra ciudad, a la que describe como «una población de 4.500 habitantes», situada en el centro de una «llanura cerealística», a la que compara con La Alcarria. Aunque la imagen que percibe en su visita no le causa una buena impresión por su decadencia y abandono: «Esta capital construida de barro, en un distrito donde prolifera el adobe fue un emporio muy notable en el siglo XIV. Los mercados de telas y lino eran de los más importantes en ambas Castillas, pero ahora la vida se ha extinguido, y la carcasa regresa a la tierra de la cual fue hecha, polvo al polvo: la ciudad se convertirá en un “montón de tierra”- pulvis et umbra nihil. Una sombra de sus antiguos mercados aún tienen lugar el 19 de abril y el 18 de septiembre.»

Es la descripción que sigue a la presentación la que más gracia causará a los riosecanos, ya que en ella describe a la perfección, nuestra «afición» por recordar las glorias pasadas de Rioseco y que al parecer, ya por estos años, practicaban con creces nuestros tatarabuelos. Dice Ford: «Avisamos a nuestros lectores que tengan cuidado de las exageraciones de los nativos en cuanto a la gran prosperidad comercial de antaño». Pasando, a continuación, ha describir su visión del carácter español, muy dado vivir soñando con pasados esplendores y poco dispuesto a trabajar para poner soluciones a los problemas presentes y futuros. Para Ford, los riosecanos del siglo XIX, como descendientes de los hidalgos castellanos, despreciaban el trabajo manual y los negocios bancarios, que consideraban indignos de las clases sociales altas, que debían demostrar su estatus viviendo de las rentas, aunque fuera muy pobremente. Para él, «alardear del pasado», era pura fanfarronería y una especie de morfina para ocultar a la vista, las dificultades presentes. Y muestra su punto de vista práctico al hablar de la inversión de las riquezas de la ciudad en obras religiosas y no en ingeniería que hubiera desarrollado la economía. «…y ¿dónde están las pruebas positivas de esa prosperidad pasada? La Nobleza y la Iglesia, sin duda, han dejado testimonios de su poder y magnificencia, pero ¿dónde están los restos o las pruebas de caminos, canales, muelles, embarcaderos, almacenes y otros edificios? Todo lo que demuestra un espíritu anticomercial es evidente en el modo de ser español y las instituciones, la exclusividad de su nobleza, sus descalificaciones, su espíritu de casta, frío como el mármol, y su desprecio, que aún perdura.»

A continuación hace un recorrido por los principales monumentos de nuestra ciudad, empezando por la iglesia de Santa María, a la que describe como «gótica» y con un retablo mayor que «es uno de los mejores en España». Describe detenidamente la capilla de los Benavente como una «gema del arte», lamentándose de su estado: «ahora es todo decadencia y abandono», y continúa su visita por las naves laterales del templo, donde ve cuatro pinturas de Murillo, llenas de suciedad y mugre: «los temas son una Natividad grande y oblonga, una encantadora Santa Catalina, una Magdalena de rodillas, y una Madonna con Niño, de tamaño completo, que es la de mejor calidad». Todas ellas desaparecidas actualmente.

Su recorrido continúa en el templo de Santa Cruz y en San Francisco, frente al cual, ve aún en pie, la fachada del Palacio de los Almirantes. Y seguidamente pasa a describir la batalla ocurrida pocos años antes, contra las tropas napoleónicas en el cerro del Moclín, cuya memoria estaba aún muy reciente entre los habitantes de Rioseco. Tras describir las atrocidades cometidas por los soldados franceses entre la población riosecana, finaliza su narración proponiendo nuestra ciudad como punto central desde la que realizar «excursiones a varias ciudades antiguas».

Poca confianza les debió causar a nuestros abuelos la visita de aquel extranjero, la misma con la que debieron recibirle el resto de los españoles, puesto que en sus memorias Ford afirmaba que “nada suscita mayor desconfianza (en España) que el forastero que anda dibujando o tomando notas en un cuaderno; a quien quiera que sea visto sacando planos o mapeando el país, se le toma por un ingeniero o un espía, y en cualquier caso individuo de quien nada bien cabe esperar”.

Acompañamos este curioso relato con la obra de un coetáneo suyo, el pintor Jenaro Pérez Villaamil, y su visión romántica de la Capilla de los Benavente, cuadro que hoy se encuentra expuesto en el Museo Carmen Thyssen, de Málaga, así como con un retrato de nuestro turista Richard Ford, vestido con un peculiar atuendo «español».

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