
Para ello, en 1938 no dudó en dictar una serie de normas a seguir para todos aquellos riosecanos presentes en procesiones y otros actos religiosos. Este curioso documento, guardado en el Archivo Municipal, comienza con una perorata un tanto incomprensible en la que se mezclan ardores patrióticos, tendencias políticas, con una idea un tanto radical de la religiosidad y la fe cristiana.
En él se advierte de que quienes cumplan estas reglas serán considerados como “buenos riosecanos” y como los Flechas (niños del Frente de Juventudes) participarían desfilando en las procesiones. Se prohibía el tránsito de vehículos desde el Jueves Santo hasta el toque de Gloria del Sábado, el disparo de cohetes y petardos, las voces, las discusiones y que al paso de los pasos, los presentes conservaran cubierta la cabeza con sombreros, gorros, boinas, sombrillas o abanicos.
¿Qué pensarían entonces aquellos munícipes de los gritos jaleando a las cofradías en los desfiles de gremios o en el baile en la Calle Mayor? ¿Qué opinión tendrían de bares, discotecas y coches de choque funcionando con la música a todo volumen durante el paso de las procesiones, como se ha visto en las últimas décadas? ¿Nos calificarían a sus descendientes de “buenos riosecanos” o nos aplicarían las “penas correspondientes” con las que se amenaza en dicho bando?
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