Pregón profano; por José Antonio Pizarro


José Antonio Pizarro García. Foto: Fernando Fradejas

A Raquel Fernández, José Moras y Vicente Martín. Y a cuántos prematuramente dejaron de procesionar.
A mi padre.
In Memóriam.

El invierno empezaba a  dar sus largos coletazos finales en febrero,  entre heladas y nieve, pese a lo cual volvió a florecer  el almendro, prematuro heraldo primaveral, haciéndonos pensar  que Darwin debió de equivocarse, porque milenios y milenios de años no han logrado enseñarle al almendro a adaptarse a madrugar menos, a precaverse, a no extender la gloria de su blonda para que el hielo la acuchille (Jiménez Lozano).

También por entonces floreció  nuestro particular almendro semana santero: El Pardal, informativo cofrade, gran  esfuerzo y acierto  periodístico de este medio (enhorabuena a Pepe Gallego y su equipo). Anunciándonos que se avecinaba lo que todos esperan cada año. Creando ambiente. Trayéndonos voces, músicas, palabras, noticias, recuerdos, personajes que desde la relevancia o el anonimato simbolizan ese doble anuncio estacional: primavera astronómica, humana y vital. Rioseco revive, se pone en pie, despierta, florece tras la hibernación de tantos meses, con una ilusión y pulso que no recobrará por nada el resto del año. Dicen casi todos los entrevistados en El Pardal que la Semana Santa  dura aquí todo el año, y que no cambiarían nada de ella. No cegarse: dura lo que dura, ni un minuto más, y algunas cosas convendría cambiar.

También por esos días renunciaba al papado Benedicto XVI, tras más de  siete siglos sin un precedente.  Desconcierto en la Iglesia. Algunas críticas por la decisión. Todo cambia, hasta lo que se creía inmutable y remueve los cimientos de una institución  tan sólida. Nada se ha hundido. El Vaticano sigue en pie, tenemos nuevo Papa, con gran alborozo en la cristiandad (al paso que vamos, pronto se pedirá su beatificación…). Nadie es imprescindible.

Sigan,  siglo tras siglo, los cofrades riosecanos -pase lo que pase-  como la flor del almendro, aireando ilusión y túnicas,  paseando  los pasos (a ser posible sin frivolidad, bailes, cierta música verbenera; y más oscuridad en las calles, orden, celeridad y recogimiento). Siga aflorando  una tradición, un vivir, una fe, sin retórica huera o impostada. Ello  basta y  nutre  el sustrato más  profundo de unas vidas: emoción, familia, costumbres y hermandad.

En esta hora española de  sacrificios, renuncias, una realidad hostil y amarga para tantos, incierta para todos, un anclaje: la túnica, el farol y el paso. Rece quien quiera, y cada cual a su manera. Con eso basta. Porque este pueblo, amante de liturgias y tambores, exhibe con orgullo un sentimiento primitivo, quizá penitencial, para compensar su anual descreimiento. Y lo hace desempolvando una sucesión de escenas religiosas a las que impulsa y vivifica esa intuición lírica que el castellano encauza en su Semana Santa, en la pasión irracional por un torero o en el pasmo que le causan los barbechos. Intuición lírica que ha generado esas múltiples liturgias que la Liturgia original  ha sugerido y a través de las cuales expresa un sentimiento antiguo: Acaso el crimen que aquí se representa obliga a padecer su consecuencia: la condena, que aquí fue singular: confiar en la piedad y no renunciar jamás a la esperanza (Fernando Pizarro).

No renunciemos a la esperanza. También  de mejora. Incluso a la de que no llueva durante las procesiones. Un tercer año sin ellas, convertiría algunos rezos en blasfemia. Y, quizá, descargar otra tormenta en un vaso de agua  para enturbiar la estancada  en  la Junta de Cofradías. Aunque ni el agua ni la sangre llegarán al río… Los Dos de Mayo contra ella se quedan siempre en mera tertulia de café. Útil  como psicoterapia. Un intangible valor añadido del que nadie habla en los pregones…

José Antonio Pizarro García es abogado y cofrade de La Dolorosa.

share on: