
Hedy Lamarr -impresiona su belleza-, interpreta a una mujer frívola que va buscando un nuevo sentido a su vida, huyendo de sí misma, de cierto desequilibrio mental de índole sexual y de un acontecimiento delictivo.
Dennis O’Keefe -tierno y duro a la vez-, da vida a un científico abnegado que persigue un medicamento para beneficio de todos los hombres, añora una compañía que disuelva su insoslayable soledad e intenta descifrar el enigma que recae sobre su amada, fruto de un trauma psicológico y de la trampa urdida por un supuesto amigo de ella, ambicioso y deleznable, que es capaz de llegar hasta el crimen, acusándola de su asesinato.
Estas dos historias paralelas de dos seres en conflicto –aunque solo hasta la mitad de la película se nos muestra, con gran habilidad, la acción de la primera– se enlazan en una apartada y anónima pensión, donde predomina cierto grado de extrañeza ambiental gracias al comportamiento de una ambigua -y siniestra- patrona, dando fruto a una arrebatada historia afectiva, a una trama policial y a un juicio redentor.
Las últimas secuencias del film, una en la casa del hombre asesinado, donde se dilucida, con singular acierto, el asunto puramente policial, y otra, la tensión en el encuentro de los dos protagonistas en un aeropuerto, son de altísima categoría.

Entre otros trabajos suyos destacables podríamos señalar Odio y Orgullo (My Forbidden Past), 1951; Fiel Amigo (Old Yeller), 1957; La Bruja Novata (Bedknobs and Broomsticks), 1971. Sin olvidar todos sus maravillosas colaboraciones televisivas como director para la serie Alfred Hitchcock Presenta (Alfred Hitchcock Presents), 1956.
En resumen, Pasión que Redime (Dishonored Lady, 1947) nos ofrece, con elegancia y sin estridencias, y con un sugestivo argumento, dos de los géneros y dos de los contenidos más recurrentes del cine clásico americano de los años cuarenta: el cine negro y el melodrama psicológico por un lado, y el tema del falso culpable y la influencia del psicoanálisis por otro.
Emoción, intriga, acción y sentimientos -el trasfondo es de un romanticismo sin paliativos-, llevados con una ejemplar sobriedad, recorren los noventa minutos que dura este sugestivo film.
Una joya a descubrir.
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