Oh, glorioso San Antón…


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte.

Antigua fotografía del templo de Santa Cruz. Puede verse el retablo de San Antón en la primera capilla de la derecha, señalado con una flecha.
Imagen devocional de San Antonio Abad, guardada en Santa Cruz.

San Antonio Abad es uno de los santos más populares del calendario cristiano, por ser patrón de los animales y de algunos profesionales relacionados con ellos. En numerosas localidades existen cofradías que se encargan de darle culto y que organiza la misa el día de su festividad, tras la que se lleva a cabo la tradicional bendición de las mascotas.

La congregación riosecana de San Antón (como tradicionalmente se llama a este santo) tiene su origen en el siglo XVI y llegó a gozar en épocas pasadas de gran popularidad en la ciudad. Desafortunadamente en la actualidad el documento más antiguo que se conserva de ella es uno mucho más reciente, de 1820. Se trata de un libro de actas que da comienzo en esa fecha y que llega hasta el año 1978, recogiendo en sus páginas valiosos datos referentes a la hermandad, como listados de enseres, cuentas, reglas y normas de comportamiento. También nombres de mayordomos y hermanos, personajes perfectamente identificables aún hoy.  

 

Último listado de hermanos correspondiente al año 1978

En la cubierta de pergamino se escribió con letras hoy semiborradas por el paso del tiempo y el uso: “LIBRO DE INVENTARIO / de todos los bienes y / efectos pertenecientes / a la Congrega de San / ANTONIO ABAD / sita en la / parroquia de Santa CRUZ DE R [ilegible]. Año 1820 [ilegible]. Comienza el manuscrito recogiendo una enumeración los enseres que poseía la congregación en aquel año, y que se resumían en: “La insignia de plata con cuatro cañones (en años sucesivos se dice que son siete), con su funda / Ítem quatro baras de madera pa pedir los oficiales las demandas / Ítem Ocho cirios de cera para dar el viático alos hermanos quando estén enfermos / Ítem Una marca pa la cera / Item un cirio de velar con su achero de madera / Item quatro almuadillas [sic] de las andas / Ítem el archibo con tres llaves pa conserbar los papeles y fondos qe pertenecen a la congrega / Ítem dos talegos de estopa nuevos / Ítem Los tres libros pa el gobierno de la congrega”. Además, en casa del mayordomo saliente, Francisco de la Granja, se guardaban: un arca para la cera, conteniendo 34 cirios nuevos, cuatro hachas de coro, cuatro arandelas de hojalata (se aclara que son “pa el dia del Corpus” aunque no se especifica su función), dos guiones de damasco “con la targeta del santo”, uno blanco y otro negro con un solo asta de madera para ambos, rematada en una cruz de metal a la que se denomina “insignia”, una urna y cuatro ángeles (en años posteriores los denominan “serafines”) para las andas de madera y el tornillo de hierro que fijaba la escultura al tablero procesional.

Retablo de San Antón y detalle del medallón del ático, hoy en San Francisco

Asimismo en el propio templo de Santa Cruz, se encontraban las andas del santo y “la mesa pa las rifas” con dos cajones. Y en casa de algunos hermanos había una urna de pequeñas dimensiones, el “correario de los hermanos” y “6.500 bolas en número aproximado para la rifa”, que en el año 1836 llegaban a sumar 7.236, a las que acompañaba “un bionbo”, es decir un bombo.  Éstas estaban destinadas al sorteo del famoso “marrano de San Antón”, un cerdo propiedad de la cofradía que era alimentado de manera voluntaria por todos los habitantes de la localidad. Recorría las calles libremente durante todo el año y el día 17 de enero era rifado, yendo a parar sus beneficios al culto al santo. En las cuentas de la hermandad también se habla de donativos de cebada y pienso, que con toda seguridad servirían para alimentar al animal.

Los ingresos de la congregación se basaban en el pago de las cuotas de los cofrades, en el dinero recaudado con la rifa del cochino y en los donativos de los riosecanos. Los dineros, siempre escasos eran empleados también en una tradición que aún conservan algunas cofradías locales, la ayuda a los miembros enfermos y el acompañamiento en los entierros de los hermanos fallecidos.

Las reglas de la “Cóngrega de San Antonio Abad” recogidas en el libro, fueron redactadas nuevamente en 1854, coincidiendo con la refundación de la misma. En ellas se especifica que los aspirantes a ingresar en ella deberían tener 36 años de edad mínima y detentar “algún oficio o arte”. Tenían entre otras obligaciones la asistencia a las juntas y las misas establecidas (la del día anterior a la fiesta, la del 17 de enero (“misa de ramillete”) y la de posterior del día 18, dedicada a los hermanos difuntos), y el acompañamiento del Santo Viático para la asistencia de enfermos con “todos los cirios que hubiera, siendo la mitad en caso de uno de los hijos”. De acaecer el fallecimiento de algún cofrade o de su esposa, el resto de los integrantes de la congrega asistirían al entierro hasta “el arco intitulado de la esperanza”, portando al finado a hombros y acompañándolo con cirios y el estandarte de damasco negro. En ese momento, si existiera, pasaría a formar parte de la cofradía, la viuda del fallecido, que gozaría de plenos derechos (y deberes) previo pago de cuota.

El retablo de San Antón, en la iglesia de San Francisco

En los días cercanos al 17 de enero, los congregantes celebraban la junta anual, en la que se saldaban cuentas, se trataban todos los aspectos tocantes a la asociación y se establecía el nombramiento del nuevo mayordomo, al que se trasferían todos los enseres para su salvaguarda en su vivienda particular. El “día de la función” los hermanos asistían a la casa del mayordomo, tanto por la mañana como por la tarde, y a continuación se desarrollaba la tradicional procesión durante la cual todos los cofrades estaban advertidos de la prohibición “de fumar y decir palabras torpes” bajo pena de expulsión. De la misma manera todos los cofrades de San Antón tenían la misma pena por “injuriar a otro ni en hecho ni en dicho” o por “hablar mal de esta congregación”. En todos los años recogidos en el libro de actas tan sólo un miembro llegó a recibir dicha pena, en aquel caso por rehusarse reiteradamente a entregar los bienes, propiedad de la congregación, guardados en su vivienda.

El presidente perpetuo de la hermandad era el cura párroco de la iglesia de Santa Cruz, por ser en este templo donde se guardaba la imagen durante todo el año. En una de las capillas laterales del lado de la Epístola, “donde está la pila de bautismo”, se encontraba antaño el retablo y la imagen, acompañada de dos candeleros de plata con dos cirios, propiedad de la hermandad. En 1877 se trasladó la imagen momentáneamente al “altar del Santo Cristo de la Pasión”, por algunos arreglos que se llevaron a cabo en el emplazamiento original.

La escultura de San Antonio Abad, acompañado por un pequeño cerdo negro, se encuentra en la actualidad en el mismo templo de Santa Cruz, en uno de los retablos situados junto a la puerta de entrada, mientras que el retablo, del siglo XVIII puede visitarse en el Museo del Convento de San Francisco. Sobre la hornacina un medallón refleja el momento en que el santo visita a San Pablo El Ermitaño, en el desierto de Tebaida. Los relatos cristianos cuentan que en esos momentos se les apareció a ambos un cuervo con un pan en el pico y ambos rezaron juntos.

La Congregación de San Antón realizaba al año tres procesiones: la primera el 17 de enero, el día de la festividad del Santo, la segunda el día del Corpus (participando en conjunto junto al resto de hermandades riosecanas y la custodia) y la tercera cuando la Virgen de Castilviejo era trasladad en rogativa hasta la ciudad, momento en que los hermanos acudían con su estandarte blanco y dos hachones.

Echando un vistazo al listado de mayordomos y cofrades de San Antón, muchos nombres y apellidos se hacen cercanos a pesar del paso de los años: José y Andrés Rodríguez, Antonio Ceruelo, Manuel Margareto, Domingo López, Bernardo Criado, Telesforo León, Juan Vázquez, Juan Cuenca, Guillermo Rascón, Hermenegildo Serrano, Francisco Carriedo, Pedro Margarito, Manuel Pacios, Adriano y Pablo Rubio, Isidro Cocho, Juan Galbán, Manuel de Toro, Leoncio Aníbarro, Santos Valdivieso, Juan Esteban, Epifanio de la Fuente, Estanislao Rodríguez de Castro, Sebastián del Castillo, … incluso en la última lista recogida en el libro, hallamos en ella al entrañable sacristán de Santa María, Vitines Gómez.

Esa típica tradición riosecana de la conformación familiar de muchas cofradías, viene refrendada por una última y curiosa inscripción plasmada en las hojas del libro. Dice así:

Año 1978

Le sirbio Victorino Anibarro

Lleva de hermano 20 años

Y mi padre 26 años que fue

Leoncio Anibarro

Deseo expresar mi agradecimiento al párroco de Santa María y Santiago, Juan Carlos Fraile, por permitirme acceder a este libro histórico. También a Ramón Pérez de Castro y a Miguel García Marbán, por prestarme las fotografías del retablo y de la escultura de San Antón que acompañan este artículo.

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