No sabrán nunca que nos hemos ido; por Miguel García


M.García Marbán

El candado que un día cerró la puerta, el despertador que, tras años de cantar como un gallo, de repente enmudeció y sus agujas se pararon para siempre en una eterna hora, el molinillo cuyo ruido auguraba el sabroso café, una navaja con empuñadura desgastada de nácar y filo ajado que olvidó su función de cortar, unas cuantas botellas, con nombres ya olvidados, que tienen el brillo de una tarde calurosa de agosto o una pesada plancha que alisó blancas camisas almidonas, fueron protagonistas de la vida cotidiana que se ha perdido en el olvido.

Cosas olvidadas que guardan la memoria de lo que fueron y de las personas que las usaron. Por eso devolver a todos estos objetos antiguos parte del lustre y la dignidad que una vez tuvieron es casi un deber porque se recupera su secreta memoria al descubrir los recuerdos que traen escondidos del pasado. Objetos que se han ganado un rincón en la popular Cafetería Cubero. Ahora, en su 40 aniversario, se convierten en veteranos observadores de su historia.

Sin duda, Borges lo expresa mejor en su poema de Las cosas.

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

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