Multitudinario adiós a Antonio, el hombre que desprendía vitalidad

Cientos de personas abarrotan Santa María en el funeral de Antonio García Concellón
Antonio era un hombre de una vitalidad admirable, enamorado de Rioseco

José Ángel Gallego. Fotos: Fernando Fradejas

La Vara Mayor de La Flagelación y los cofrades escoltan el féretro de Antonio.

La iglesia parroquial de Santa María de Mediavilla, que tantas veces Antonio frecuentó durante su vida, se quedó literalmente pequeña en la celebración del funeral de despedida a Antonio García Concellón, que falleció inesperadamente este jueves.

Los riosecanos y los habitantes de muchas poblaciones de la comarca se volcaron con la emotiva despedida a este conocido comerciante riosecano, que durante décadas regentó la zapatería de Calzados Antonio, en pleno corazón de la Calle Mayor, y que ahora continúa en las manos de su hijo Luciano.

Antonio García Concellón era una persona tan conocida como querida en Rioseco y en las poblaciones de Tierra de Campos. A pesar de sus 90 años (nadie lo diría) tenía una vitalidad admirable que le hizo durante su larga vida colaborar activamente en la vida política, social y cultural de Medina de Rioseco. Fue concejal, administrador de la residencia de ancianos, fundado de la Coral y presidente, durante muchos años, de la cofradía de La Flagelación, de la que era, con orgullo, el número dos. Devoto de San Antonio y la Virgen de Castilviejo, además de buen aficionado taurino.

Precisamente una de las imágenes más emocionantes durante su despedida, llegó minutos antes del funeral. Sus hermanos cofrades escoltaban el coche fúnebre, al que precedía La Vara Mayor de La Flagelación. Al llegar a la casa familiar en la Calle Mayor, sus hijos y los cofrades de esta hermandad descendían el féretro y lo portaban a hombros hasta la iglesia parroquial. Entre ellos, Jesús Julio Carnero, presidente de la Diputación y hermano de honor de este gremio. El capellán de la cofradía, Jesús Hernández Sahagún, rezaba una oración por el alma de Antonio. Y encima del féretro, el cordón que luce el Cristo flagelado cada Jueves Santo.

Su familia no estuvo sola en este trance tan doloroso. Su mujer Eulalia, sus hijos Antonio, Marta, Miguel, Luciano, Mamen y Fernando, además de sus nietos, estuvieron acompañados por centenares de amigos y conocidos. Miguel García Marbán, director del Museo de San Francisco y colaborador activo de este diario, agradecía las muestras de cariño y recordaba que “el dolor de ahora, es fruto de la alegría de antes”.

El presidente de la Diputación muestra sus condolencias a Miguel García, uno de los seis hijos de Antonio.

La muerte siempre es dolorosa, más en este caso por imprevista. Porque aunque Antonio tenía 90 tacos, todos hubiéramos firmado a que se convertiría en centenario con ese envidiable estado de salud. Pero el destino es irrevocable y traicionero. Cuando las heridas comiencen a cicatrizar, todos recordarán a ese Antonio que desprendía vitalidad, a ese Antonio preocupado por Rioseco, por sus tradiciones, por su historia, a ese Antonio dispuesto a colaborar en cualquier actividad que se preciara, a ese Antonio a paso ligero; amable y conversador. Porque igual le daba hablar con un amigo, un cliente o un vecino, que con un turista con el que se topase. A este último, a buen seguro, que ya le habría vendido las excelencias riosecanas y le habría organizado una completa visita turística.

Le recuerdo, no hace mucho,explicándonos con tal entusiasmo cómo el gran Miguel de Unamuno había estado en 1932 en lo que hoy es su zapatería y por aquel entonces era una dulce pastelería. En sus ojos había ese brillo de quien relata la historia de su pueblo con pasión y orgullo, ese brillo que a los riosecanos se nos pone cuando hablamos de Semana Santa o presumimos de patrimonio. Hace unos días, al salir de casa, me lo encontré en la calle de las Armas. “Me voy con Miguel a Mayorga”. Creo que era el penúltimo día del año, nos felicitamos las fiestas. Era frecuente que el padre acompañase a su hijo en su labor como corresponsal del Norte de Castilla, por los pueblos terracampinos. Me volvió a recordar que le tenía que enseñar la casa que, quien escribe estas líneas, está construyendo. Había vivido en ella de recién casado y le apetecía volver a recordar. Me despedí prometiéndole que en cuanto estuviera terminada. Estaba hecho un chaval, como siempre; jamás hubiera pensado que era nuestra última conversación. Hoy ya es eterno y forma parte de la memoria colectiva de aquellos riosecanos que nos dejaron huella. Antonio, descansa en paz. Nosotros te recordaremos con vitalidad, será imposible no hacerlo. 

Todo el equipo que forma La Voz nos unimos en el dolor de su familia

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