El miércoles por la noche los riosecanos conocíamos la triste noticia de la muerte del escultor Agustín Macón, sin duda uno de sus más populares vecinos. En su taller, junto al Canal de Castilla, sus manos ya no volverán a moldear el barro. Y es que una parte importante de la vida de este hombre tranquilo y sencillo fue hacer esculturas en barro. Armado de un pequeño trozo de madera, de su taller salieron vírgenes, cristos y santos que dieron forma a la devoción de muchos riosecanos. Pequeñas piezas de arte que ahora ocupan un lugar privilegiado en muchos hogares.
Su predilección por el barro se inicio a los 15 años, en 1945, cuando empezó a trabajar en un obrador de alfarería de Rioseco. “Era el barro tierno y vivo, que al tocarlo hacía que mis manos vibraran”, recordaba hace unos meses el bueno de Macón, que es como popularmente se conocía a este artista del barro. Desde entonces no dejó de realizar esculturas.
“Mi primera obra fue la Virgen de Castilviejo, que es la patrona de Rioseco a la que todo el mundo profesa gran devoción”. Hoy, esta obra se encuentra en Madrid, y Macón recuerda orgulloso cómo gracias a su escultura se pudo reconstruir la réplica que actualmente existe cuando la verdadera desapareció por un robo.
Podía haberse decantado por cualquier otro material pero “me maravilló un escultor madrileño, maestro de Bellas Artes que parecía surgido del mismo Renacimiento”, también recordó el escultor, que sobre todo fue un hombre callado y de gran sensibilidad. Más tarde llegarían las réplicas de las imágenes de La Dolorosa, de La Soledad y de cada uno de los pasos procesionales que desfilan en la tradicional Semana Santa de Rioseco. Pero sin duda, es la copia de la escultura de la Magdalena, del imaginero Tomás de Sierra, que pertenece al grupo escultórico del paso de La Crucifixión, de la que Macón siempre se sintió más orgulloso.
A Macón le gustaba que la gente viese cómo poco a poco de la nada iban saliendo las formas que más tarde él mismo policromaba. “Me gusta dialogar con las gentes y amigos que siempre me han apoyado y me han ayudado”. Por eso siempre tenía abierta las puertas de su taller.
Macón tenía la figura en la mente, y desde su infancia sabía donde encontrar un barro con buena textura. Era el comienzo de una nueva obra, luego venía la colocación del bloque sobre la plataforma cuyo grosor dependía de la pieza que fuese a elaborar. Más tarde, “las caricias del contacto de mis manos con el barro” daban paso a la labor de modelado con el palillo, “con mucha suavidad y cariño, buscando la proporción”. La imprimación con pintura buscará la piel, el rostro para conseguir la vida y la credibilidad”.
Ahora sus manos han callado para siempre, ya no lograrán el secreto misterio de convertir el barro en arte. Sin embargo, en la memoria de todos los riosecanos quedará el recuerdo imborrable de este hombre tranquilo y sencillo, y sus obras en barro serán el testimonio eterno de su labor artística.
A su mujer, su hija, amigos y familiares, nuestras más sinceras condolencias. Agustín, viejo amigo, descansa en paz.