Es pequeño, pero cuando se cabrea deja de ser Sequillo. Entonces como si despertara enfurecido de un largo letargo, se envalentona y alza su poderosa y mojada voz para constatar su milenaria presencia, para que los pueblos y gentes ribereños sepan que él está ahí antes que ellos y que seguirá después de que ellos se hayan ido. Con su amenazante y alocada cabeza pegada a la base de los puentes, los más viejos del lugar recordarán cuando hace más de medio siglo era más travieso y sus aguas llegaban hasta la plaza Mayor. En unos días de nuevo se aletargará y volverá a ser Sequillo, a la espera de recordarnos que por sus venas fluye todavía la fuerza de la juventud.
Menos mal que no se cabrea muchas veces
Miguel García Marbán