Más milagros de Castilviejo, aunque menos conocidos


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte.

El interesante artículo proporcionado por el colaborador de este diario, Ángel Gallego, relativo al milagro del Cristo de Castilviejo, me ha hecho indagar en archivos y viejos libros, en busca de otras intervenciones divinas menos conocidas, concedidas por ambas imágenes a los riosecanos, Cristo y Virgen de Castilviejo, inseparables el uno de la otra.

Volvemos de nuevo a la obra del jesuita Villafañe a la que hemos hecho referencia en otros dos artículos anteriores. Y en ella se recoge precisamente el origen de esa unión. Al parecer fue a finales del siglo XVI, cuando se decidió de manera ocasional, llevar a la ciudad la imagen de la Virgen en solitario. Al intentar levantarla el peso normal de las andas y la escultura aumentó hasta tal punto que era imposible levantarla. Por más que los hermanos de la cofradía lo intentaron, una y otra vez, fue completamente imposible. Alguien llegó a la conclusión de que la causa era que la Virgen no quería salir de la ermita si no era con su Hijo, por lo que se decidió a partir de entonces, que ambas imágenes siempre procesionarían juntas.

Otra versión del mismo hecho dice que un año se trasladó a Rioseco la imagen de la Virgen de Castilviejo en solitario, pero estando colocada en el altar mayor y a punto de comenzar las rogativas, la imagen del Cristo se apareció milagrosamente junto a la de su madre, dando a entender su deseo de ir ambas siempre juntas.

Ninguna de estas intervenciones divinas fueron declaradas milagros por el tribunal eclesiástico pertinente, pero quedaron en la memoria de los riosecanos durante siglos, y fueron recogidas como tal por el padre Villafañe en 1740.

La Virgen de Castilviejo, por el contrario, siempre fue considerada una reconocida abogada, especialmente ante casos de accidentes y enfermedades. Prueba de ello era la multitud de exvotos que llenaban los muros del camarín hasta hace pocas décadas. Fotografías, pelos trenzados y usados como material artístico de cuadros, piernas, brazos y corazones de cera, muletas, piernas ortopédicas y las más variadas prótesis… ayudados por el polvo de siglos, constituían a dar un ambiente entre misterioso y tétrico al lugar. Es una pena que la última restauración hiciera desaparecer aquella imagen y especialmente aquella colección de pruebas milagrosas concedidas a nuestros abuelos.

Sin embargo quedan aún en la memoria de los riosecanos numerosas intercesiones de María Santísima de Castilviejo a favor de sus conciudadanos. El padre Villafañe recoge cuatro ejemplos:

En 1673 Rioseco sufrió una plaga de langosta, que comenzó a destrozar las cosechas de la comarca. Los riosecanos decidieron realizar una misa en el alto situado en los Molinos de Viento, con la presencia de la imagen de la Virgen de Castilviejo y escasos segundos después de acabar la misma, se formó una enorme nube con dichos insectos, que emprendió el vuelo, alejándose del contorno, que desde entonces no volvió a sufrir más plagas.

El 8 de mayo de 1625, la riosecana Magdalena García, mujer de Jerónimo de Juan, que era cirujano, estaba con su hija Ángela, de tres años de edad, en el portal de su casa, cuando ésta cayó accidentalmente a un pozo que había en dicho lugar. Tras encomendarse a la Virgen de Castilviejo, y con ayuda de unos vecinos, se logró sacar a la niña sana y salva y sin ningún daño.

El 20 de febrero de 1711, el riosecano Manuel García Perez, cayó al río por el puente en un lugar llamado Villa Bracarro. Viendo que estaba a punto de ahogarse, pidió a la Virgen de Castilviejo ayuda y en esos momentos apareció un hombre desconocido que lo ayudó a salir del agua.

En 1720 el niño Jerónimo de Montenegro, de un año de edad, hijo de Juan de Montenegro y de Josefa de Castro, vecinos de Rioseco todos ellos,  sufría de repetidos ataques epilépticos. Un día en que estaba al cuidado de su madre, tuvo un ataque tan fuerte que le dejó en un estado que todos lo dieron por muerto. Sus padres no se dieron por vencidos y cargando con él en brazos se fueron caminando hasta la ermita de Castilviejo, donde pidieron a la patrona de Rioseco la curación de su hijo. En esos momentos el niño volvió en si y los ataques cesaron por completo para siempre.

Desconozco la veracidad de dichas historias y si el padre Villafañe las recogió oralmente o figuraban escritas en algún cuadro exvoto de la ermita. Pero he consultado en los archivos parroquiales los datos de los protagonistas y puedo acreditar, al menos, la existencia de todos ellos.

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