
Al filo de las cinco de la tarde se soltaba en los pagos de La Perla, cerca del santuario de la patrona, el ganado: dos vacas y un novillo. Allí esperaban jinetes y monturas para templar la embestida de los astados. Una de las vacas, la de mayor tamaño, protagonizó una carrera con dirección hacia el municipio de Rioseco.
Algunos caballistas consiguieron cortar la huida de la vaca, que dio la vuelta y enfiló, por la parva del río Sequillo, con dirección a la vecina localidad de Villabrágima. Se quedó muy cerca. La otra vaca también protagonizó su particular aventura. Fue en las inmediaciones de la ermita, donde llegó a hacerse dueña de la pradera y consiguió dar una vuelta al santuario.
El eterno debate de los aficionados ¿encerrar o no?
El novillo, por su parte, se movió más bien poco y se quedó en una tierra cercana a la ermita, donde los caballistas pudieron divertirse. Dos horas después, los tres animales eran conducidos al camión y se ponía punto y final a un encierro controvertido. Para algunos fue un desastre, para otros, divertido. De nuevo, entre los caballistas volvió a surgir el eterno debate: ¿se debería conducir al ganado hacia la plaza de toros como ocurre en otras localidades con fuerte tradición de encierros camperos? Las opiniones son para todos los gustos.
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