‘La Ponte’ o la actriz que ‘nació’ en el Teatro

El destino quiso que esta talentosa mujer naciera junto al teatro riosecano cuando sus padres estaban de gira. Sus restos reposan en el camposanto de la ciudad

Gonzalo Franco Revilla

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María Luisa Ponte Mancini (Medina de Rioseco, Valladolid, 21 de junio de 1918 – Aranjuez, Madrid, 2 de mayo de 1996) fue una actriz española de muy reconocido prestigio que participó en numerosas películas, obras de teatro y series de televisión Hija de los actores Enrique Ponte y Haydée Mancini Puggi, (ésta de origen italiano) nació en plena gira teatral de la compañía de sus padres en nuestra ciudad, durante las fiestas de San Juan, justo en una vivienda situada al lado del teatro donde su padre representaba una obra. Tuvo dos hermanos más pequeños Gloria y Adolfo.

Ella contaba años después en sus memorias los pormenores: “En Medina de Rioseco mis padres tomaron alquilada una casita, que aún se conserva, situada frente al teatro. Una noche, mientras mi padre representaba su papel en el escenario, mi madre se puso de parto. Vino a atenderla un médico y mientras duró el parto. El dueño de la casa en que estaba mi madre iba de la casa al teatro y del teatro a la casa para informar a mi padre de cómo iba todo…. ¡Ha sido una niña! ¡Una niña! Y esa niña era yo”.

Cuando tenía veintiún años actuando en una compañía de teatro en Rioseco, se acercó a aquella casa donde estaba un hombre mayor, que se acordaba del nacimiento de la hija de los cómicos. Su vocación interpretativa fue muy precoz pues con tan sólo seis meses de edad subió por primera vez a un escenario. Se dedicó profesionalmente a la interpretación desde los catorce años y en lo sucesivo centró su actividad en el teatro, incorporándose a la compañía de su padre e interviniendo en montajes de La malquerida, de Jacinto Benavente o Casa de muñecas de Ibsen.

La Guerra Civil sobrevino a la joven actriz mientras trabajaba en Pola de Siero (Asturias), donde desaparecieron su equipaje y todas sus pertenencias. Otras obras que interpretó fueron Panorama desde el puente (1958), de Arthur Miller; Don Juan Tenorio (1953), de José Zorrilla; El bello indiferente (1953), de Jean Cocteau; La mordaza (1954), de Alfonso Sastre, La ratonera (1954), de Agatha Christie; El caso del señor vestido de violeta (1954), de Miguel Mihura; Medida por medida (1955), de Shakespeare; La guerra empieza en Cuba (1955), de Víctor Ruiz Iriarte; El anzuelo de Fenisa (1961), de Lope de Vega; Solo Dios puede juzgarme (1969), de Emilio Romero; Numancia, de Cervantes, dirigida por Miguel Narros; El rufián Castrucho, de Lope de Vega y Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen.

También Ocho mujeres, de Robert Thomas; Todos eran mis hijos (1963), de Arthur Miller; La noche de la iguana (1964), de Tennessee Williams; La tercera palabra, de Alejandro Casona; Calígula, de Albert Camus; Luces de bohemia, de Valle Inclán; Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura; Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca (1977), de José Martín Recuerda; El padre (1978), de August Strindberg; Las bicicletas son para el verano (1982), de Fernando Fernán Gómez y Bajarse al moro, de José Luis Alonso de Santos. De carrera amplísima y fecunda tanto en cine, como en teatro y televisión. Muy admirada y respetada por la profesión, donde se la conocía como La Ponte, pocas veces fue protagonista pero su interpretación siempre destacaba por su naturalidad y autenticidad. Su voz potente, su fuerza y carácter, hicieron de ella una intérprete popular y reconocible.

Su primera película data de 1952 y a lo largo de las siguientes tres décadas se consolidó como una de las actrices más destacadas de los repartos cinematográficos. A menudo sus personajes responden a un estereotipo de mujer amargada, hipócrita o antipática, madres castradoras, mujeres emprendedoras, cotillas y parlanchinas de diversas especies y personajes, en general, ingratos, en los que se movía siempre en el filo de la navaja, rozando y sorteando a la vez con habilidad extraordinaria el histrionismo, la caricatura y el esperpento, aunque en otros personajes conjugaba su fuerza natural con la más honda ternura, siendo el humor muchas veces la base de muchos de sus trabajos.

En su larga trayectoria caben grandes títulos del cine español como El pisito y El cochecito, de Marco Ferreri; La ciudad no es para mí, de Pedro Lazaga; El verdugo, de Luis García Berlanga; El extraño viaje y El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez; Camada negra, de Manuel Gutiérrez Aragón o La colmena, de Mario Camus.También en televisión desarrolló una carrera notable, destacando su participación en Fortunata y Jacinta, Farmacia de guardia y La Regenta. Fue candidata a los premios Goya en 1986 a la mejor interpretación femenina de reparto por la película El hermano bastardo de Dios de Benito Rabal y ganadora del premio por la mejor interpretación femenina de reparto por Canción de Cuna de José Luis Garci en al año 1994.

Candidata a la mejor actriz de televisión en los premios Fotogramas por la serie Farmacia de Guardia en 1992. Premio de la Asociación de críticos cinematográficos de Nueva York en dos ocasiones por mejor actriz secundaria en 1980 por la película El nido de Jaime de Armiñán y en 1982 por La Colmena de Mario Camus. También fue premio del Sindicato nacional del Espectáculo por la película Ensayo general para la muerte de Julio Coll en 1962 y premio María Guerrero de teatro por Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez en 1982 y premio Nacional de Cinematografía en el año 1992. Es protagonista de un libro de memorias escrito a partir de sus recuerdos por Eduardo Galán, publicado en el año 1993 con el título de Contra viento y marea.

Mantuvo su actividad profesional hasta poco antes de su muerte en 1996, recibiendo el premio Goya por su última película en enero de 1995.Tuvo una hija, Luisa, antes de enviudar muy joven del actor José Luis López de Rueda y dos nietas, Karim y Astrid. Estuvo unida sentimentalmente al también actor Agustín González entre los años 1954 y 1986. Fue madrina de la actriz y periodista Cayetana Guillén Cuervo. De ella escribió en su muerte el 2 de mayo de 1996 el crítico Ángel Fernández Santos: “María Luisa Ponte (hija y nieta de cómicos) subió por primera vez a un escenario en 1918, con seis meses recién cumplidos. -Me dieron de mamar serrín de escena- dijo una vez esta popular actriz fallecida ayer en Aranjuez. No salió de los teatros más que para entrar en los platós de cine en 1952. Su despegue en la pantalla, al contrario que su juventud teatral, fue lento. Hay que esperar a 1958 -en que, dirigida por Marco Ferreri, actuó en El pisito, y, dirigida por Fernán-Gómez, en La vida por delante– para ver definido el desgarro, la dureza y la aspereza, destinada a encubrir el dolor, la fragilidad o la amargura, de su vigoroso personaje. Este personaje, que elaboró en casi un centenar de películas e incontables actuaciones en teatros y en televisión, la convierte -sobre todo cuando es dirigida por Fernando Fernán-Gómez, escritor, actor y director con el que alcanzó un intenso entendimiento profesional recíproco, que dio lugar a creaciones eminentes, como sus respectivas y prodigiosas interpretaciones en El viaje a ninguna parte– en una figura insustituible en la escuela y la estirpe de los llamados secundarios de oro del cine español.

Este fenómeno artístico sorprendente, raro pero esencial, es muy poco y muy mal conocido en España pese a que enuncia el conjunto de rostros de cómicos que mejor ha expresado las peculiaridades de la vida y de la gente de España; y que entre 1940 y 1970 forjó colectivamente, película tras película, la cumbre indiscutible de la historia de nuestro cine, lo que éste tiene de una forma de representar algo inimitable e inimaginable fuera de aquí. Y María Luisa Ponte es una parte de esta cumbre. Nació María Luisa Ponte el 21 de junio de 1918 en Medina de Rioseco, Valladolid, durante una gira teatral de sus padres, Enrique Ponte y Haydée Mancini Puggi; y murió la mañana de ayer en Aranjuez, Madrid, donde desde septiembre del año pasado vivía completamente retirada de su oficio y apartada del que fue su ámbito cotidiano en el mundo de las noches madrileñas. La muerte le llegó tras una súbita parada cardiaca, en su habitación de la residencia de ancianos El Real de Leite. Tenía 77 años. Su último trabajo fue el personaje Petronila de Rianzares en la Serie televisiva La Regenta, dirigida por Fernando Méndez-Leite. Hace dos décadas interpretó el mismo personaje en la versión cinematográfica de la novela de Clarín realizada por Gonzalo Suárez, quien ayer dijo acerca de ella: «Era una excelente actriz y me parece injusta la palabra secundario para definir su trabajo».

Pero lo cierto es que esta palabra ha tomado carta de naturaleza y la expresión secundarios de oro es, en la profesión cinematográfica, una referencia admirada y sin la menor connotación peyorativa, pues tras ella vive y empuja la idea de que esta estirpe de viejos cómicos -forjados casi todos en la escena anterior a la guerra civil y que el cine de la posguerra hizo suyos- es el entramado básico no sólo de los repartos sino también de la solidez y del trasfondo del mejor cine español de aquellos años. Ninguno de los ahora llamados castings logra alcanzar -ni puede hacerlo, pues falta la materia humana, la sensibilidad, el oficio y la experiencia de sus componentes- la homogeneidad y precisión de aquellos asombrosos repartos, de los que María Luisa Ponte formó parte y esencial durante más de cuarenta años. Enunciar esta estirpe de intérpretes es aludir a la máxima conquista colectiva del cine español y a una clave de entendimiento de la solidez de la obra de creadores de películas como Fernán-Gómez, Rafael Azcona, Luis Buñuel, Luis García Berlanga, José Luis Sáenz de Heredia y otros directores y escritores que urdieron sus fabulaciones apoyados en la garantía que les daba el esplendor de la larga nómina de intérpretes excepcionales -genios oscuros, situados en las antípodas del estrellato- que dieron su más nítida identidad a nuestras pantallas.

María Luisa Ponte es una parte de esa identidad y con ella muere uno de los pocos rostros que quedaban de aquel glorioso y probablemente irrepetible fenómeno. Como las de sus colegas mayores –Aurora Redondo, las hermanas Caba Alba, las hermanas Muñoz Sampedro, Lola Gaos, Rafaela Aparicio; o José Ísbert, Manolo Morán, Alberto Romea, Raúl Cancio, Ismael Merlo, José Bódalo y decenas más de maestros de la escena rescatados por la pantalla en la era del franquismo-, la obra de María Luisa Ponte es un eslabón irrompible de esa cadena. José Luis Cuerda, que la dirigió en Total, afirmaba: «Con sus ojos y gestos era capaz de parar al más templado; y con su sabiduría y técnica lograba transmitir». Y Jaime de Armiñán, que la dirigió en El nido: «Era una mujer extraordinaria y una de las más grandes actrices que ha dado el teatro español. Era valiente, ocurrente y divertida, con un punto de locura que la convertía en una persona de gran singularidad».

Su vinculación más estrecha con Medina de Rioseco se relanza en la década de los años 80 del pasado siglo con las visitas frecuentes a nuestra ciudad desde la cercana Valladolid donde acude con frecuencia al festival de cine SEMINCI y se acentúa aún más cuando se hace madrina y guía de un nuevo grupo de teatro aficionado que surge en Rioseco que decide poner su nombre a la compañía, en la actualidad Escuela de Teatro Municipal. Es habitual verla en los ensayos y estrenos de la compañía y en algunos otros actos en los que se muestra como es ante los riosecanos que se acercan a ella: divertida, inteligente, cáustica, profundamente humana. Aunque con un carácter muy bien puesto que la hacía rechazar con vehemencia a todos aquellos fatuos que se la acercaban, pero la gustaba reír con ganas.

Pregona las fiestas de San Juan del año 1986 y acude a inaugurar una calle con su nombre en el barrio de Ajújar en diciembre de 1988. Recibe la placa al mérito cultural el 31 de marzo del 2001 a título póstumo que le concede la diputación provincial, en un homenaje que se celebra en el Teatro Principal con lectura de poemas y textos de Luisa Gavasa, Bruno Vella, Cayetana Guillén Cuervo, Gemma Cuervo y Agustín González. Cumpliendo su voluntad que todos sus premios y galardones se queden en el teatro de Rioseco, allí se instalan, donde se encuentran en un armario vitrina que se encuentra en el hall y que sus cenizas reposen en el cementerio de la localidad, como así sucede, donde nunca faltaron las flores enviadas por su querido Agustín González, hasta que éste falleció y donde comparte espacio junto a otros miles de riosecanos como ella siempre quiso y deseo.

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