Los regatos y el chupitel; por Rosa Blanco


¡Cuántas cosas habrán sucedido en este Paseo!, que es como en la década de los 60 denominábamos al Parque del Duque de Osuna. Tal vez aprendiéramos a montar en bici o contempláramos la cara de felicidad de quien lo acababa de conseguir. Quizá tuviera lugar aquí nuestro primer beso o la observación alelada de los que se daban las parejas a las que expiamos en alguna ocasión.

¡La sed que habrá saciado el «chupitel»!, el de mi niñez de piedra, parecido a una pila bautismal, donde nos empapábamos a conciencia al poner el dedo en el pitorro por el que salía el agua y desde el pedestal bebíamos hasta empiparnos, o al menos así nos lo reprochaban quienes querían beber también.

¡La variedad de sonidos que este «Paseo» contendrá!: llantos de recién nacidos, riñas de enamorados, carcajadas de amigos, y música. Cuando tocaba la Banda Municipal el templete se vestía de gala. Endomingados, asistíamos perplejos a la transformación de nuestros padres al bailar, mientras la alegría del pasodoble se expandía por todo el Parque.

¡Cuánto tiempo empleado en los regatos! observando la canalización del agua sobrante del riego, atentos a cómo ese minúsculo cauce se llevaba los pétalos de flores y las ramitas que minutos después utilizaríamos para hacer colonia y fortificaciones.

Compruebo que por el Paseo se despiertan sensaciones que creía olvidadas: el olor de las patatas fritas, el sabor del barquillo, el pisoteo de hojas secas, la textura de los árboles y toda la gama de colores a mi disposición. Escucho aún la advertencia de que comer castañas pilongas nos haría enloquecer, voces anunciando ¿Quién juega una cantea? y el murmullo imperceptible de los regatos.

No aprendí entonces los nombres de los árboles, flores y arbustos que poblaban el Paseo, pero conocía el nombre de pila de los jardineros que estaban a su cuidado. Eran ellos los artífices de los regatos, quienes mantenían escondidas las cajetillas de tabaco que guardábamos entre los setos y quienes nos seguían el juego cuando al verles regar los chavales coreábamos ¡La manga riega que aquí no llega!

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