Los graffiti de la torre de Santa María


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

Resulta un poco contradictorio que uno de los monumentos más emblemáticos de Medina de Rioseco sea el menos visitado. Curas, sacristanes, monaguillos y personas de espíritu aventurero, componen la lista de los escasos conocedores del interior de la torre de Santa María de Mediavilla, verdadero emblema de Rioseco y faro-guía de todos sus habitantes y visitantes.

Pocos se han atrevido a ascender por ella y menos aún a alcanzar la linterna que la remata y que contiene la campana de las horas. Lo cierto es que la subida a este emblemático campanario es algo dificultosa y eso ya representa un inconveniente para su visita. A los dos primeros pisos se llega por una angosta escalera gótica de trazo cuadrangular, que se transforma en caracol en los siguientes. La estrechez y el desgaste de los peldaños, la oscuridad (absoluta en algunos tramos), los 30 centímetros de palomina en los que se hundían los pies y el vuelo constante de aves en el interior, transformaba la visita hasta hace pocos años en toda una demostración de valor. Tras la limpieza de los excrementos, el cierre de vanos y la colocación de iluminación eléctrica, el recorrido por el campanario ha perdido parte de ese encanto, pero se ha transformado en algo mucho más llevadero.

Después de atravesar las dos primeras alturas, desde las que se accede a las bóvedas de la iglesia y a unas estancias de suelo en pésimas condiciones, se llega al primer cuerpo de amplios ventanales. El panorama desde allí es increíble. Rioseco se extiende a los pies como una ciudad en miniatura y la vista alcanza varios kilómetros a la redonda, divisándose claramente los tesos de El Moclín, Almenara, Rayado e incluso la silueta de algunos pueblos vecinos, como Villanueva de San Mancio o Belmonte de Campos.

Sin embargo la parte más llamativa de la subida a la torre no está en lo que se contempla en el exterior, sino en el interior. Las paredes se encuentran literalmente sembradas de nombres, firmas, fechas y esquemáticos retratos. Los distintos albañiles, carpinteros y campaneros que realizaron su labor en ella durante siglos, dejaron sus huellas plasmadas en las paredes como cápsulas del tiempo. Aún se puede leer claramente: Francisco Hijosa, Ángel Vázquez, Antonio Chozas Sanz, Tomás Martínez, Mateo Aguado, Francisco Sanz, Fernando Vega… Para saber quiénes eran aquéllos tan sólo hay que recurrir a los padrones realizados por el Ayuntamiento en el siglo XVIII, porque allí están inscritos todos junto a sus profesiones: “alarife”, “maestro de obra”, “presbítero”…  Una fotografía realizada a principios del siglo XX refleja un momento muy similar a aquel que vivieron esos artesanos. Un grupo de operarios -a las órdenes del señor Moras- se dispone a reparar las vigas del tejado de la iglesia de Santa María, y junto al antiguo acceso a las bóvedas del mismo templo (que se encontraba en uno de los ventanales de la torre), decidie realizar un retrato de conjunto con el párroco. Pero quizá una de las inscripciones que resultan más llamativas, por elocuente, sea una que dice “Aquí se armó la de San Quintín, 18 de julio de 1936”.

La mayoría de los años plasmados en los muros se corresponden con “1795”, “1796”, “1780”, “1777”, y seguramente se escribieron durante los arreglos realizados en la edificación o aprovechando la colocación o el cambio de alguna campana, como afirma uno de los grafitos: “en 23 de otubre  sedesArmo esta campana Año 1736”. Por esas fechas se llevaban a cabo las obras de cerramiento y remate del campanario, dirigidas por Pedro de Sierra Oviedo y en las trompas que sostienen el cuerpo ochavado encontramos el nombre del maestro de obras y la fecha: “MTRO FRANCO RIBERO”, “AñO Đ 1719”.

Junto a nombres y apellidos también se pueden vislumbrar esbozos de retratos a base del archiconocido método de la unión del seis y el cuatro. En algunos muros incluso se llegó a plasmar un esquemático campanero en plena función y ataviado a la moda de la época, con calzones, capa y el pelo recogido en una coleta.

Lo cierto es que el interior de la torre está plagado de detalles curiosos que van mucho más allá de estos grafitti. Desde restos del antiguo campanario gótico que se derrumbó (arranques de bóvedas de crucería, capiteles, etc), a la talla de Santa Bárbara que protege a Medina de Rioseco de los nefastos efectos de tormentas y rayos.

Es una pena que la lluvia, el viento y el sol hayan borrado  para siempre algunas de estas firmas y que otras al carecer de protección estén camino de tener el mismo fin. Urge la preservación de estas huellas dejadas por nuestros antepasados, también apremia el lavado de cara de nuestra torre más insigne, así como la adecuación de su interior para que oriundos y foráneos puedan conocerla, desde dentro y desde fuera.

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