Aunque han pasado a ser un elemento habitual del paisaje, su descomunal presencia sigue rompiendo la monótona línea del horizonte terracampino. Son los gigantes de la luz, esas esbeltas torretas de hierro que sostienen los cables de alta tensión en su misión de transportar la luz a la modernidad y la comodidad. Estas inquietantes estructuras, vistas unas detrás de otras, con sus grandes brazos, parecieran formar parte de un disciplinado, extraño y arrogante ejército de gigantes que, avanzando a grandes zancadas por los verdes campos, tuviera la especial misión de hacer llegar la posibilidad de tener todos aquellas comodidades que permiten la electricidad y sin las cuales volveríamos a los tiempos de la vela y la estufa.