Es lógico que una revista de tirada nacional, como esta, reflejara la celebración de esta fiesta riosecana, que llegó a ser más renombrada que la propia Semana Santa. Esta festividad tenía su punto álgido el Miércoles de Ceniza, con el Entierro de la Sardina, una especie de procesión cívica, donde tomaban parte los escuadrones de lanceros, infantería artillería, gastadores, caballería, etc, todos ellos formados por riosecanos, que realizaban sus uniformes de fantasía y sus armas a base de retales, cartón, purpurina y mucha imaginación. A su recorrido se unían las plañideras, la «Escuela del Capillo», las representaciones burlonas del clero y las autoridades civiles, y como no, el propio cortejo fúnebre, con coche de caballos y sepultureros vestidos para la ocasión. Se leía desde un balcón de la Plaza Mayor, el «Sermón de la Sardina» y tras el sepelio, la fiesta continuaba a puerta cerrada en el baile que ofrecía para socios y familiares, el Círculo de Recreo.
Tras la Guerra Civil, estos festejos siguieron realizándose, pero cada vez con menor intensidad, hasta llegar a su desaparición. Tan sólo hubo un intento de recuperación en los años 80, que no llegó a prosperar, y después, nadie se ha preocupado de sacar de este injusto olvido unos festejos que tanta fama dieron a nuestra ciudad.