Lobato acude a la Feria del Libro con su nuevo poemario

El poeta riosecano Luis Ángel Lobato se cuestiona sobre la posibilidad del fin del mundo con la destrucción o la pérdida de un amor en su último libro

Gonzalo F. Blanco

Luis Ángel Lobato -que no necesita presentación en estas páginas- acaba de publicar su último libro de poesía en Ediciones Cálamo: Dónde estabas el día del fin del mundo. El nuevo libro es coherente con la trayectoria poética propia del autor pero, al mismo tiempo, supone una cesura, un tajo, en su obra en marcha, al anunciar, con fiero dramatismo, la posibilidad del fin de ese mundo poético propio, que no es otro para Luis Ángel Lobato, que el fin del amor, o la destrucción de un amor. Este artículo quiere ser una invitación a la lectura de Dónde estabas…, que desde ayer está en las librerías. Un libro que ha llegado para quedarse en la historia de la poesía en castellano. Dónde estabas el día del fin del mundo se presentará en la Feria del Libro de Valladolid el día 28 de abril. Junto al autor, realizarán su presentación Gustavo Martín Garzo y Blanca Jiménez Cuadrillero

Un fantasma recorre el último libro de poesía de Luis Ángel Lobato anunciando la muerte del amor y, en consecuencia, el irremediable fin del mundo. El mundo del que hablamos no es otro que el mundo poético propio que el autor ha edificado en sus seis libros de poesía, y el fin del amor no es otro que la posibilidad de destrucción de un amor, en singular, al que no se quiere renunciar.

Así, el yo poético -el yo íntimo, el yo fantasmal- del autor se despierta una mañana para contemplar calles deshabitadas, estranguladas de frío, donde solo permanecen los rescoldos de un amor antiguo y lejano, omnipresentemente ausente. Un amor -el amor- que es la sangre necesaria para mantener con vida el corazón de la supervivencia, y cuya falta repentina, -tal como se representa el fin de los tiempos en el apocalipsis de un Beato-, supone el derrumbe del mundo, la pérdida del equilibrio, la ruina, y… un enorme dolor para quien lo sufre. El corazón sin su alimento se vuelve un tumor de plomo, una enfermedad cristalizada: “Y mi rostro no tiene boca con la que gritar”, en imagen paralela con el óleo de Munch y su grito congelado que no oímos.

A la pérdida o al temor de la pérdida de ese amor que ha sido -¡y es!- refugio, raíz de descanso, aliento, frecuentación,… le sucede, a la vez, la conciencia de que no hay ni habrá final para la pena, y que esta permanecerá en un tiempo después del tiempo, solo inhabitado por el silencio, la orfandad y la negación de lo amado. Por eso, en un momento, puede vislumbrarse la visión rauda de unos potenciales cortes en una muñeca y el autor podrá imaginar que muere sin que la amada le escuche.

Luis Ángel Lobato ha definido uno de los imaginados territorios de la poesía como “el lugar donde se cumplen los sueños de los hombres”. Así pudiera en este libro -como una tentación-, escribir sobre la pérdida del amor como si ya fuera cosa de ese lugar donde se cumplen los sueños, pero el autor sabe que sería un homicidio y, es más, un suicidio, porque entre las vibraciones de esas torretas de alta tensión de nuestra infancia, late la conciencia de que cerrar este capítulo que ha sucedido, que sigue sucediendo hoy, es plantearse dramáticamente: “¿qué será de nosotros/cuando el amor se haya ido?”. Quizá nada, podemos responder. O algo peor que la nada: ese paisaje posnuclear donde merodean espectros, símbolos de arañas y herrumbrosas armas (en homenaje a La carretera de Cormac McCarthy).

En un mundo que expira porque el amor ha sido arrojado de él, solo podemos asistir al desfile de las limaduras de las osamentas de los dioses camino del desagüe, o al acarreo del espíritu de Dios hacia el crematorio. “¿Qué quedará de nosotros/ cuando el amor se haya ido? ¿Qué será/ de nuestra muerte cuando el amor/ se haya ido?”. Son las interrogaciones casi finales del libro, aunque un ruego se infiltra entre los intersticios de la desesperación: que el poema, los poemas, no establezcan un alcance, -una distancia- inaccesible con la amada, pues “de la dulzura solo tú”.

La itinerario literario de Luis Ángel Lobato –Galería de la fiebre (1992), Pabellones de invierno (1997), Regreso al tiempo (2003), Brillante (2005, inédito), Lámparas (2010) y el libro ahora recién editado-, se inicia en la corriente generacional común del neosurrealismo y el esteticismo, aunque incorpora casi desde su origen un núcleo de memoria intimista y personal cuyo equilibrio, como una aleación maestra, consigue dar a sus últimos libros un extraordinario vigor poético.

Los poemas de Dónde estabas el día del fin del mundo, expresan el temor a la pérdida del amor y el temor a la consumación de nuestro tiempo, pero no dejan de ser, también, una expresión del deseo de renacer desde las cenizas del amor y del mundo. Esperemos el siguiente libro de Luis Ángel Lobato para conocer la respuesta.

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