Ayer llovió, y si hacemos caso a refranes como Lodos en mayo, en agosto, espigas y grano o Lluvias de abril y mayo son las mejores del año, el agua caída vaticina una buena cosecha. Sin embargo, la lluvia de ayer, como suele ocurrir con las tormentas repentinas de estos meses, despertó un sinfín de olores. Es como si hubieran estado escondidos en el suelo, entre los árboles o debajo de las plantas, y que sólo el agua, llegada del cielo, supiera descubrirlos y darlos vida. Entonces, tras la lluvia, surgió el olor de la tierra mojada en los caminos, la fragancia de la alfalfa cortada, la frescura de los árboles o el vaho del asfalto. Agradables e inquietantes olores que, por desgracia, una fotografía siempre se queda con ellos. [Las dos fotografías superiores son del propio autor del relato, Miguel García Marbán. La de abajo titulada Después de la tempestad viene la calma es de Beatriz Rodríguez del Rey]