Lea todos los trabajos que concursan en febrero

El Certamen 'No te enrolles' de La Voz vuelve a cosechar en su segundo mes un gran nivel de participación con más de una treintena de historias presentadas

Segundo mes del Concurso de Microcuentos No te enrolles que organiza La Voz de Rioseco, con la colaboración de Junta de Castilla y León, Diputación de Valladolid, Ayuntamiento de Rioseco, Hotel Vittoria Colonna y Dualia Producción & Comunicación, y segundo mes con un gran éxito de participación y de calidad de los trabajos participantes. Las bases son sencillas: sobre una fotografía publicada con anterioridad los participantes deberán ecsribir una historia en menos de 200 palabras. Ahí, os dejamos el resultado de los microcuentos presentados en este mes de febrero. Ahora será la valoración del jurado quien decidirá cuál de los microcuentos presentados merece pasar a la gran final, que se disputará en diciembre con el premio final de 300 euros. Los adictos a este concurso y los futuros participantes ya os podéis inspirar con la siguiente fotografía que está ya publicada [ver foto], aunque hasta el día 1 de marzo no se aceptará el envío de trabajos.

Siete
El maestro llegó al alba al taller, cuando las farolas de la calle aún alumbraban las oscuras calles de la villa. Cogió sus herramientas preferidas, el martillo y la gubia. Empezó a golpear sobre el rostro de una imagen de para terminar de pulir los detalles de lo que será un paso procesional. La talla iría colocada encima de un altillo de madera de nogal y delante de una cruz, también de madera, cuyos tres extremos acabarían en una bola de plata; en el cruce saldrían unos rayos también plateados hacia cuatro lados. También llevaría una corona y un complemento más, repetido un cierto número de veces […] El paso será portado por doce hermanos y cuatro faroles iluminarán la bella escena. La cofradía que pidió la talla era la Vera Cruz. La imagen mostraba la angustia de una Madre ante la muerte del Hijo, con la mirada perdida. Cuando el maestro hubo acabado la colocó, ayudado por un sistema de poleas, encima del tablero que se había concluido la noche anterior. Una parte de la Pasión de Cristo hecha madera policromada lista para procesionar por las estrechas calles de la vieja India Chica.
Pererín

Mi Padre
Qué peligroso es atesorar sueños que con el paso del tiempo te das cuenta que no se van a cumplir, sobre todo, cuando el caprichoso destino que rige nuestras vidas llega cargado de una insoportable sinrazón, y su ímpetu, nos deja sin argumentos. Esa misteriosa fuerza, ha hecho que hoy me tenga que enfrentar a mi padre y convertirme en el sepulturero de sus últimos sueños. Sí, el destino ha querido que hoy me toque a mí (su único hijo) levantarle de su revés final, y convencerle que a pesar de que he venido a decirle que no hace falta que vuelva a trabajar mañana, no tiene por qué preocuparse, porque esta noticia no es más que otro eslabón en la cadena de su existencia (¡qué ironía!)… A pesar de mi esfuerzo, soy consciente que no puedo sobreponerme a esa gran mentira que encierran mis palabras, y me doy tanto miedo de mí mismo, que me quedo mudo en mis pensamientos mientras veo cómo las herramientas que él ha utilizado durante tanto tiempo, permanecen abandonadas a la luz del sol, igual que sus días a partir de mañana, cuando todos transcurran como un continuo lunes al sol.
La máquina del tiempo

Sin título
En la Antigüedad hasta los útiles del trabajo iban a la lucha: El palo de batir, caía sobre las cabezas, como sobre el trigo de la era; la hoz cortaba los hombres cual espigas; la guadaña de largo mango nivelaba los combatientes; el látigo mataba en vez de fustigar a la bestia; la cuchilla en la trinchera seccionaba cabezas y manos de asaltantes; el hacha dividía hombres como leña; la maza abría cráneos, cual frutos de dura corteza y el martillo batía espaldas como yunques. La guerra torturaba y exterminaba con instrumentos de fecundidad y cultura.
Lanas

De herrero a… la muerte
Moisés se crió en el barrio obrero de la pequeña ciudad de Ramik, que suponía un punto estratégico en el que el bando monárquico de Humka estableció su trinchera oeste en la gran guerra que tenía lugar contra la nobleza de Yakif.
El padre de Moisés era herrero, asique se veía obligado a abastecer de armamento al ejército allí asentado. El pequeño repugnaba esa labor y todas sus consecuencias, y no soportaba ver a su padre pasarse el día entero martilleando moldes de espadas, hachas y demás artilugios de guerra. Pero claro, él sólo era un niño…
A los pocos días unos hombres armados hasta los dientes llegaron a su casa y se llevaron con ellos a él y a su madre, ya que el gobierno de Ramik había ordenado proteger a mujeres y niños en la fortaleza de palacio.
A su padre lo sacaron de la herrería y lo destinaron al frente; la guerra había llegado demasiado lejos.
Al cabo de dos años dieron la noticia de que la guerra había terminado. Las mujeres y sus hijos podían regresar a sus respectivos hogares. Cuando llegaron, su padre no estaba allí.
Los oficiales al mando comunicaron más tarde su muerte.
Eduhendrix

Dura vida
El sol llega a su ocaso.
Después de un duro día de trabajo empiezo a notar cómo mis manos magulladas por años de dedicación a un duro oficio gritan fuertemente su dolor. Virutas de roble salpican mis pantalones dibujando un cielo de estrellas con el que sueño constantemente.
Sueños frustrados, ilusiones truncadas, duro quehacer de sol a sol. Lo que pude haber sido y lo que la necesidad me obligó a ser.
Don Claudio, el profesor del pueblo, siempre me apoyó para que siguiera estudiando, pero llegar a mi casa junto con mis siete hermanos y ver cómo ni siquiera había comida para todos, me hizo despertar de golpe a la realidad que me rodeaba. Apenas cuento con cuarenta años, y mis manos ya están cuarteadas, callosas, duras y trabajadas, insensibles al tacto suave y sutil.
Mientras sigo mirando dubitativo el sol que llega a su clímax, sol varado en el mar de campos,  vuelvo a casa, a mi hogar, pensando, como todos los días, en lo que hubiera podido ser y en lo que la vida, difícil muchas veces, me ha convertido.
Charlize

Encuentro tras la pared
Un día como siempre en Navidades, un matrimonio y su hijo van a visitar al abuelo, a pasar unos días a su casa.
El niño está como loco, añora sus historias, se divierte mucho con él.
Un día el abuelo y el niño se levantan temprano para desayunar, el abuelo le dice:
Ahora vamos a ir al granero a echar de comer a los animales.
Sí, sí, contesta el pequeño nervioso y con ansiedad.
Una vez allí, el niño que no para quieto, encuentra un martillo, inconscientemente y sin saber el peligro comienza a jugar con el artilugio, sin querer golpea en una pared del granero y se abre un portal de otra dimensión, el niño sin dudar entró, se dio cuenta que el martillo era mágico.
Pero la magia no era buena, todo estaba oscuro, solo había espíritus y entes extraños, salió corriendo como pudo, pero el portal quedó abierto y el mundo vivió sumido en una era de terror y pánico total…………….!!!
Un tiempo después, el niño comienza a oír una voz que le llama: hijo, hijo despierta, ¿estás bien?
Sí, sí abuelo estoy bien, ¿qué ha pasado? preguntó, hijo te golpeaste con el martillo y te desmayaste.
Raúl

El soniquete de la vida
Era feliz, pero despreciado. A golpe de poder machacaba a los débiles y más cercanos.
Su vecino, nunca le envidió. Costumbre inveterada cuan yunque, soportó y no se quebró jamás. Sigue leal e inadvertido, contando con el respeto de todos.
El primero en cenizas, olvidado. Su vida labrada a martillazos, pim, pam, pim, pam acabó en mil pedazos.
Seven

El aprendiz de herrero
Era una mañana fría, los copos de nieve caían suavemente, comenzaba la faena y el temblor de mis manos me impedían agarrar el martillo.
Comenzaba un nuevo trabajo y lo afrontaba con ilusión, para ser un simple aprendiz de herrero, el trabajo encomendado era algo especial, no podía imaginar que en tan poco tiempo me pusieran en tal tesitura.
Lo tenía claro en mi cabeza, pero era difícil tallarlo con mis manos.
Día tras día, mi trabajo iba tomando forma, sabía que podía conseguirlo. Mi superior había puesto toda su confianza en mí para un encargo tan peliagudo.
Se acercaba el final y después de tanto esfuerzo, esperaba que algún día se reconociera mi labor. No sabía dónde acabaría, ni quién sería su dueño pero lo importante era que, fuera donde fuera a parar supieran cuidarla tanto como yo lo había hecho.
Y por fin llegó el gran día, esperaba entusiasmado a que vinieran a recogerla y por fin saber que destino la deparaba.
La espera fue larga, pero mereció la pena, el hombre al que esperaba con tanta inquietud, era D. Pascual, el párroco.
En ese momento entendí porque fui yo el elegido para fabricar la campana de mi parroquia, en la que tantos años ejercí de monaguillo.
Cada vez que oigo el repicar de la campana, mi cuerpo se estremece y con orgullo pregono a los cuatro vientos, ¡yo soy el aprendiz de herrero!
Kasiopea

Los ojos de un niño
Con el yunque y el martillo, golpe a golpe, con el ardor de la fragua esculpe el herrero al rojo hierro, poco a poco, toc, toc, toc, da forma al rojo hierro que cede al deseo del herrero que con su maña y empeño moldea el hierro.
Mira el herrero a los ojos abiertos de un niño que con curiosidad mira el golpeteo del  herrero, y aun hoy miro con curiosidad el golpeteo del herrero que con su maña moldea el rojo hierro.
Josinisam

¿A dónde irán?
—¿Ya ha vuelto a marcharse?
—Sí. Le han llamado por teléfono y ha salido corriendo.
—¿Qué ha pasado esta vez?
—Su mujer se ha puesto de parto.
—Será otra falsa alarma. Pero él lo deja todo manga por hombro y se va.
—Parecía una emergencia. María estaba en camino, pero no le ha dado tiempo.
—No me digas que ha dado a luz en la calle…
—He oído que se ha refugiado en un portal.
—Pero hombre, por Dios. Mira: las virutas sin recoger, la herramienta tirada…
—Son primerizos, es de entender.
—¿En qué estaba trabajando?
—Preparaba la cruz que encargaron los del Descendimiento.
—Pues así no llegaremos, y la Semana Santa está a la vuelta de la esquina.
—Ya me pongo yo con ella.
—Bueno, pero primero termina esa cuna.
—Es el regalo para José, ¿no?
—No sé si se lo merece.
—Es un buen hombre.
—Un tarambana que está embobado con el niño. Como si fuera algo del otro mundo.
—Pero… mira. ¿Qué es eso que pasa por la calle mayor?
—Lo que nos faltaba. Una caravana de excéntricos a camello. Y llevan coronas.
—Qué raro. ¿A dónde irán?
Sam Martin

El herrero
Rondaba el año 1901 en la calle los lienzos n 29 vivía un señor  llamado Luis Mejías. Él era un señor de 53 años  de edad  dedicado a elaborar  artesanalmente sus piezas de hierro, llaves, tornillos, rejas… Un día tuvo  en su taller  una visita inesperada  un señor  de mucho prestigio, un duque llamado Enrique. Le encargó una faena para hacer, era que hiciese una llave para abrir todas las puertas  de la ciudad, llamada  la pequeña india chica, Ciudad de los Almirantes.
Desde entonces el herrero fue  mirado bien por todos nobles.
Julián

Cría cuervos
Cada vez que sentía los pasos de su padre por detrás de él, descargaba la maza con tal fuerza que le dolía la mano.
– ¿Has visto mi chico qué bríos tiene? – le decía orgulloso al capataz – ¡A ver si se te va a salir el hombro, animal! – reía.
Y él seguía golpeando con la imagen de su madre llorando en el suelo, y su padre gritando y escupiendo con el cinturón en la mano.
– Madre, ya falta poco, aguanta… – decía entre dientes, y sentía los golpes que daba como segundos en el reloj.
Maneki-neko

Homenaje al herrero de Mazariegos
Erase una vez
un herrero muy eficaz,
pues era  alguacil y herrero a la vez
Una soleada mañana primaveral
abrió la sesión plenal
es un día muy importante
no falta ni el alguacil, ni el comandante
en él se discute un hecho importante
no todos los días se recibe a un Ilustre Infante
Con mucha devoción se quieren preparar
y al alguacil un oficio mandan redactar
Al final de tanta discusión deciden pactar
recibir al Ilustre Infante con un bello cantar
Para saber si es de su gusto
deciden mandar el oficio
el encargado será Justo
alguacil y herrero de buen gusto
Al finalizar la sesión plenal Justo
retorna a su trabajo, pues es herrero de oficio
Llegó el tren  encargado de recoger el oficio
pero Justo, no paro de golpear en su oficio
y  tanto golpeó, que se  olvidó del oficio
Moraleja;
Espero no nos pase lo mismo
no de tanto golpear,
sino, de no desempeñar nuestro oficio
Platero

El sinfonier
A mamá siempre le encantó aquel sinfonier, con su marquetería delicada. Yo sabía que en él guardaba las cartas de amor que recibía de un tal Armando Reguelo, de Medina de Rioseco, según pude atisbar en un reojo cuando tenía nueve años, un ebanista fino y guapo, según supe luego, al que conoció al encargarle el mueble en su propio taller y con quien, a raíz de aquello, mantuvo una relación, a mi parecer más platónica que otra cosa.
Todas las gavetas abrían con la misma llave, diminuta y preciosa, la cual adornaba la cadena de su cuello y de la que jamás se separó ni un sólo instante.
Yo sabía que no era feliz, que mi padre y ella vivían en galaxias diferentes. Conocía su amor secreto, materializado en epístolas por entregas que se almacenaban en el segundo cajón, bajo la custodia insobornable de una cerradura, y la resignación, bordada a fuego lento en el fondo claro de sus ojos durante tantos años de amargura bien disimulada.
Lo que yo ignoraba es que aquel sinfonier también escondía un pequeño revólver y una bala con el nombre de mi madre.
De eso me enteré después de que se suicidara.
Marcel Proust

La Yeguata
La rutina era diferente y nosotras lo notábamos rápido.
El tono de voz, siempre cariñoso, hoy transmitía una energía que te ponía en alerta, como si no se fuera a llegar a tiempo.
Salimos fuera sin el aparejo, allí quedaban las retrancas, la sufra, los barrigueros…
Ayer, atravesando Los Torozos, con carga de mil cacharros de los hornos de Portillo, de cucharas y cucharones, de cazuelas y barreñones y de cántaros de barro, la Mohína cojeaba.
Ella va metida en las varas, yo que soy delantera aflojé el paso.
Hoy nos lleva del ramal, solo con la cabezada, va camino de la fragua, le notamos orgulloso.
La Mohína, descansada no cojea. Se entretiene y ramonea los rastrojos.
Ya nos vamos acercando, oímos la maza en el yunque, oímos el griterío, parece un día festivo.
Atraemos la atención de toda la concurrencia.
Yo me siento segura, nos van a poner herraduras.
No tengo miedo a los hierros que soy una mula valiente.
También soy muy alta y muy fuerte.
¡El orgullo de la casa!
Soy una mula yeguata.
Campos

A golpes
Ya el tatarabuelo de mi tatarabuelo era herrero. Cuentan que nuestra fragua es tan antigua como el mismo pueblo.
Ayer mientras trabajaba, se repitió la historia familiar. Mi hijo se acercó y me preguntó:
– ¿Cuándo sabré que ya soy un artesano?
La juventud siempre tiene prisa por saberlo todo.
– Esa pregunta se la debes hacer al abuelo.
El abuelo ya está jubilado, pero cada mañana se sienta junto al fuego y nos contempla.
– Cuando seas capaz de arreglar un reloj que falla.
La misma respuesta que un día a él le dieron y que él me dio a mí.
Mi hijo se le quedó mirando y pensó que chocheaba.
– Tu abuelo tiene razón, le dije.
– Eso es imposible. Nuestro trabajo es de fuerza y el de los relojeros de precisión.
– Confía y aprende. El tiempo le dará la razón.
– ¿Tú ya has arreglado alguno?
– En ello estoy.
Sé que mi hijo hoy no lo entiende, como yo tampoco lo entendí. Con el paso de los años se templará su alma; sobre el yunque de su cuerpo recibirá los precisos golpes, y con la tenaza de los días aprenderá a arreglar los relojes que marcan sus días…el reloj de la vida.
Afanes

Divina paciencia
Es verdad que creé el mundo en seis días. Y sé que hay gente que hace mofa de ello, sobre todo del hecho de que ya el séptimo lo dedicase a descansar. Si supieran… No fue nada fácil: crear la luz, el sol, el cielo, las estrellas, los mares, las montañas, toda esa ingente cantidad de animales tan diferentes… De Eva y Adán ni hablemos!  Es verdad también que, de todas estas cosas, algunas son mejorables, pero, ya lo he dicho, no fue nada fácil. Tampoco se puede decir, como piensan algunos, que, después de aquello, me haya desentendido de Mi Creación, pero confieso que, en contra de lo que se ha dicho, ni siquiera Yo puedo estar en todas partes. La gente no se imagina el mantenimiento que necesita todo esto y, a decir verdad, tampoco se puede decir que colaboren mucho. Y sobre todo, las pocas veces que pido algo me desespera ver la calma que llevan algunas de mis criaturas… O es normal que, cada vez que vengo al taller de Noé, nunca lo encuentre trabajando? Lleva un retraso de meses con esto del Arca… Y Yo no pienso aplazar la fecha del Diluvio!
Pedro Páramo

La llamada
Era el último día, pero el abuelo terminó a tiempo su obra: una caja hexagonal de madera. Dejó la herramienta sobre el banco, contempló el resultado y esperó resignado la llamada.
Luna

Doña Viruta
Con la sola compañía de una brújula y un atillo atravesó el valle, cruzó una arboleda y llegó a una pequeña población de casa bajas cubiertas con flores. Le llamó la atención la alegría de sus habitantes que caminaban dando saltos, acompañando con el vaivén de sus brazos cada nueva pisada. Se acercó  a saludar a uno de ellos y percibió en su rostro las trazas uniformes y concéntricas de lo que parecían los anillos de un árbol. ¡Estaban hechos de madera! Atónito miró a su alrededor y vio gatos, pájaros, hombres, mujeres y niños, todos ellos perfectamente tallados y articulados. Las gentes le sonreían a su paso, el viento transportaba el penetrante olor del eucalipto y por un instante sintió que aquel lugar le pertenecía. Un niño de rostro de cerezo le señaló un sendero hacia una colina. A su llegada encontró un viejecito de carne y hueso tallando lo que parecía la cabeza de un can: ¡Las termitas han devorado al perro de Doña Viruta y le hacía mucha compañía! ¡No tenga miedo amigo!, llevamos muchos años esperándole. ¿Sabe usted utilizar estas herramientas? No se preocupe, que aún tenemos tiempo para que aprenda.
Victoria Payo

Huida
De pequeño le gustaba esconderse en el taller de su abuelo, el olor de la madera, el tacto de las herramientas, pero sobre todo el silencio. Por supuesto, su abuelo no sabía que se escondía allí, le habría dado una buena colleja si lo supiera, no soportaba que tocaran sus cosas… Así que iba a escondidas, tenía que poner mucho cuidado en no hacer ruido y salir de la casa sin que le viera nadie y cuando por fin conseguía entrar, se sentía a salvo; pero ¿a salvo de qué?
Recordaba la necesidad de salir de la casa, de huir de la familia, de estar solo…recordaba el subidón de adrenalina cuando creía que le iban a descubrir en su refugio, pero no recordaba el motivo por el que necesitaba huir…
Exactamente eso es lo que sentía ahora, casi 30 años después, pero esta vez no estaba en el pueblo, esta vez no había familia de la que huir; no era la primera vez que tenía esa sensación de querer huir, pero hoy era diferente, ya no era un niño asustado, al menos no era un niño. Estaba decidido a superarlo, a seguir adelante y crecer, no podía seguir teniendo miedo.
Ayla

Virutas
Siempre trabajando la madera y el hierro, de vuestras manos salían todo tipo de utensilios y a la vez pequeñas obras de arte; horas y horas de trabajo a base de golpes y paciencia, viajes por mercados y esperando encargos.
El trabajo nunca faltaba.
Os observaba y quería aprender ese oficio “niña esto no es para ti, estudia y trabaja en la ciudad”.
Sentada en mí banco esperaba a que terminarais para poder recoger virutas, restos de vuestro trabajo. Y cuando no mirabais  os robaba un trocito de hierro o madera y lo moldeaba. Lo escondía en ese hueco de la pared que nunca se cerró.
La fragua y la madera se hicieron mis amigos invisibles durante años.
Cuando ya no estabais y en vuestro silencio me di cuenta que habías descubierto mi gran secreto, yo seguía con mi gran vocación y es ahora cuando mis hijos los que animan a que exponer, pero yo sigo regalando mis pequeños trabajos ó simplemente a guardarlo en el hueco de la pared.
Hoy estoy aquí, con la carta de despido de una gran multinacional. Años de trabajo como secretaria y solo me queda una carta de despido.
Pero tengo a mis amigos fieles y el hueco de la pared.
Lenas Rotri

Bocallave
Enseguida supo que algo no iba bien. Pronto lo descubrió. No había sido buena la idea de saltar la vieja tapia de adobe; pero la curiosidad pudo a la precaución. Siempre se había detenido junto a la destartalada puerta de madera. A través de la bocallave oxidada contemplaba absorto el espectáculo de herramientas, yunques y tarros de cristal abigarrados de tornillos. Era una imagen familiar, que le hacía saborear momentos de niñez junto al abuelo.
Pero ahora esa felicidad había tornado en terror. Ya era demasiado tarde. Estaba dentro, acurrucado tras unos gruesos tablones, tiritando de frío y de miedo. Ellos estaban allí. Formaban un círculo. En sus manos, un pequeño cirio y en el centro, en el suelo, una estrella dibujada. Una luz tenue, casi fantasmagórica, se colaba a través de las tejas rotas. ¿Era la luna o había perdido la consciencia? Cuando el hombre de la capucha volvió la cabeza hacia su escondite, comprendió que sus ojos encendidos no eran de este mundo. Luego, un grito y oscuridad. Entonces, sus ojos también se encendieron.
Ojos

Miradas
Por más  que lo intento, no puedo olvidar lo sucedido. Su recuerdo  vuelve una y otra vez , en especial por la noche. Largas noches de insomnio.
Vuelvo a ver su mirada preñada de  miedo. Y sorpresa. No me esperaba.  Y recuerdo la mirada de él, chulesca y altanera. Como siempre.
Aturdido y confuso, salí al patio. Al rato, ya vestido,  pasó a mi lado, con  su eterna sonrisa cínica. Me miró de nuevo y soltó una carcajada.
Tal vez fuera el detonante. Antes de que llegase a la puerta, el enorme martillo que mi mano sujetaba, le estalló en la cabeza. Una, dos, tres…
No sé si la idea de tirarle al pozo fue mía o de ella. Al día siguiente se fue. No me miró. Ni yo a ella.
Pancho Puskas

Año 0
He venido a echar un último vistazo a mi pequeño taller de carpintería antes de partir. Es tanto el tiempo pasado aquí, tantas horas, tanto trabajo… No me resulta fácil dejarlo. Pero ahora las cosas se han complicado mucho y, en realidad, no alcanzo a entender muy bien por qué. Lo cierto es que esto me está sobrepasando. Yo solo soy un modesto carpintero. Desde la visita del Ángel nada ha vuelto a ser cómo era… En todo caso ya tengo preparado el burro en la puerta y María está cogiendo lo poco que podemos llevarnos. Con ella en este estado, llegar a Belén va a ser un milagro. Será un viaje duro, aunque, como cualquier pareja, estamos muy ilusionados y últimamente solo hablamos del embarazo… así que, de camino, seguiremos buscando un nombre para el niño. No sé si voy a ser capaz de convencerla, pero a mí me gustaría llamarle Brian.
Pedro Páramo

Virutas
El hombre paseaba por la estrecha carretera, húmeda aún a causa de la lluvia caída la noche anterior. Parecía cabizbajo, o tal vez sumido en profundas reflexiones. Su jefe le había dicho:
-Tienes que esforzarte y ponerles las cosas difíciles. Échale imaginación y busca algo que no sea tan evidente.
-Ya, ya, es fácil decirlo, pero la gente sabe mucho y enseguida…
-Me da igual. Tú inténtalo. Hemos de conseguir que no nos resulte tan laborioso ni tan complicado tomar una decisión y tú puedes facilitarnos la tarea.
“Complicado es encontrar algo que resulte complicado”, se dijo el hombre mientras se desviaba por un camino de tierra en su pensativo paseo. “Quizá si intento algo más abstracto… o al menos que no sea figurativo: en cuanto aparece personas…”
Y entonces lo vio. Aquel abandonado taller le iba a servir perfectamente. Las nubes habían dejado paso a un tímido sol y encuadró la escena con los índices y los pulgares: el tocón con el mazo de hierro, el mango del hacha, el torno, las tablas… Piedra, madera y metal. Esta vez los concursantes tendrían que “hacerse más virutas el coco” para sacar un buen microcuento. Y preparó la cámara.
Roderio

Que cerca y que lejos, felicidad
Me detengo y observo mis herramientas, el sol las baña de luz y esa luz me produce una sensación de felicidad que hacía tiempo no sentía.
Son las mismas herramientas con las que empecé a trabajar. Al principio a regañadientes y obligado por mi padre ya que venimos de generaciones de artesanos. Pero poco a poco ese sentimiento dio paso a otro de orgullo de serlo. Las lecciones de mi padre  no solo eran técnicas, la mejor lección fue enseñarme a vivir, su responsabilidad, su saber estar, su don de gentes. Me sentía feliz trabajando.
Todo eso es lo que me ayudo a no perder la cabeza cuando me embarque en una inversión para ampliar este pequeño negocio y convertirlo en una gran empresa. Todo fue de maravilla, de ser uno más, a ser tenido en cuenta por todos. Pero eso se acabó y todo se ha ido a pique.
Volví al pequeño taller, también a regañadientes. Pero al poco tiempo me doy cuenta que esta felicidad no la he tenido en estos años de bonaza.
Que sencillo es ser feliz y que rápido se nos olvida.
MacMas

Día de Todos los Santos
Manuel tenía ocho años cuando la guerra derribó de una patada la puerta de la casa y se llevó a su padre, dejando en aquella cara de niño ojos de viejo y en el bolsillo de su zamarra un vacío que pesaba lo que pesa el recuerdo de los muertos. El tiempo hizo del niño un hombre y de España un pellejo con heridas mal cicatrizadas, y un día, alguien llevó al taller de Manuel, carpintero como su padre, un viejo fusil de guerra.
—Es el arma con el que mi padre mató a tu padre —dijo entregándoselo. — Siempre quiso que lo guardes y sepas que hasta el último momento arrastró el dolor de aquel crimen. Lo hubiera dado todo por volver atrás y desobedecer las órdenes. Nunca pudo decírtelo.
Manuel agradeció el gesto, cerró la puerta y comenzó a desmontar el fusil en silencio. Usó el cañón para sustituir el mango roto del viejo mazo y se deshizo del resto de piezas. El tiempo corrió, haciendo de Manuel un viejo y del mazo, ahora abandonado en el taller, una brújula obstinada en apuntar con su cañón hacia la cuneta donde el carpintero dejará hoy unas flores para su padre.
Peza

El martillo del herrero
Ha vuelto el abuelo a pasear por las calles del ayer. Con nostalgia mira la que fue su casa, ahora solo ruinas y recuerdos del niño que fue.
Baja a prisa por la carretera, fija su mirada en el atrio de la iglesia y la nostalgia detiene sus pasos, a la vez que humedece sus ojos. Ya no quedan niños jugando en él, ya no se oyen risas como las de su niñez.
Apenas queda ganado en el lugar, poco a poco tuvieron que marchar a buscarse el pan en la gran ciudad. Y en su mente resuena solo un pensamiento – que ingratos fuimos con este lugar, hijos desagradecidos que nos alejamos de la tierra madre que nos vio crecer- triste y cabizbajo decide continuar paseando por las calles que nunca debió abandonar.
Y cuando menos lo espera un sonido le resulta familiar, agudiza el oído – ¿de dónde vendrá?- es el martillo del herrero que nunca dejó de golpear.
Venusina

Amigo, carpintero
Recuerdo como tú lo dabas todo por el trabajo, como intentabas que todo saliera perfecto. Recuerdo los ánimos que te daba tu nieto el mayor, cuando ese cáncer hizo que dejases la maza sobre aquel tronco y nunca lo volvieras a coger. Verte, como poco a poco tu vida se convertía en serrín, serrín que no volverá a convertir en una madera sólida y consistente. Sé que la vida te ha dado muchos palos, palos tan duros como los que dabas tú sobre aquel tronco.  Estés donde estés recuerda que fuiste muy importante para nosotros, el carpintero del pueblo, pero aún más, un gran amigo. Ahora ya solo queda tu recuerdo, no hay que pensarlo, la vida sigue. Gracias por todo, hasta siempre.
Alejandra

Ecos de metal
Delante del martillo que fue el azaroso devenir de tu vida, retrocedo en el tiempo. Renunciar a mi pasado fue tan fácil como desoír tus súplicas. Regresar al principio se me antoja pesado, duro y frío como el yunque que moldeó tus días.
Quería huir de un destino bañado en negro y sudor, de horas que volaban hacia las noches tornándose en días y después en años, y así, golpe a golpe, haciendo del horizonte el más negro de los finales.
Vuelvo, aún no se si empujado por el hambre, el fracaso o la vergüenza. Quizás el arrepentimiento también hizo su parte. Vuelvo y la triste noticia golpea aún más fuerte  dentro de mí,  más aún que el portazo de años atrás.
Ya no estás, solo el eco sordo de tu martillo y mudas en la esquina alguna barras de metal. No estás, y frente a mí el yunque que, irremediablemente, moldeará ahora  mis días…  y con mi culpa y tu férreo recuerdo, mi vida.
W. Whitman

Herencia
No podía asegurarlo, pero probablemente sus antepasados ya eran rubios, rudos y de ojos azules. Se sentía atado al yugo de la tradición, su padre y su abuelo también habían sido carpinteros, igual que el abuelo de su abuelo. Los siglos forjados con el mismo rutinario hierro, la misma madera. Pensaba que era posible escribir la vida de cualquiera de sus antepasados, tres siglos atrás; casado con una campesina, dedicado a fabricar muebles, mientras enseñaba el oficio a su primogénito. El resto de hijos, deberían buscarse la vida, ingresando en el seminario, o emigrando a lejanas tierras, o probando fortuna en el ejército. Y las hijas, casadas con el herrero, forjando el linaje de otro oficio.
Pero aquella labor, apenas daba ya para vivir. Tampoco deseaba casarse con la hija del curtidor, ni enseñaría a sus hijos el mismo oficio, y decidió plantarse.
Su padre contempló el equilibrio exacto del mazo que parecía estar empuñado por una mano invisible, y recordó que él también se había plantado ante su padre, antes de que le explicaran que años atrás había pasado lo mismo.
Y una vez más, los mismos argumentos perpetuaron la herencia.
Lohen

Resurrección
Volvió al pueblo de sus padres como a un pueblo emergido de un pantano reseco. La misma humedad, las mismas ruinas, el mismo canto de los pájaros. Las casas colgando arrumbadas sobre las calles rotas. Comala sin espíritus.
Podría haber sacado una foto y haberla hecho pasar por la de una ciudad bombardeada. Belchite o Sarajevo. Salvo por el adobe. Barro que volvía al polvo que nos comerá a todos.
Sus ojos se posaron en una pared que se (des)hacía origen, que se hacía principio en su final agónico. Dentro, el sol iluminaba el puesto de un herrero como un foco de cine. Entre tanto desorden, abandono y ruina, un sitio inmaculado.
El martillo lo atrajo con el misterio de un oráculo antiguo. Quiso cogerlo, pero temió mancillar el pasado de mil generaciones. Sin apartar la vista, se regodeó en el sol tibio que le acariciaba el alma mientras la niebla huía por los campos inmensos.
Alzó el martillo y todo cobró vida.
He vuelto.
Coreaga

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