Lea todas las historias que concursan en abril


La Voz de Rioseco te ofrece la lectura de los microcuentos que participan en la edición de abril del concurso de Microcuentos No te enrolles que este periódico digital ha puesto en marcha desde enero. En esta ocasión la fotografía que inspiraba los relatos, de nuestra colaboradora Teresa Castilviejo, ha ofrecido muchas historias cercanas a la Semana Santa y algunos cuentos realmente inquietantes. Tan sólo uno de ellos pasará a la gran final, que se celebrará en el mes de diciembre con los mejores microcuentos del año con un premio de 300 euros.

Retales de una Pasión.
La primavera riosecana da paso un año más a la semana del pueblo, la semana santa. Capuchones y faroles desfilarán acompañando entre saetas y acordes melancólicos a las imágenes de un dios que se hizo hombre. Penitencia hecha tradición que baila al son de más de trescientos años de culto ininterrumpido. En la Calle Mayor, sombras negras y blancas tiñen los soportales de un dolor que hiela la sangre.
Flagelado hasta la saciedad El Ecce Homo juzga y perdona a su paso por el calvario, como El Nazareno herido por la blasfemidad de tantos y tantos.
La Desnudez viste de luto las calles inmaculadas de un pueblo volcado con su semana santa, y viceversa.
Longinos cabalga exultante ante la atónita mirada de aquellos que decían que por la puerta de la capilla no cabía. Y cabe, claro que cabe.
El Cristo de la Paz eterna bendice con su llaga sagrada, mientras los más audaces tratan desde los balcones de compartir su dolor.
Y La Dolorosa de La Soledad más lastimosa cierra esta dantesca mirada atrás de las raíces del pueblo… y pasan los pasos. Como siempre, como nunca.
Niños y ancianos, y no ha pasado más…
Edu Hendrix

Pensamientos de un cofrade.
-‘¿Podré perdonar así mis pecados?’- iba pensando mientras desfilaba en el viacrucis.
Iba con la cabeza agachada, mirando el suelo y escuchando en silencio la palabra del sacerdote. Vestido de cofrade tenía la confianza que no tenía sin ésta túnica, nadie podía juzgarme por nada, simplemente porque no sabían quién era. Detrás de mí oía los susurros de unos niños, discutiendo sobre sus problemas. Como les envidiaba, tienen toda la vida por delante. Simplemente me giro y les mando callar.
De repente, la cabeza me da vueltas, me estoy empezando a marear. Empiezo a rezar todas las oraciones que conozco, sin que sirva para que me encuentre mejor.  Me desmayo. Mientras voy en la ambulancia, simplemente puedo pensar en una cosa: en la Semana Santa de Medina de Rioseco.
Katniss

Pasan los pasos y los llevan los mozos
El camino al Calvario comenzó en un Vía Crucis que llevaría a la impotencia horas después. Otra vez, la lluvia; otra vez, el llanto; otra vez, la desolación. A La Dolorosa la clavan el octavo cuchillo como Longinos  clavó a Cristo la lanza en su costado. Nicodemo llora en la noche riosecana como La Soledad lloró ante la cruz. Cruz que sujeta la Virgen en la rodillada, esa que los pasos hacen hoy dentro de la iglesia con la luz de los faroles encendidas con una esperanza: que el próximo año se realice en la calle. Manolas que rezan, rosario en mano, para que vuelva el sonido de las horquillas contra el pavimento de las estrechas rúas de la Vieja India Chica. Que suene La Lágrima de nuevo mientras se oye el “¡Más abajo!” y la lluvia se convierta en música que toque esa Banda que todos los riosecanos queremos. Que vuelvan a bailar los pasos y la gente se impresione ante tanta belleza. Que siga esa historia ininterrumpida desde hace más de 400 años y que hace esto tan grande. ¡Que continúe el mandamiento de nuestros antepasados!
Pererín

El espejo
-¿Echas de menos a papá y mamá?
– No, nunca, y sé que volverán pronto ¿te has comido todo, Martín?
-Sí, sí.
-¿Has terminado los deberes?
-Sí…
– Si me mientes te secuestrarán los hombres sin alma y no nos volveremos a ver nunca más.
-Marta, Don Saturio dice que todos tenemos alma, la mentirosa eres tú y además una tonta que cree en esas bobadas.
-¿Cómo que no? Asómate a la ventana – dijo ella con una sonrisa viendo la cara de pánico de su hermano al observar el paso de una procesión- no les verás el rostro porque es el espejo del alma. Ya te puedes ir a jugar a la calle.
-Pues creo que me voy a quedar en mi cuarto. Parece que hace frío, y así repaso las lecciones. ¿Tú no deberías irte ya? Llegarás tarde a casa de la abuela.
– Ahora llamo y le digo que mañana voy a verla. He recordado que también tengo cosas que hacer aquí.
Sol Jiménez

Los ojos bizcos de la lluvia
Pues sí, mijita, ese año fue tan seco que ardieron las zarzas, los techos de paja y la iglesia. Cuando vimos carbonizada a la virgen, caímos de rodillas a rezar, todo el pueblo. Sin duda, Dios nos había castigado. Los cóndores daban vueltas, mirándonos y nosotros asustaditos, nomás. El cura ofició una misa y le platicamos y le rogamos que fuera a la aldea de Otaitambo a encargar otra virgen al Oswaldo. Se fue con su mula, ladera arriba, valle abajo, y volvió al mes, con la virgen envueltita. No la abrimos hasta la misma semana santa. Los hombres se vistieron con sus capuchones y, cuando sacaron a la virgen a hombros, el pueblo enmudeció, ni el viento se movía, todos mirando la imagen. De pronto, rompimos a reír: ¡la virgen era bizca! La íbamos a devolver, pero al día siguiente rompió el cielo a llover y de puro agradecidos sigue en mi aldea, la virgen de los ojos juntos.
Letrahueca

Anticipación
Él cierra los ojos y piensa en su hija. La imagina cerca de la ventana, mirando las luces y sombras que convergen en el ocaso y a los niños que ríen y  juegan en las calles; buscando, con sus ojos largamente tristes,  el lugar donde se extraviaron sus sueños, donde se rezagaron sus anhelos.
Él siente la tibia humedad de las lágrimas al deslizarse por sus mejillas. Sabe que su hija quisiera sentirse distante, correr junto a los demás niños de frente al horizonte, ser igual a todos. Él se siente impotente al verla esbozar una sonrisa, para luego quedarse callada y absorta, al tiempo que su semblante refleja una inmemorable desdicha.
Él, como cada año, carga su pesada cruz. Vislumbra en su mente el momento en que su hija finalmente podrá correr a su encuentro y al hacerlo, de alguna manera, la cruz se vuelve más liviana.
Mientras tanto la procesión de los penitentes encapuchados continúa su marcha, con solemnidad, recitando plegarias, anticipando milagros.
Grim Reaper

Recuerdo rotos
Era mediodía  cuando aquella imagen estremecía  otra vez todo  mi interior, no era miedo, pero esa sensación….alteraba mis pensamientos;
¿por qué tu?, ¿por qué yo?, no es justo; ¿por qué cargar con esto?, ¿por qué nos ha caído esta cruz encima?, tan solo queríamos obrar bien, cualquier persona lo hubiera hecho en nuestro lugar, ¿o quizás no?, todas esas miradas de personas inmóviles que no hacían nada…esa mujer lo necesitaba, su pareja…Dios mió iba a cometer un crimen…
No!!…,no lo hagas déjala, de repente, todo se torció…ese cuchillo, ese brillo pasó por mis ojos…y se clavó en su pecho…él era toda mi vida…y ahora no quedaba nada, esa mujer vivió, pero a cambio…no podía ser, su cuerpo allí tirado… yacía inerte como una piedra, me di la vuelta y sin pensarlo lo hice… lo clave con tanta fuerza… que fue inmediato, ojo por ojo,  esto no podía quedar impune; esa Semana Santa todo cambió, ahora solo me queda mirar estas cuatro paredes en  esta celda llana de recuerdos rotos, éramos tan felices….
Ladywoman

¿De veras los viste?
– ¿De veras los viste?
– Pues claro, ¿por quién me tomas? Iban vestidos de blanco, cargando cruces de encina al hombro. Una procesión de hipnotizados marchaba tras ellos.
– ¿Y tú, dónde estabas?
– Escondida en el  balcón, entre las jardineras.
– ¿No te entró pánico?
– No temo a los aparecidos.
– Dicen que si te miran a los ojos, te transformas en espectro…
Un espasmo recorre a Lucía. A continuación susurra:
– Preferí arriesgarme. Para saber si era verdad.
Aída traga saliva. El pulso se le acelera.
– No me contarás que…
– Si, fui tras ellos. Me eché una sábana encima y me deslicé por la cañería hasta la calle. Olía a cirios ardiendo, a retamas.
– ¿Los seguiste? – pregunta Aída con un hilillo de voz.
– No pude contenerme. Llevo años buscando la verdad. Desde que desaparecieron mis hermanos – puntualiza.
– ¿Qué ocurrió después?
– ¿De veras quieres oírlo?
Aída asiente, cada vez más encogida en el rincón.
–Anduvimos hasta llegar al camposanto. El viento aullaba entre los cipreses. Los encapuchados se pusieron en círculo y entonaron cánticos lúgubres. Por último se retiraron los  capirotes.
– ¿Y qué viste? ¿Quiénes eran?
Lucía resopla, pesarosa. Desde sus cuencas vacías la mira directamente a los ojos.
– ¿Sabías? ¡La curiosidad mata!
Ciervo Volante

Luces
Y llegó el tercer día, y la luz  tornó a verdosa, los relámpagos les cegaban, y fue entonces cuando comprendieron todo lo que había pasado.
Se dirigieron al monte donde había tenido lugar el terrible suceso y desclavaron las cruces del suelo, se las echaron a los hombros y asumieron que ese era el castigo que llevarían encima el resto de su vida inmortal.
Luna

El peso de la Cruz
– ¡Simón!, ¡Simón de Cirene! dijo una voz. – ¿Me ayudas a llevar la Cruz?
– Con gusto lo hago si me concedes tres deseos.
El primero será que me tapes el rostro con tantas caretas como sean necesarias mientras dure el camino. No quiero que nadie me reconozca.
El segundo ha de ser que transformes la realidad cuando mis ojos no sean capaces de ver la verdad. No quiero encontrarme con nada que perturbe mi objetivo.
El tercero y último será el compromiso de que repartas conmigo todas las gracias que tu Padre y Señor te tiene prometido cuando te encuentres junto a Él. No quiero que mi esfuerzo haya sido en balde.
La Voz los tres los aceptó y solamente cuando sentí sobre mis hombros el peso de la cruz pregunté, ¿donde vamos?
– Al Gólgota…, al calvario…, estúpido y egoísta cirineo.
5 de Abril

Destino infalible
Me indicaron nítidamente el lugar, lo señalaron con el dedo índice, en forma inequívoca.
Intenté dirigirme hacia el lado contrario pero me detuvieron y me anotaron el sitio con letra clara y precisa sobre una hoja de blanco papel; con la instrucción hice un bollo compacto y lo boté.
Me lo explicaron en la cara, con gestos y ademanes, sin rodeos; y yo simulé no entender.
Soportaron mis miradas esquivas y mis fingidas distracciones.
Comprendieron mi angustia.
Fueron pacientes y por momentos enérgicos.
Pero debo admitir que siempre fueron contemplativos, hasta el último momento,  cuando me acompañaron al sitio indicado, tomándome suavemente del brazo y ayudándome a descender a la tumba con mi nombre tallado, con bellas letras góticas, en  la lápida de mármol veteado.

El castellano
Despiertos los sentidos a juegos a placeres y alegrías.
Lágrimas amargas, polvo ruin, fuegos fatuos de esta arcilla inerte.
Exhausto de ilusiones embalsama sus heridas.
Rendido por el peso de su anhelo flagela las pasiones.
Puro, santo, resignado, sencillo,
servil, callado, duro, austero,
precario, leal, huraño, solitario.
Cava, cultiva, siembra labora,
siega, acarrea, limpia, guarda,
trajina, brega, reniega, blasfema.
El castellano
Anggeeli

Fantasmas del pasado
Soy ya muy viejo y, a veces, no recuerdo bien lo que sucedió ayer. Pero sí una vieja historia, cuando era niño.
De mi padre sólo sabía que había muerto, aunque nadie me explicaba cómo. También recuerdo que, de vez en cuando, cada dos o tres meses, unos hombres venían a casa y hablaban a mi madre en un tono que, ahora lo sé, era conminatorio.  Luego, al irse, terminaban siempre igual: “Si sabes algo, no seas estúpida. Nos llamas. No querrás que el chaval termine en la inclusa. Volveremos”.
Cada Viernes Santo, mi madre me llevaba a la procesión. Y cada año, un encapuchado, alto y delgado, me miraba fijo, muy fijo, a través del agua que empañaba sus ojos.
Hasta que un año, tendría yo nueve o diez, dejé de ver al encapuchado de los ojos nublados. Pregunté a mi madre. Me dijo que había muerto.
Pancho Puskas

Oscuridad
“Venga, abuela, siéntese en esta silla junto a la ventana, que desde aquí lo verá todo estupendamente.” Nada más decirlo, la mujer se mordió los labios, pero no hizo más comentario y acompañó a la anciana que se encontraba sentado en el sofá al fondo de la habitación hasta la silla de la ventana. “Ya se oye el rumor de la procesión, abuela.” “Gracias, bonita.”
Ochenta y ochos años. Y desde los ocho en los que había hecho la Primera Comunión, su fervor no había hecho sino crecer. Y desde esos ocho años era ya una tradición y además un gran consuelo que la reconfortaba en su creencia asistir a la procesión que hoy, una vez más, pasaría bajo su ventana. “Esta será la última vez que la vea. ¡Dios mío, qué pena más grande!”.
Aún se sentía fuerte y saludable y nunca había pensado en la proximidad de la muerte. Tampoco ahora, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Y no fue por ellas que no pudo ver más que borrosamente el paso de los cofrades con sus cruces, sino por la ceguera progresiva y sin remedio que el oculista le había diagnosticado hacía pocos meses.
Roderio

La fotografía
Habían llegado la noche anterior a esa vieja ciudad castellana. Nunca salía en folletos turísticos pero aún así conservaba un aroma especial, un halo de misterio. Los sillares de sus iglesias desprendían historia, callaban acontecimientos vividos durante más de cuatro siglos. A la mañana  siguiente, paseando entre la maraña de soportales de madera, canecillos y balcones de hierro penetraron en un oscuro y húmedo estudio de fotografía, del que colgaban extrañas imágenes. Su intención: comprar un carrete de 24 exposiciones y revelar el que su reluciente minolta ya había agotado. Tras la bata azul y sus gruesas gafas se escondía un amable anciano que entregó en un sobre las fotografías ya positivadas.
Tras pasar por un imponente templo echaron un vistazo a las fotografías sin abandonar la sonrisa, propia del que saborea recuerdos agradables. Pero la última de las imágenes alteró a la pareja.
Corrieron callejeando hasta el lugar donde tomaron la foto, todo estaba en orden. Se dirigieron rápidamente hasta el estudio de fotografía. Estaba cerrado y, a juzgar por su aspecto, desde hace años. Volvieron a mirar la fotografía: tres hombres de blanco tapados con capuchas llevaban sobre sus hombros cruces de madera. Al fondo, un hombre crucificado agonizaba. Entonces lo comprendieron todo
J.

 
 
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