
La noche antes de empezar el cole, en lugar de dormir yo iba repasando mentalmente las niñas que irían a mi clase y lo que habrían crecido. Me aventuraba a pedirme el sitio que ocuparía en clase y quién se sentaría a mi lado, cambiando a lo largo de la noche varias veces de opinión. Concentraba a los profesores seglares, al confesor y a todas las monjas en el patio y procedía imaginariamente a su elección, como hacíamos nosotras en el recreo antes de jugar.
Pasaba la noche en blanco haciendo sumas y restas, ordenando mi abecedario descabalado, ilusionada con aprender y temerosa por haber olvidado lo que creía ya saber. No dejaba de pensar en el colegio en el que aprendíamos a sentir un mismo pesar si fulanita no nos ajuntaba y mostrábamos similar actitud para que nuestro enfado fuera tan pasajero como lo era nuestra atención a las explicaciones del profesorado. Nos entregábamos tal y como éramos, sin vacilar en dar todas las capas de chicle bazoka nuevo o el ya masticado, así como nuestra saliva, remedio instintivo e insistente que nos echábamos en las heridas, que empezaban a sangrar porque suponíamos mejor que el agua oxigenada con que nos desinfectarían en casa si nuestra plegaria era atendida y podíamos evitarnos el alcohol, que nos escocería a rabiar.
Se acercaba la hora de ir al colegio, a ese lugar en el que se compartía el pupitre y el encerado, los restos de bolígrafo en el bolsillo del babi, la ensaimada y los minutos de siesta. Allí donde experimentábamos el mismo nerviosismo cuando teníamos que salir al encerado y atestábamos similares codazos a la compañera para que nos apuntase la lección. ¡Qué tranquilidad cuando sabías lo que te preguntaban y no tenías que añadir que lo tenías en la punta de la lengua! ¡Qué fastidio que no te preguntasen precisamente cuando te sabías la lección de pe a pa!

Las canicas, el tocadé, las chapas, las tabas, la goma, el clavo, el escondite… cada generación tiene sus juegos pero ¿compartirá esa inquietud por comenzar el curso, el mismo entusiasmo por la hora del recreo y la misma impaciencia por salir de clase al primer toque de campana?
Pronto empieza el curso escolar «Una, dos y tres, “esconderite” inglés, sin mover las manos ni los pies» .
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