La singular magia de la calle Mayor


Miguel García Marbán

A la calle Mayor la podríamos considerar un poco como a la bisabuela de Rioseco que tras cientos de años de vida guarda un gran número de recuerdos y secretos que, poco a poco, desvela a los nietos que con cariño se acercan a ella.

Uno de esos secretos se encuentra en el letrero de la centenaria carnicería de Cabañas. Sobre la puerta se puede leer la palabra Cabañas. A simple vista pudiera parecer que es algo normal. Sin embargo, si damos unos pasos hacia la derecha se observará la palabra Salchichería y, en cambio, si nos vamos hacía el lado contrario leeremos Carnicería. Una serie de pequeñas láminas verticales pintadas por las dos caras ayudan a crear el sortilegio.

Recuerdo que cuando siendo niño mi padre me desveló el secreto, lo guardé como un preciado tesoro y sólo se lo hice llegar a mis mejores amigos. Cada vez que pasaba y alzaba la vista para ver el mágico prodigio, dibujaba una inocente sonrisa en la cara conocedor que conocía algo que los demás ni siquiera intuían. Muchos años después cuando paso por la calle Mayor con algún grupo de amigos que visitan Rioseco, les muestro el sortilegio como un encanto más de un lugar lleno de encantamiento.

Un letrero que es no es más que el reflejo de una época, de unos hombres y de su gran respeto por el lugar donde vivían. Quizás, este letrero con varias lecturas, que a buen seguro le hubiera gustado a Borges, también sea el parangón mágico de una polifacética y multifuncional calle que viene a ser, en sí misma, una metáfora de la vida misma.

Desconozco si este juego visual tiene nombre. Lo cierto es que se aproxima en parte a lo que en pintura se conoce como trampantojo o “trampa ante el ojo”, también llamado trompe-l’œil, expresión francesa que significa que “engaña el ojo”. Una técnica pictórica que intenta engañar la vista jugando con la perspectiva y otros efectos ópticos, según nos dice la Wikipedia.

Se llame como se llame, lo cierto es que es de esos pequeños detalles que, como otros muchos que pasan desapercibidos (las mirillas de las casas por donde ver quien llamaba a la puerta, por poner un ejemplo), se tienen que conservar porque son parte de la propia identidad de algo más que una calle.

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