La reina Isabel II, Rioseco y los ‘Cagacoches’

Durante la estancia de la monarca en la Ciudad de los Almirantes, a mediados del siglo XIX, ocurrió el suceso que provocó el escatológico mote

Por Ángel Gallego Rubio

Allá por el año 1858 los reyes Isabel II y su consorte Francisco de Asís emprendieron viaje oficial desde Madrid al Noroeste de España. Una de las etapas de aquel periplo, que llevó a los monarcas a Asturias y Galicia, concluía en Medina de Rioseco donde el cortejo real había de pernoctar.

Como es natural, las autoridades locales del momento dispusieron toda la maquinaria para recibir y acoger a tan insignes viajeros con una serie de fastos que quedaron recogidos para la posteridad en el acta del pleno extraordinario, presidido por el Gobernador Civil, que celebró el Ayuntamiento el 27 de julio de aquel año. En dicho acta queda recogido cómo los reyes fueron recibidos, a eso de las 9:30 de la noche del día 26 y tras más de tres horas de viaje desde Valladolid, en una carpa junto al convento de Santa Clara, iluminada con hachas por empleados del Ayuntamiento. También se describe el recorrido desde allí hasta la casa del potentado riosecano D. José Serrano, en el actual corro de Santo Domingo, donde iban a alojarse.

La comitiva entró en Rioseco por el arco de San Francisco tras el cual se había construido un arco triunfal, como era costumbre en la época, profusamente iluminado y con galerías interiores desde las cuales diez niñas vestidas de jardineras ofrecieron flores a la Reina. Ya en la Plaza Mayor esperaban los gigantones y cabezudos con música de dulzainas y tamboriles, y en Santa Cruz hubo una nueva ofrenda floral y la interpretación de la Marcha Real por parte de una banda. Al llegar al final de la calle Mayor esperaban las autoridades civiles, militares y eclesiásticas y, tras la recepción oficial, los reyes tuvieron que salir al balcón de la casa donde se hospedaban para corresponder a las aclamaciones del gentío. Durante la cena de gala, celebrada allí mismo, continuaron los festejos con fuegos artificiales y divertimentos varios hasta cerca de las dos de la madrugada.

Al día siguiente se tenía previsto visitar los templos riosecanos. El primer destino era Santa María, donde los reyes entraron bajo palio y se entonó un solemne Tedeum. La reina quedó tan fascinada por la capilla de los Benavente que más tarde encargaría un cuadro para su colección particular al paisajista romántico Jenaro Pérez Villaamil. Al salir de la iglesia descargó una fuerte tormenta que obligó a suspender el resto de los actos y sólo, por deseo de Isabel II, fue posible una visita diurna al mencionado arco triunfal antes de que los reyes partieran hacia León.

Como recuerdo de la regia visita quedaron los dos cuadros que ilustran este artículo: el citado de Pérez Villaamil y el retrato de Isabel II que el senador riosecano Ángel Álvarez regaló al consistorio y que aún se puede contemplar en el Ayuntamiento riosecano. Pero también como recuerdo de aquel viaje queda, todavía hoy cuando ha pasado más de siglo y medio, el escatológico apodo por el que en algunos lugares, sobre todo en localidades del entorno, se conoce a los naturales de Medina de Rioseco: cagacoches.

Aunque la crónica oficial no cuenta el supuesto suceso que provocó dicho apelativo, la crónica popular no escrita si ha relatado la historia. Al parecer, en uno de los momentos de la estancia de los Borbones en Rioseco, una niña –hija seguramente de algún personaje destacado de la época- estaba encargada de declamar una poesía dedicada a los reyes desde el pescante del coche o carruaje real. Pues bien, seguramente atenazada por los nervios del momento, la naturaleza debió jugar una mala pasada a la criatura que, acuciada por la necesidad e imposibilitada de abandonar su privilegiada posición, no pudo contener el movimiento intestinal. Así que la, suponemos, recargada ropa interior decimonónica de la pequeña quedó adornada, además, con el contenido que evacuó de su vientre.

Obviamente el caso debió de servir de chanza entre algunos, que seguramente tuvieran algo de ojeriza a los riosecanos, generalizando el mote a todos los habitantes de la Ciudad. Esta es la versión más extendida de la leyenda que, como casi todas, tiene sus variantes. Así otros cuentan que algún descontento con la monarquía fue el que descargó su indignación –y sus tripas- dejando un fétido presente junto al coche real, siendo la propia Isabel II la que exclamó por primera vez el apodo de cagacoches cuando tuvo que sortear el regalo al subir al carruaje para abandonar Rioseco.

Isabel II no ha sido la única reina española que Medina de Rioseco ha tenido el honor de acoger. Tras su matrimonio, en 1469, Isabel la Católica y su esposo Fernando (con ascendencia riosecana), fijaron aquí su residencia durante un tiempo estableciendo las bases para la unificación de España en el castillo de los Enríquez. El 1 de mayo de 1690, Mariana de Neoburgo, princesa alemana que se había casado por poderes con Carlos II, también hizo noche en Rioseco durante la penúltima etapa del interminable viaje de 8 meses que la trajo a Valladolid desde Baviera. Y finalmente, el 5 de abril de 1984, los actuales monarcas, D. Juan Carlos y Doña Sofía cursaron visita oficial a nuestra ciudad durante uno de sus viajes por Castilla y León.

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