¿Quién duda de que es necesaria una renovación en la vida de la Iglesia? Esta ha sido, es y será siempre una cuestión viva. De hecho hay un adagio antiquísimo que dice: ecclesia Semper reformanda (la Iglesia necesita siempre estar reformándose).
El problema es que pensamos la mayoría de las veces en los demás: los curas, los frailes, los obispos… pero ¿hemos pensado en nosotros? Yo tengo que reformarme, mi cofradía tiene que reformarse, mi parroquia tiene que reformarse…
¿Por qué tengo que reformarme? ¿En qué tengo que reformarme? ¿Cómo reformarme?
La mayoría de las veces lo traducimos en que “se adapte al mundo”, “cambie de doctrina sobre la sexualidad”, “se adapte a los tiempos”… pero decimos cosas que nos da igual… porque se haga lo que se haga para mí seguirá teniendo el mismo interés: poco o nulo. Que la misa sea más entretenida, ponerse así o asao, hacer esto o lo otro… Qué más da todo eso si no hay otra cosa más importante. Al tercer día nos cansaremos de eso y nos quejaremos de lo otro… Que los curas se casen: hay comunidades cristianas en que los curas son hombres casados y el problema es igual o mayor. Que las mujeres sean curas ¿Qué se ha solucionado en las comunidades que hay mujeres que son pastores?
Todo esto es dar vueltas a lo secundario para no enfrentarnos a lo que es más radical y mas difícil: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Así comienza la predicación de Jesús y es la gran pregunta hoy a todos los que nos decimos creyentes. ¿Escuchamos el evangelio de Jesucristo? ¿Nos convertimos a él? ¿Creemos en su evangelio?
Este es el problema: no se nos anuncia el Evangelio de Jesús. Si se nos anuncia oímos, pero no escuchamos ni lo aceptamos como Palabra de Dios, viva y eficaz y por lo tanto no hay más que una fe de “Primera comunión” que no nos sirve para nada. Es inútil para la vida. Se queda para los que no tiene otra cosa que hacer. Yo ya soy mayorcito para esos “cuentos de vieja”.
Somos cristianos vacunados del Evangelio de Jesucristo y no es posible que el evangelio nos diga nada, no nos sirve para nada, no tiene trascendencia para la vida real, presente y actual.
Cristianos que hemos vaciado de Cristo todas la tradiciones. Sacamos pasos a la calle que no significan nada para nosotros. Somos “maderas carcomidas”: aparentemente todo está igual o mejor que hace siglos, porque hemos repintado y hay colores vivos, pero la realidad es que como presionemos con el dedo menique todo se cae y desmorona.
¿Tiene esto solución? Sí, en la medida en que no nos encerremos en nosotros mismos. Es necesario que abramos puertas y ventanas y que dejemos a Cristo hablarnos al corazón, que nos reúna, que nos toque y nos sane. Que su Palabra resuene como nueva y la aceptemos como Palabra Viva, como Luz para nuestra inteligencia, como Alimento y Fuerza para nuestra vida.
¿Cómo se hace esto? Ese es el sentido de la Misión Parroquial en la que estamos embarcados. Aprender a ponernos a la escucha de Jesucristo el Señor. Necesitamos reunirnos para escucharle en la voz y en la memoria de los demás hermanos. Necesitamos ayudarnos a reconocer al Señor que pasa a Nuestro lado hoy. Necesitamos ayudarnos a aprender a orar y responder al Señor. Esto y no otra cosa es la Misión: hacernos seguidores Jesucristo. ¿Qué quiere decir cristiano? Discípulo (= seguidor) de Cristo. Pues que sea verdad.