«La mejor feria taurina de los últimos años», según Ángel Gallego

Para el empresario riosecano de la Plaza de Toros de Valladolid toros, toreros y público han estado a la altura de un gran ciclo que contó con José Tomás

El empresario riosecano Ángel Gallego Rubio, uno de los responsables de la mercantil Valtauro, ha calificado la feria taurina de Nuestra Señora de San Lorenzo, que finalizó el pasado domingo en el coso de Zorrilla, “como una de las mejores de los últimos años”. Gallego valora de forma “muy positiva” el elevado número de toros que han embestido, la excelente presentación de gran parte de los encierros, los triunfos de peso de varios toreros, el gran nivel del concurso de cortes así como el éxito de la novillada sin picadores, en la que más de 1.500 asistentes eran menores de 21 años.

En el capítulo ganadero, Ángel Gallego destaca “el excelente juego” de muchos toros lidiados en el coso de Zorrilla así como la presentación de las corridas de Valdefresno, Carlos Charro, El Torreón y Capea. Asimismo, el riosecano no entiende la “falta de criterio” en algunos jurados que han dejado desierto el premio al mejor toro de la Feria, “cuando ha habido uno de vuelta al ruedo y varios premiables”, asegura.

Casi todas las figuras, a excepción de Morante de la Puebla, pisaron el albero vallisoletano. El empresario destaca los triunfos de Manzanares, El Juli y Luque, “sin olvidar a Diego Ventura, que cortó un rabo después de 16 años sin concederse”, dice Gallego, quien destaca la excelente climatología, casi veraniega, vivida todas las tardes.

El público respondió, especialmente los días de relumbrón. “Aparte del incremento del abono en un 20 por ciento y la asistencia de público entre un 25% y un 30% se ha notado la recuperación del ambiente y la ilusión del aficionado, que se había perdido”, asegura el empresario, quien recuerda la tarde de ‘no hay billetes’ de José Tomás y el casi lleno del viernes, donde Juli, Manzanares y Talavante firmaron la mejor corrida del abono.

No obstante, el empresario riosecano destaca la novillada sin picadores celebrada el lunes 5 de septiembre, “con más de 5.000 personas en la plaza, de las que 1.500 eran menores de 21 años que habían entrado gratis, además de a los abonados a los que también se les regaló su localidad”. Valtauro, según uno de sus responsables, apoya la fiesta y promociona la afición entre los más jóvenes. Asimismo, otro de los puntos positivos de la feria fue la ausencia de percances. Tan sólo hubo que lamentar un buen susto de un mozo que guardaba una de las puertas del callejón (con ascendencia riosecana, por cierto), cuando un toro, que previamente se había partido un pitón, embistió bruscamente contra los portones entrando en el callejón y protagonizando momentos de auténtico peligro. “Menos mal que el Cristo de la Flagelación de Rioseco y la Virgen de las Angustias de Valladolid, de los que Millaruelo es cofrade, echaron un capote”, concreta con una sonrisa.

La excesiva “dadivosidad” del palco, el mal momento de Ponce y El Cid,  que se dejó notar en Valladolid, o la fría despedida de Manolo Sánchez son algunos de los puntos que menos han gustado al empresario, que confiesa entre risas que fueron cientos las llamadas recibidas pidiendo entradas para el día de José Tomás y que han sido muy pocas las de agradecimiento por las peticiones atendidas.

Una década sin Carlos Gallego Rubio
El martes día 13 de septiembre se cumplía el décimo aniversario del triste fallecimiento de Carlos Gallego Rubio, riosecano y empresario -junto a su padre y hermano- de la Plaza de Toros de Valladolid. Carlos [en la foto junto al ganadero Beltrán Núñez y su mayoral] moría a los 29 años después de luchar con coraje y firmeza ante una terrible enfermedad, que como un toro manso y asesino se lo llevó por delante. Aquel día, 13 de septiembre de 2001, el Coso de Zorrilla reunía por primera vez en esa temporada a las tres máximas figuras del momento: Enrique Ponce, José Tomás y Julián López El Juli, que se sumaron al emotivo homenaje con el brindis de sus respectivos toros. Carlos Gallego, cofrade riosecano de El Descendimiento, era un enamorado de su ciudad natal y del mundo de los Toros, especialmente de su Curro Romero, al que veneraba. El pequeño de los Gallego era, simplemente, alegría desbordada y un ciclón de cariño. Pero la sin razón de esta vida hizo que su corazón, tan inmenso como su sonrisa, dejara de latir demasiado pronto. Han pasado ya diez largos años, pero los que tuvieron (tuvimos) la suerte de conocerlo no le olvidamos. Descansa en paz, torero.

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