La inquietud de las nubes; por Miguel García Marbán



Sin avisar, la naturaleza nos hace bellos y maravillosos regalos que, la mayor de las veces, pasan desapercibidos ante la vorágine y las prisas de la vida cotidiana. Al atardecer, el cielo se vistió de unas inquietantes nubes que más bien parecían el paisaje nocturno de una película de John Ford o las pinceladas de algún cuado de J. M. William Turner. Los grandes nubarrones, con los últimos rayos de sol en el horizonte, se tiñeron de inquietantes tonos de color azul oscuro que hicieron surgir en el ánimo extraños presagios y amenazas.

José Martínez Ruiz Azorín escribió en su libro Castilla que “Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son —como el mar— siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas —tan fugitivas— permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros”.

share on: