Familia Pinto, linaje de mercaderes e hidalgos II


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

En el artículo anterior habíamos quedado en hablar de otra de las ramas de esta extensa familia riosecana. Y habíamos parado nuestro relato en el hijo mayor de Juan Pinto El Viejo, concretamente en Gonzalo Pinto, también llamado por sus coetáneos, El Viejo, para diferenciarlo de otros descendientes del mismo nombre y apellido.

Como todos los miembros de esta familia, Gonzalo, había nacido en Medina de Rioseco y gracias al buen desarrollo de sus negocios en la exportación de lanas a Flandes, logró ascender socialmente. Detentó el prestigioso cargo de Mayordomo de la parroquia de Santa María, y además fue amigo y testamentario de Mancio Venido, padre del obispo de Orense, el riosecano, Juan Venido Castilla.  Se casó con Beatriz Turrado, y con ella tuvo un gran número de hijos, muchos de ellos fallecidos en la infancia.

Uno de sus nietos fue Mateo Pinto de Quintana, nacido en Rioseco en 1597. Fue arcediano de la catedral de Ávila y fundador en esta ciudad del Hospital de San Joaquín. Logró ahorrar una importante suma de dinero, destinando una parte de ella a regalar la cruz procesional de cristal de roca que hoy puede verse en el Museo de San Francisco. A los 20 años, protagonizó una curiosa anécdota, ya que cuando tenía esa edad y aún residía con sus padres en Medina de Rioseco, mantuvo un breve noviazgo con una joven llamada María Ferragudo. Sus padres se empeñaron en que su futuro no estaba en el matrimonio, sino en la Iglesia, y le obligaron a matricularse en la Universidad de Salamanca para estudiar Teología, abandonando novia y proyectos de bodas. Este cambio de planes hizo que la despechada María Ferragudo denunciara ante los tribunales a Mateo, por incumplimiento de matrimonio, presentando como prueba una carta firmada por él mismo, en la que afirmaba sus intenciones de casarse con ella.  Mateo fue propietario, como heredero de sus padres, de una casa en la Calle del Pescado, de la que se conserva aún hoy, parte de su portada original pétrea de arco de medio punto y dos columnas, aunque oculta por un moderno muro de ladrillos y cemento. Esta vivienda se utilizó durante unas décadas como convento de monjas Trinitarias, por expreso deseo del propio Mateo Pinto, que así lo dejó escrito en su testamento, aunque la fundación tuvo escasa vida y acabó desapareciendo.

Otro de los nietos de Gonzalo fue Pedro Pinto, jesuita y nacido en Rioseco en torno a 1593.  Entró en la Compañía de Jesús en Valladolid al cumplir los 15 años, en contra de los deseos de sus padres. Trasladó su residencia a América en 1618 y allí se ordenó sacerdote, dedicándose al estudio del chibcha y los dialectos del duitama y el sogamoso. En 1625 se trasladó a Bogotá, para encargarse de la cátedra de Música en el Colegio Máximo. Allí ejerció el cargo de Ministro durante nueve años y por espacio de 16 regentó la Congregación de La Asunción. Falleció en la capital colombiana el 26 de mayo de 1645, dejando publicados varios estudios sobre las lenguas nativas de la zona y otros ensayos teológicos, como el “Manual de devociones y favores recibidas de Dios”.

Antonio Pinto, también fue nieto de este Gonzalo El Viejo y por ser el de mayor edad, fue el heredero de los negocios y bienes de la familia. Pero fue a partir de la siguiente generación, cuando la familia –al igual que la mayoría de las ricas familias dedicadas a los negocios en la España del siglo XVI- decide liquidar la empresa exportadora e invertir los beneficios en la compra de tierras y casas, así como en la adquisición del título de hidalguía, que les exima del pago de impuestos y de poder ser sospechosos ante la Inquisición.

Así lo argumenta ante la Chancillería de Valladolid, un descendiente en 1769, llamado Pedro Pinto del Corro. Por su expediente de hidalguía, conocemos a sus antepasados y a sus descendientes, obsesionados con la unión matrimonial con hijas de acaudaladas familias de Villabrágima y por conseguir puestos municipales en Rioseco.  Precisamente Pedro fue Alcalde Ordinario de Medina de Rioseco y mantuvo numerosos pleitos con cuantos vecinos intentaron desafiar su autoridad.

A esta rama perteneció María Antonia Pinto del Corro, casada con Andrés de Toro, cuya hija Teresa de Toro Pinto del Corro se casó en 1728 con Juan de Aguilar, sobrino de Jerónimo de Aguilar, secretario del Almirante de Castilla y protector y donante del Convento del Carmen. Y de su hijo Juan de Aguilar de Toro, casado con Manuela Galván Villamandos, desciende mi tatarabuelo Antonio Rodríguez de Aguilar. Mientras que un hermano de Teresa, José de Toro Pinto del Corro, casado con Francisca Vetegón, tubo por hija a Josefa de Toro Vetegón Pinto del Corro, casada en 1694, a su vez, con Manuel Galván Villamandos, hermano de Manuela Galván, y de quienes desciende la actual familia riosecana de Galván.

Curiosamente el apellido Pinto o Pinto del Corro, desaparece de los libros y documentos oficiales riosecanos a principios del siglo XIX, coincidiendo con la desaparición de los mayorazgos. Como también ha pasado a mejor vida el rincón que aparece en la fotografía de hoy. Era la Plazuela de Santa Ana, vista desde la Plaza Mayor, con la entrada a la Calle de Los Lienzos en el frente, a la Calle Especería a la izquierda, y a la Calle La Sal, a la derecha.  En este mismo lugar, donde estaban enclavados la picota jurisdiccional, el Ayuntamiento, la Casa del Peso, el Hospital de Santa Ana y las viviendas de los mercaderes, comenzó allá en el siglo XV, la historia de la familia Pinto, los tatarabuelos de muchos riosecanos de hoy.

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