
Los alumnos después de hacer las fichas se dirigen hacia los rincones de juego, en ese preciso instante, la clase se transforma. Escucho vocecillas que pronuncian palabras que me trasladan a otro lugar: “oído”, “vamos valientes”, “a horquillar”, “tapetán”, “mayordomo”,… mientras los niños y las niñas de forma espontánea juegan a Semana Santa. No les hace falta nada más que su imaginación y una mesa con la que fabular.

En ese momento, es cuando me doy cuenta del ejemplo que los adultos, conscientes o no, damos a nuestros pequeños, que nuestros actos sirven de modelo al futuro vivo de las hermandades. Esta clase no está programada, ni la dicta la ley, no es clase de religión, ni hay que prestar especial atención, pero soy consciente que todos están aprendiendo y de forma natural y vivencial. Con esta recreación de la Semana Santa están asimilando cómo calcular el peso de un objeto, la fuerza que tienen que emplear, asignar roles dentro de un grupo, moverse de forma coordinada para bailar, temporalizar acciones, lo que viene antes o después de los gremios, aprender a medir al tallar y comparar cantidades observadas con la regla, hacer música para que suene el tapetán,… Pero sé, que en esta ocasión los niños y niñas no son conscientes de esa adquisición de conocimientos y que no piensan en la trascendencia de sus acciones, sólo saben que hay que dejarse llevar.

Y ahora se escucha en la clase: “oído a rezar” y todos se ponen de rodillas alrededor de la mesa agachando su cabeza y cubriéndose el rostro con sus manos.
En otro rincón del aula, forman una fila y aprenden a tallarse. Mientras unos comparan sus estaturas y se ponen al lado de la horquilla, que un niño ha traído a clase exhibiéndola orgulloso porque: “se la ha hecho su papá”, otros miden con una regla la distancia que hay desde el hombro hasta la cuerda improvisada que han tomado para hacer “como lo que hacen en la escalera, para tallar el paso”, añade otro niño sin titubear.
No podemos negar que esa transmisión intergeneracional, es lo que nos hace especiales en Rioseco, que los valores esenciales de la Semana Santa riosecana han perdurado hasta nuestros días y son visibles ante los ojos de cualquiera que observe las conversaciones y juegos de los niños, y de los no tan niños.
Así percibo que los pequeños, da igual si son niños o niñas, juegan a sacar el paso, sueñan con cargar en su hombro ese duro tablero al que cada uno pone el nombre de su Cofradía.

Y empiezan a decir: “viva el Longinos, ¡viva!”, “viva los Azotes, ¡viva!”, “viva la Piedad, ¡viva!”, “viva la Escalera, ¡viva!”, “viva la Soledad, ¡viva!”, “viva…” y así enumeran todas y cada una de las hermandades que existen en Rioseco, sin que nadie les haya mandado memorizar. “¡Ah, nos falta una!” añade otro, “viva la borriquilla, ¡viva!”.
Y cada año, me siento espectadora de lujo, ya que se vuelven a reproducir antes, durante y después de los días de Semana Santa estos juegos que de manera indistinta entre los niños y las niñas se dan.
*Beatriz Rodríguez del Rey:
es cofrade y maestra de Educación Infantil en el Colegio Campos Góticos
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