Con este artículo vamos a iniciar una serie sobre las fuentes de agua relacionadas con la ciudad y con el término municipal. Hoy en día, las fuentes se han quedado como elementos de ornamentación en las calles y jardines, pero en un tiempo no tan pasado cuando en las viviendas, en los establecimientos públicos, en los conventos, monasterios, fábricas, comercios y en los edificios oficiales, no existía una red de abastecimiento de aguas, las fuentes en las ciudades y pueblos eran los lugares donde las personas iban a recoger el agua en cántaros para su uso doméstico, donde los animales de carga bebían, donde se realizaban tertulias y encuentros amistosos y amorosos y un oasis de bienestar para personas y animales las situadas en medio del campo. No hace falta recordar la geografía agreste y seca donde vivimos y los veranos calurosos que sufrimos. La progresiva y paulatina llegada del agua corriente a las viviendas acabó con el uso práctico de las fuentes y con su servicio a los barrios y zonas de la ciudad. Agua procedente de manantiales, acuíferos y pozos artesianos, hoy servida por una red que la recoge del Canal de Castilla, depurada y clorada para su distribución.
“En 1770 la ciudad riosecana construía una nueva cañería para el agua dulce y cambió la fuente que estaba instalada inicialmente junto al convento al rincón del arco, en la plaza mayor». El convento solicitó hilo de agua que fue otorgado bajo condición de ofrecer el uso del pozo para dar de beber a las bestias en caso de faltar agua en el pilón común. Tampoco podía el convento tener llave particular de la cañería (excepto una que para los casos de urgencia que depositaban en el archivo de la ciudad) ni acceder al acuífero en caso de pública escasez. Los frailes pagaron su propia cañería y la puerta de hierro del arca instalada fuera de la clausura por donde les entraba el agua.” Este texto nos indica una referencia histórica relacionada con la Ilustración, época de progreso y desarrollo, el siglo XVIII, pero será la mitad del siglo XIX la que hará ver la luz la construcción de algunas de las principales fuentes situadas dentro del núcleo urbano.
Diez son las fuentes que he logrado recoger, algunas modernas como la de la Plaza Mayor (1), donde hubo una antes de su remodelación; la de los jardines de la Dársena del canal (2); la situada en la zona de la chopera (3) cerca de la edificación situada detrás de las piscinas municipales; la del Paseo del Bulevar (4), debajo de la ladera del castillo. Otras más antiguas, construidas en piedra tallada, con adornos y forma de monolito la de El Príncipe (5), datada en 1857, situada en la plaza de San Miguel, que estuvo antes en la zona del Matadero; la del Corro del Asado (6), antes situada en la zona del Carmen, cerca del convento; la Fuente de San Francisco (7), con una inscripción de 1858, en los jardines exteriores de la residencia de ancianos, cerca de la iglesia del mismo nombre, que fue trasladada donde estaba anteriormente en la entrada del paseo, cerca del edificio de Iberdrola; La Flora (8) en el paseo central del parque Duque de Osuna, emblema del parque, de sus jardines con una representación de una mujer aguadora; la situada en el recinto que abarca las viviendas y parque de bomberos (9) y la del Arco de las Nieves (10), casi no identificable.
Algunas conservan su primitivo uso, con sus hermosos grifos metálicos, con un agua que no es de manantial, ni de pozo, si no de la red pública. Otras han quedado como testimonios de un tiempo pasado, algunas “recogen” pintadas que dicen mucho de la cultura de sus autores. Son un patrimonio histórico riosecano, de todos y testigos de nuestra historia pasada. Sería bueno darlas el valor que tienen como monumentos y obras de arte.
(Continuará)