Francisco de Borja en Rioseco, la visita de un santo jesuita


Teresa Casquete Rodríguez

A la larga lista de visitantes y residentes ilustres, que tuvieron el buen gusto (por qué negarlo) de pasar por nuestra ciudad, y que ya hemos ido desvelando en anteriores reportajes, hoy vamos a añadir otro más, el santo jesuita Francisco de Borja.

Es ampliamente conocida su biografía, pero la recordaremos brevemente aquí para destacar en ella su relación de parentesco con los Almirantes de Castilla. Francisco de Borja nació en 1510 en Gandía y era descendiente directo de la famosa familia Borja, famosa porque una de sus ramas italianizó el apellido como Borgia y a ella perteneció entre otros, el famoso Papa Alejandro VI, bisabuelo del santo o el célebre César Borgia, su tío-abuelo. Su padre era hijo de María Enríquez de Luna, prima de Fernando el Católico y por tanto también de los Enríquez riosecanos, mientras que la propia madre de San Francisco era Juana de Aragón, nieta de Fernando el Católico y por tanto, prima también de los Duques de Medina de Rioseco.

De su padre heredó los títulos de Duque de Gandía y Marqués de Lombay y gracias a esta herencia familiar, entró al servicio del emperador Carlos V, en concreto como caballerizo de la emperatriz Isabel. La visión del cadáver descompuesto de esta mujer que en vida había sido de gran belleza, despertó en él la vocación religiosa que había permanecido dormida todos estos años por deseos paternos y una vez viudo decidió entrar en la recién creada Compañía de Jesús, los Jesuitas.

A partir de aquí tomamos el relato escrito por el cardenal Álvaro Cienfuegos, titulado “La heroica vida, virtudes y milagros del grande San Francisco de Borja…” y dedicado, precisamente al Duque de Medina de Rioseco, Juan Tomás Enríquez de Cabrera. Porque en uno de sus capítulos referido al año 1552, relata el paso del Santo por nuestra ciudad. “…Rogole el Almirante, que había venido con el Príncipe (se refiere al futuro Felipe II) que de vuelta de Oñate pasase por Medina de Rioseco a visitar a la Duquesa, que deseaba ver el traje del desengaño en el Duque de Gandía, y que su ejemplo, y su doctrina fuesen dos faroles de su Alma. Condescendió Francisco a tan justo ruego, y llegó a Medina de Rioseco, donde estaba ya el Almirante, que se había ya anticipado no queriendo perder la ocasión de ver dentro de su palacio la felicidad. Fue hospedado en el Observantísimo Convento del Serafín Francisco, rehusando con invencible constancia a aposentarse en el Palacio. Mas por el pasadizo, que había desde el Convento, pasaba frecuentemente a visitar a la Duquesa, que habiendo escuchado los saludables consejos de Francisco, y las respuestas a las dudas que le propuso, conoció que el Espíritu Santo tenía en Borja su más dulce, y su más acorde instrumento. Encaminose luego hacia Burgos…”.

Acompañamos este relato con una antigua imagen de este mismo convento de San Francisco, lugar de residencia del santo jesuita y en la que pueden verse aún en pie la Capilla de la Orden Tercera y la Biblioteca, derribadas sin justificación razonable alguna, a principios de los años 70 del siglo XX.

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