Hubo que esperar casi dos horas y media para ver, no el mejor toreo, pero sí lo más pinturero sobre el albero del Coso del Carmen en la segunda edición del festival taurino a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer. El malagueño Javier Conde, que sorprendió vestido de traje chaqueta y corbata de seda, regaló el sobrero –en el rajado que le tocó en suerte nada pudo hacer- y ahí empezó a componer su sinfonía torera con arrebatados pases, cambios de mano, remates, adornos y desplantes que hizo poner en pie al escaso público que se dio cita en una fría tarde de toros, la primera de la provincia.
El público no respondió como se esperaba y tan solo un cuarto de plaza participó en este festival benéfico, que el pasado año cuadriplicó en número de espectadores, seguramente por el buen tiempo, que en esta segunda edición fue gélido, a pesar del sol que se quiso sumar al entretenido festejo.
El sobrero del Albarreal no fue un derroche de bravura, pero demostró clase y permitió al malagueño interpretar su personalísima tauromaquia al ritmo de bulerías y fandangos que brotaron de la garganta del cantaor Paco Peña, también subalterno. Conde se puso en artista, y el embrujo comenzó a destilar de sus muñecas especialmente en pases de pecho y cambios de mano, adornados con desprecios y ornatos que embriagaron al público, deseoso de ver algo distinto.
Ya había avisado unos minutos antes dibujando unas cadenciosas verónicas. Incluso a media faena brindó a otra figura de la tauromaquia, Andrés Vázquez, el torero de Vilallpando, que a la postre acompañó al malagueño en su triunfal y multitudinaria vuelta al ruedo en la que paseó el rabo del sobrero, al que mató recibiendo. La faena no fue redonda, ni incluso ligada, pero improvisó una danza flamenca con la banda sonora del cantaor, aderezado con algunos muletazos tan hondos como la torería que destiló desde que llegó vestido de calle, al antañón Coso del Carmen.
Antes, Juan Mora había puesto el sabor añejo ante un novillo noblón, sin transmisión, muy soso y sin fuerza. Mora cuajó algunas buenas series y paseó un trofeo. El único que se fue de vació fue Juan Serrano Finito de Córdoba, quien pechó con el peor de la tarde, que se rajó de principio y con el que Finito, que llegó a Rioseco acompañado de su hijo, solo pudo dejar algunos detalles de su tauromaquia de artista.
Manolo Sánchez, organizador del festejo junto a la AECC, se vestía de nuevo de corto para la ocasión, después de su despedida de los ruedos. Buenas tandas por la derecha y también al natural, remachadas con hondos pases de pecho a un novillo, el más chico del encierro, que la tomaba por bajo. La faena tomó vuelos en unos derechazos con rodilla genuflexa y el espadazo permitió las dos orejas.
El mismo resultado obtuvo Manuel Jesús El Cid. El sevillano ya bordó el toreo el pasado año en este mismo lugar y de sus manos brotaron hoy las mejores series. Una faena muy larga, ante el mejor astado del encierro de Alabarreal. Incluso sufrió una aparatosa voltereta sin consecuencias que le enrazó más si cabe y permitió que la obra tomara muchos kilates. Buena estocada y dos trofeos.
La tarde había roto y la papeleta era mayúscula para el novillero acartelado. Juan Millán no se arrugó y ante un oponente noble, pero mansurrón, dejó detalles de ser un proyecto de torero clásico y que puede funcionar. Falló con los aceros y paseó una generosa oreja. En definitiva, un festival entretenido donde destacó el aroma clásico de Mora, el temple de Manolo Sánchez, el empaque del Cid y el arrebatado duende de Javier Conde. El presidente provincial de la Asociación Española Contra el Cáncer, Javier Arroyo, hacía un balance “positivo” de la tarde “con casi media entrada” en los tendidos y aunque a falta de hacer cuentas, cree que con lo recaudado será suficiente para al menos “salvar gastos”.