
«Nuestros mayores sentados cada tarde por los rincones de Rioseco, mientras esperan el calor de los últimos rayos. Se envuelven en la lana de sus chaquetas, con las manos nudosas sobre los cayados nudosos. La vista aun atenta bajo esa eterna gorrilla que cubre los ojos hechos de recuerdos. Testigo del atardecer: la fábrica de harinas»
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