El término paisaje alude a un conjunto jerarquizado de elementos que mantienen entre ellos una relación de interdependencia. Es la extensión de terreno que vemos desde un determinado lugar. Pero más allá de este paisaje geográfico, que se define en libros y se plasma en fotografías, aquel que admiramos en nuestros campos o en la montaña, existe un paisaje sentimental, escondido, secreto e invisible, que cada uno llevamos en lo más hondo de nuestro corazón. Una especie de fabuloso cuadro que hemos ido pintando con sentimientos a lo largo de nuestra vida y en el que hemos ido situando todas aquellas personas, cosas y recuerdos que alguna vez nos han llegado al corazón.
Es seguro que en el paisaje sentimental de todos los riosecanos Enrique González Miranda ocupa un lugar importante. Sus días entre nosotros llegaban a su fin hace unos días cuando partía para reunirse con sus hermano Luis, con el que tantas veces recorrió las calles riosecanas para acabar siendo parte de ellas con aquel popular “hace aire”, al que no le hace falta explicación.
Es seguro que sor María Domeño, así como todas las hermanas de San Vicente de Paúl y personal de la residencia de ancianos del último medio siglo, habrá tendido un emotivo recuerdo para este gran hombre con corazón de niño cuya tarjeta de visita siempre fue una enorme sonrisa.
Como no recordar las innumerables procesiones de Semana Santa en las que era imposible que la atención de todos no recayese en ese enorme cofrade del Nazareno de Santiago y de La Soledad. Desde estas sencillas y convencidas palabras, nuestras más sinceras condolencia a sus familiares, al personal y hermanas de la residencia de ancianos, a todas las cofradías a las que perteneció y a todos los riosecanos. Enrique, descansa en paz.