Encuentro de dos viejos amigos; por Miguel García


Sentado en la ventana de la casa donde durante años vivió el esclusero encargado del dique seco, donde, como en un pequeño astillero, se arreglaban las barcazas, Valeriano Martín ve pasar las aguas del Canal de Castilla. Es el encuentro de dos viejos amigos en el que las palabras sobran.

Con la mirada perdida en el viejo Canal, el veterano molinero parece que estuviera viendo llegar  las grandes barcazas que atracaban junto a la fábrica con trigos que la fuerza del agua convertía en harina al mover las turbinas. Una Fábrica de Harinas San Antonio en la que Valeriano trabajó 37 años, desde 1937 a 1973.

Mientras tanto, el Canal responde a los recuerdos de su amigo con el suave murmullo del agua del cercano dique seco. Quizás le susurre la nostalgia de un tiempo ya perdido, quizás el orgullo de sus puentes y acueductos, quizás la tristeza de sus paneras y fábricas agonizando, quizás la emoción de que de nuevo un barco surque sus aguas.

A sus 88 años, Valeriano Martín es parte de la historia humana de ese curso artificial de agua que acabó siendo un elemento imprescindible y emocional del paisaje riosecano. Su memoria guarda con celo la memoria del Canal, de sus recursos, de sus vivencias, de sus emociones.

Sentado en la ventana de la casa donde durante años vivió el esclusero encargado del dique seco, Valeriano Martín ve pasar su vida.

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