El último Almirante de Castilla; por Teresa Casquete


Resulta curiosa la contradicción de la relación de Medina de Rioseco con los Almirantes de Castilla. Aunque se ha bautizado turísticamente a nuestra ciudad como la de los Almirantes, lo cierto es que éstos no tuvieron mayor contacto con la misma que la de haber residido en ella en algunas ocasiones. La mayor parte del tiempo, dichos Almirantes, lo pasaron siguiendo a la Corte y residiendo en los numerosos palacios que poseían a lo largo de los diversos reinos españoles y limitando su trato con nuestra ciudad, a la recaudación de impuestos, a pleitear con el regimiento (ayuntamiento) para recordar sus derechos como señores, a los enterramientos familiares y a la financiación de obras exclusivamente religiosas.

Uno de los Almirantes menos vinculados con nuestra ciudad, fue precisamente el último: Juan Tomás Enríquez de Cabrera Álvarez de Toledo. Desconocemos si este buen señor visitó alguna vez Medina de Rioseco, aunque a tenor de su curriculum, seguro que nuestros antepasados tampoco le echaron en falta.

Nació en Génova (Italia), en 1646, y murió, sin descendencia, en Estremoz (Portugal), en 1705, siendo su heredero su hermano menor Luis IV Enríquez de Cabrera. Hijo del taurófilo Juan Gaspar Enríquez de Cabrera y de Elvira Álvarez de Toledo Osorio Ponce de León, de quienes recibió en su infancia el título de Conde de Melgar. Su origen italiano se debió a que su abuelo era por entonces el Virrey de Nápoles y andaba viajando, junto a parte de la familia, por esas tierras, de regreso a España.

Los conocidos versos de «El Estudiante de Salamanca» le describen a la perfección: «Fueros le da su osadía / Le disculpa su riqueza, /Su generosa nobleza / Su hermosura varonil. / Que su arrogancia y sus vicios /Caballeresca apostura, /Agilidad y bravura /Ninguno alcanza a igualar./ Que hasta en sus crímenes mismos, /En su impiedad y altiveza, /Pone un sello de grandeza…».
Y es que si por algo fue conocido Juan Tomás en su juventud, fue por los continuos altercados con la justicia, de los que salió de todos impune gracias al poder, el dinero y los contactos de su familia.

Tras desempeñar algunos cargos en la Corte (llegando a ser, incluso, desterrado de la misma por la mala gestión de alguno de ellos), esta joya de la nobleza española, heredó en 1691 los títulos ostentados por su padre de Almirante Mayor de Castilla y Duque de Medina de Rioseco. Fue nombrado gobernador de Milán y más tarde embajador en Roma, cargo que rechazó, por lo que de nuevo fue desterrado de la Corte y encerrado en el castillo de Coca. También fue Virrey de Cataluña y autor del aplastamiento de la revuelta ocurrida en esta parte del reino de Aragón, a finales del siglo XVII. Su buena labor, esta vez, fue reconocida con la concesión del hábito de la Orden de Calatrava.

Con la llegada de los Borbones al trono español, el rey Felipe V, le nombró embajador en Francia. Pero Juan Tomás, que estaba predestinado a ser la desgracia de la familia Enríquez, se puso del lado del aspirante Carlos de Austria durante la Guerra de Sucesión. El ser partidario del lado perdedor, huyendo a Portugal, hizo que se le confiscaran todos sus bienes, los honores, entre ellos el de Almirante de Castilla, así como los patronatos que aún poseía en Medina de Rioseco.

Esteban García Chico, transcribió un interesante documento del archivo del Convento del Carmen riosecano, en el que precisamente se trata este tema. Por ser, con seguridad, del interés de los lectores de La Voz de Rioseco, y por lo incierto, execrable e incomprensible de su paradero actual, traemos aquí una copia transcrita.

Luis Martos, escribano mayor del Ayuntamiento de esta ciudad de Medina de Rioseco y del número y rentas de ella, certifico y doy fe a los que el presente vieren, como en virtud de Real Provisión de Su Majestad y Señores de su Real Consejo, librado a pedimiento del licenciado Don Crisóstomo de la Pradilla, caballero de la Orden de Santiago y fiscal de dicho Consejo, sobre que habiéndose procedido contra Don Juan Tomás Enríquez de Cabrera, de que habiéndosele hecho merced Su Majestad del empleo de embajador en la Corte de Francia y desestimando el sumo honor de tan grande dignidad y confianza y faltando a la reverencia debida a las Reales Órdenes, hizo fuga de estos reinos, pasándose al reino de Portugal y ejecutando otras cosas y que por sentencia en rebeldía pronunciada por dichos señores del Consejo y declarando por pasado el año y día, se le había condenado entre otras penas, en confiscación de todos sus bienes así libres como de mayorazgo, aplicándoles a la Real Cámara y que respecto había llegado el caso de que se ejecutare la sentencia, se librasen los despachos necesarios, nombrando persona que lo ejecutase y tomase las posesiones en nombre de Su Majestad, de los señoríos, vasallajes, alcabalas, tercias, patronatos y demás derechos… cuya ejecución se ha cometido al Señor Don Francisco de León y Luna, caballero de la Orden de Santiago, como así consta en la dicha Real Provisión. Su fecha en Madrid, en 30 de agosto pasados, desde año de 1704 años. Refrendada de Don Bernardino de Solís, secretario de Su Majestad y de la Cámara más antiguo de los que residen en el dicho Consejo.

En la Ciudad de Medina de Rioseco, a 18 de septiembre de 1704, y a la hora de las 10 del poco más o menos, en cumplimiento del auto antecedente, el dicho D. Francisco de León y Luna, llegó a la puerta de Carmelitas Descalzas, donde salieron el Reverendo Padre Fray Juan Crisóstomo, prior del Convento de Carmelitas Descalzos (de Medina de Rioseco) y otros religiosos y Don Miguel Alejo y el licenciado Francisco Agustín, capellanes de dicho convento y le recibieron y fueron acompañando hasta entrar dentro de la capilla mayor, en donde al lado del Evangelio, estaba una silla debajo de dosel, sobre un tapete, y junto a ella un sitial, y pidiéndole se sentase en ella, dicho señor se negó a ello y mandó se cubriese dicha silla y sitial como se hizo, con un tafetán, y junto a la grada y fuera del dosel, se puso otra silla con un tapete, y junto a ella una ahumada (quemador de incienso o perfumes) y se sentó en dicha silla, apartando un poco de la ahumada y luego se arrodilló en el suelo para oir la Misa Mayor conventual, que dijo dicho Reverendo Padre prior, al tiempo en que al ejecutarse la ceremonia de purificación y después de haberse dado al altar preste diácono y subdiácono, vino el dicho Don Miguel de Alejo con el incensario a darle al dicho señor como obsequio debido, a quien representa la Persona de su Majestad, como patrono de dicha iglesia y convento y lo mismo en la misma conformidad y por la misma razón, por dicho capellán se ejecutó, dando a dicho señor la paz, y luego, por una ventanilla que está al lado del Evangelio, se dio la comunión a dichas religiosas… Acabada, dicho señor fue llamado a la reja que sale al altar mayor, y estando en ella, la priora y religiosas con capas, dijeron que el asiento que se había dado a dicho señor y ceremonias, que habían ejecutado, eran por actos de posesión y por el conocimiento que hacía toda la comunidad, del patronato que Su Majestad había servido tomar en aquella iglesia y convento, y dicho señor en su Real nombre de Su Majestad, su Real y especial protección… y luego el dicho señor salió de la iglesia, acompañándole hacia la puerta, estando fuera de ella, mandó que se pusiera por diligencia todo lo referido.

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