El senador riosecano Ángel Álvarez


Teresa Casquete Rodríguez. Historiadora del Arte

Muchos de nosotros conocemos el retrato de la reina Isabel II, que el Ayuntamiento de nuestra ciudad. Dicho lienzo se encuentra colgado en la antesala del Salón de Actos, junto a una exquisita colección de mobiliario fernandino. En la parte inferior del mismo, se encuentra una leyenda que relata como el riosecano Ángel Álvarez, regaló dicho lienzo y como dicho donante fue secretario personal de la reina.

La revista decimonónica «Escenas Contemporáneas», dirigida por Manuel Ovilo Otero, publicó a finales de 1857 un capítulo dedicado a la biografía de tan ilustre riosecano. Ángel Álvarez nació el 21 de enero de 1815 en Medina de Rioseco. Era hijo de Antonio Álvarez y Francisca Javiera Alonso Cantón (procedente de Valderas), miembros ambos de dos típicas familias rurales de clase media/alta, dedicadas al cobro de rentas y a la pequeña industria. Fue bautizado nueve días después en la iglesia de Santa Cruz, actuando de testigos sus abuelos Ángel Álvarez, empresario fabricante de mantas para el ejército, María Antonia Yáñez, Juan Alonso y María Antonia Cantón. Llegado a la edad de la juventud trasladó su residencia a Valladolid, para cursar estudios de Lógica, Matemáticas y Moral en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valladolid y terminados estos, se matriculó en la Facultad de Derecho. Mientras desarrollaba sus estudios ingresó en la Milicia Nacional de Medina de Rioseco, donde llegó a ser oficial y por cuyos méritos obtenidos en este cuerpo armado, obtuvo la Cruz de San Fernando.

Empezó su vida laboral en el Colegio de Abogados hasta que en 1839 fue nombado oficial de la Secretraía de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, afiliándose políticamente al partido conservador. Poco tiempo después fue ascendido a Secretario de la Real Cámara y Estampilla, del que fue separado tras el pronunciamiento militar de octubre de 1841.

En 1843 el riosecano Ángel Álvarez fue nombrado magistrado de la Audiencia Territorial de Valladolid. Pero en 1847, de nuevo trasladó su residencia a Madrid para ocupar el puesto de nuevo, el cargo de Secretario de Cámara y Real Estampilla, siendo elevado a Secretario Particular de Su Majestad, en 1850, sin abandonar el anterior.

En 1850 fue elegido por primera vez como representante por Valladolid al Congreso, puesto que abandonó en 1854, al trasladar su residencia a Andalucía, Murcia y París. En 1867 fue nombrado miembro de la Cámara Alta, es decir, senador, cargo que diez años más tarde se transformó en el de Senador Vitalicio. Durante su vida recibió varias condecoraciones y reconocimientos, entre ellos la Orden de Isabel la Católica, la de San Juan de Jersusalén y la de Carlos III, así como el título de primer Marqués de Valderás, concedido en 1866. Un año antes, Ángel Álvarez y su mujer, Susana de Montes Bayón, adquirieron el Monasterio de La Santa Espina, convirtiéndolo en centro de enseñanza agrícola.

Falleció en Madrid el 16 de junio de 1883 y a su entierro asistieron todos los senadores, acompañando el cadáver de manera solemne.

Una desgracia familiar
Sin embargo, en la vida de Ángel Álvarez, no todo fueron títulos, cargos y ascensos. Hubo una sombra en ella, que llegó a causa de la enfermedad mental de su hija, que fue duquesa de Castro-Enríquez. María Isabel Álvarez y Montes había nacido en Madrid en 1848 y estaba casada con Juan de Arróspide y Marimón, conde de Plasencia y marqués de Cerdañola, con quien tuvo seis hijos.

En 1891 Isabel Álvarez, que vivía separada de su marido, junto a sus seis hijos pequeños, a causa del «carácter excéntrico y especialísimo de ésta», fue condenada a la cárcel por un delito de maltrato  contra los criados de su casa y una niña a la que se empeñó en adoptar. Poco tiempo antes, había intentado adoptar al hijo de unos pescadores de San Sebastián, aunque el niño acabó huyendo de vuelta a su casa, acusándola de los mismos delitos que esta niña. Entonces la hija de Ángel Álvrez, gracias a su posición y sus contactos, logró que no se diera credibilidad a las palabras del niño. Pero 1891, esta vez, apoyaron el testimonio de la denunciante, llamada Juliana,  el de algunos ex-empleados del palacio, que al poco de empezar a trabajar en él, se despidieron del mismo debido al carácter insoportable de Isabel Álvarez, así como por sus tendencias sádicas y los continuos tratos vejatorios, golpes y amenazas de muerte a los que los sometía.

Tras un estudio pormenorizado de las declaraciones de la niña huida y de antiguos criados, se condenó a Isabel Álvarez a la pena de prisión. Cuando llevaba en ella 21 días, gracias a la defensa del abogado y político Eduardo Dato, y, de nuevo, a los contactos sociales y los títulos, consiguió que la absolvieran por falta de pruebas de los delitos de los que fue acusada.

La biografía de este riosecano, la ilustramos hoy con el retrato que Federico Madrazo hizo de la Isabel Álvarez, así como el retrato de senador riosecano Ángel Juan Álvarez, conservado en la Cámara Alta.

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