El problema de las procesiones: no todos los gatos son pardos


Una opinión de José Antonio Pizarro García

Casi todo cuánto gira en torno a la Semana Santa (no sólo la riosecana) está dominado por tópicos y palabrería mil veces repetida, siempre entusiasta. Cualquiera próximo a la vivencia semana santera queda sometido a una riada de informaciones y opinión difundida por los media como altavoz de próceres, intelectuales, gente del común, conferenciantes, políticos, diletantes, poetas, pregoneros, expertos, cofrades, en un estruendo tan coral que llega a cristalizar como dogma en los destinatarios. Todo ello vertido en imágenes, textos, conferencias donde abunda el ditirambo -paralizando todo sentido crítico-, logra levantar una realidad más real que la realidad, a modo de ‘retablo de las maravillas’ cervantino.

Reflexiones de este tipo surgen cada año, particularmente y por lo que a Rioseco concierne, desde los largos preparativos/prolegómenos de vísperas, la lectura de la revista editada por la Junta Local de Semana Santa y, en los últimos años, escuchando a los invitados en El Pardal, informativo cofrade de La Voz. Resultan especialmente reveladoras las respuestas de los entrevistados en la sección Un poso con: la mayoría afirma -sin asomo de duda- que la Semana Santa dura todo el año, está muy bien cómo está y no cambiarían nada de ella.

Ahora resulta que este periódico editorializa a la contra -con acierto- neutralizando en parte la opinión y sentir expuesto por la mayoría de sus invitados; deshaciendo, o matizando, la hipnosis y el hechizo que contribuye a forjar. Es un alivio. Porque hasta los más escépticos empiezan a dudar si todos los gatos son pardos y no les gusta el pescado.

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