El primor de un marfil hispano-filipino


Fotos: Fernando Fradejas

Cristo Crucificado
Marfil hispano-filipino
1650
Convento de San José de madres Carmelitas Medina de Rioseco
Museo de San Francisco

El Cristo Crucificado procedente de las Carmelitas de Medina de Rioseco responde plenamente a la tipología propia de los marfiles hispano-filipinos del s. XVII.

Sujeto a una cruz de nudos, de alterada policromía, se muestra con los brazos de acentuada horizontalidad, marcando músculos y venas, para terminar en manos que bendicen. La unión al tronco se realiza por la axila, como es característico de las piezas hispano-filipinas.

La cabeza ligeramente inclinada a su derecha, presenta la típica corona de espinas tallada en el propio marfil de gruesa caña y pelo que pende sobre el pecho a su lado derecho mientras se recoge a la izquierda, dejando al descubierto un pabellón auditivo fuerte de lóbulo carnoso.

De toda la pieza el elemento más destacado y significativo sin duda son los ojos, tallados en el propio marfil, de un acusado orientalismo. Regados, con parpados abultados realizados con doble brida. La nariz sin embargo mantiene el influjo de la metrópoli, con aletas destacadas, recordando el control de los escultores sangleyes por parte de las autoridades civiles, religiosas y militares. Así mismo la barba tallada en fuertes hilos metálicos, potencia las terminaciones del bigote que se enrollan sobre sí mismas.

El tórax de potente factura, muestra el arco torácico de forma suave y redondeado en forma apuntada, marcando los músculos ventrales de la misma forma y manera. En manera alguna se aprecia una concepción troncocónica, sino que la tendencia al naturalismo es patente.

El perizoma con moña a la derecha se cataloga como perteneciente al modelo de “remetido”, dentro de los modelos del s. XVII, en ningún caso al otro típico denominado “mandil”. La acepción de remetido se refiere a la punta frontal del cendal que se remete sobre si mismo. El plegado es quebrado, pero sin acentuar ni el volumen, ni en general del tamaño. Se ve un cierto interés por ir descubriendo el cuerpo.

Por cuanto se refiere a las piernas gozan de una buscada naturalidad, destacando músculos rodillas y sobre todo acusada tensión de los dedos de los pies.

Por todas las características citadas anteriormente, no cabe duda de que hay que catalogarlo como hispano-filipino del siglo XVII. Pero teniendo en cuenta que no goza de un orientalismo pleno, ni hay una visión cilíndrica del cuerpo, así como la disposición del perizoma y el menor tamaño de la caña de la corona de espinas, hay que considerar que es de una época cercana a la mitad del siglo.

En cuanto al autor, es de sobra conocido, que es anónimo, vinculado al círculo de los “sangleyes”, o artistas chinos residentes en Filipinas, que bajo demanda española, realizaban estas obras necesarias, en principio para el culto en las isla. A la metrópoli las remitían o bien misioneros a sus lugares de origen, o como suele ocurrió en los monasterios y catedrales òr el alto clero, donde denotaban relevancia y prestigio.

Por tanto, estas obras hispano-filipinas son herederas de los modelos llevados por los españoles a Filipinas, con influencia americanas, especialmente mejicanas y peruanas, y a su vez realizadas en el archipiélago, por artistas chinos que recogían la traición artística del marfil propia. En ellos se unen tres culturas.

Fuente: Clausuras III: El patrimonio de los conventos de la Provincia de Valladolid

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