Las canas han pintado sus cabellos. En sus manos se dibujan manchas imborrables del paso de los años. Su andar lento y encorvado denota el cansancio de un cuerpo que ha vivido varias vidas a lo largo de decenas de años. Su mirada es la incógnita que encierra infinidad de cosas que sus ojos han visto. Sin embargo en su corazón sigue latiendo la emoción y la ilusión por seguir viviendo.
Por eso es importante el que de vez en cuando se reconozca la trayectoria vital de unas personas que, una y otra vez, quieren ser útiles y desean poner al servicio de la comunidad el tesoro de su experiencia. Reconocimientos como el que miércoles realizó la Asociación Cultural Rúa Mayor a su veterana socia Francisca Martín `Paquita´ por su constante labor durante más de 12 años en la directiva y por su altruista labor de voluntariado social con otras personas mayores.
En el salón de actos, ante compañeros de la asociación, amigos, familiares y miembros de la corporación municipal, Paquita recibió distintos regalos entre los que se encontraba un poema escrito por el miembro de la junta directiva, Juan Rodríguez, quien se refirió a Paquita como “llena de dones sin fin”.
La presidenta de la Asociación Cultural Rúa Mayor, Purificación Rey, calificó a la homenajeada como “!amable, cariñosa y generosa” para recordar que “no ha faltado ni un solo día a pesar de su delicada salud”. Por su parte, el alcalde, Artemio Domínguez, se dirigió a Paquita para expresarla que “es un ejemplo a imitar” y ordenarla “ que sigas haciendo lo que estás haciendo porque hay gente que te agradece lo que estás haciendo”.
El agradecimiento de Paquita por el homenaje llegó en forma del siguiente texto que, con el título de Oración de la Vejez, leyó el alcalde. Un bello poema que, una vez más, sacó a la luz los dotes de escritora de la veterana homenajeada.
Yo te ofrezco, Señor, la vejez de mi cuerpo,
mis músculos sin fuerza, que sé que voy perdiendo,
mi belleza apagada, que quedó en el recuerdo,mis ojos ya sin brillo…mis torpes movimientos,
mis piernas cansadas buscando asiento,
mis manos tan gastadas, de tanto que sirvieron,
en ayuda y caricias a cuantos acudieron.
Yo te ofrezco, Señor, la nada de este cuerpo
que fue ágil y fuerte,… que fue joven y bello…
que pasó por la vida con ruidos y silencios…
Hoy, desde este lugar en que tú me has puesto
y que sabes, Señor, que es mi mundo y mi tiempo,
te ofrezco, con amor, la vejez de mi cuerpo. Amen