El ‘cementerio católico’ de Rioseco


Ángel Gallego Rubio

cementerioQue la muerte a todos nos iguala es algo seguro. O tal vez no. Tal vez los que profesamos la fe católica creamos llevar algo de ventaja, porque para nosotros la muerte terrenal significa la esperanza de la resurrección tras el sueño eterno. De ahí la palabra cementerio, del griego koimetérion, que significa dormitorio.

Por eso, o por otras razones en las que no vamos a entrar, al construirse los cementerios, en el siglo XIX, había en todos ellos un espacio tapiado donde recibían sepultura aquellos que se consideraba no habían muerto en gracia de Dios: suicidas, ateos, incluso los niños no bautizados… Un espacio que también existía en el cementerio riosecano. En los años 30 se derribaron las tapias, pero tras la guerra civil se volvieron a diferenciar las zonas de sepultura.

Quizá fuese por entonces cuando se rotuló, sobre el arco de la puerta principal de acceso a la capilla del camposanto, el título que llama la atención en la fotografía: Cementerio Católico.

Cuatro décadas después (la imagen es de los años 70) ya no hay rótulo. La Democracia constitucional volvió a igualar a todos, o no, ante la Parca y al restaurarse la capilla se eliminó el letrero de su fachada.

Esa fachada sobre la que la sombra del ciprés se proyecta majestuosa, apuntando a la espadaña, señalando esa campana que a todos nos llamará algún día con su lúgubre tañido onomatopéyico: “ven p’acá, ven p’acá…”.

Y “p’allá” iremos, sin remisión, a encontrarnos definitivamente con esos trozos de nuestras almas que a todos nos arrancaron y duermen entre esas tapias. Y a esperar, los católicos, la resurrección.

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